lunes, 1 de septiembre de 2025

Ch. 220 - Conejo lunar

Tras alzar la vista hacia la luna que brillaba en lo alto, algo en el interior de Ashley terminó de despertar. La energía que hasta ese momento había contenido se desbordó en un estallido de luz plateada, transformando su cuerpo de una forma nunca antes vista. 

Su cabello, antes oscuro y revuelto por la batalla, se tornó blanco como la nieve bajo el resplandor lunar. Sus ojos ardieron con un rojo intenso, llenos de una determinación feroz y de un poder desconocido. Y sobre su cabeza, en lugar de las orejas de energía que manifestaba con sus marcas de Heracles, emergieron unas de conejo reales, brillantes y nítidas como un símbolo vivo de la luna que la había bendecido.

"¡Mierda!" escupió el apóstol, reincorporándose entre cascotes y polvo. "¿Acaso ella es... un conejo lunar?"

Una brisa nocturna se levantó, agitando la melena blanca y suelta de la protagonista. Ella entreabrió los labios al escuchar la frase.

"¿Conejo lunar, eh?" musitó con calma, esbozando una sonrisa serena. "Es un buen nombre para esta técnica."

"Parece… que ni siquiera entiende por qué tiene ese aspecto." pensaba Kinaidos, poniéndose en pie mientras un corte se abría en su brazo, goteando sangre sobre el asfalto. "Pero… no tengo tiempo para averiguarlo. Mi cuerpo ya apenas soporta esta fase."

Sin dudar, el apóstol se agachó y se lanzó al ataque, zigzagueando a una velocidad imposible, cambiando de dirección cada instante para confundir a su rival. Y entonces, descargó su golpe.

Ashley, sin moverse un solo paso, levantó la pierna en el ángulo exacto, deteniendo el avance y estampándole una patada directa en el rostro que lo hizo rodar violentamente por el suelo.

"Mis instintos… y mi oído han mejorado una barbaridad con esta forma." pensó, con una chispa de emoción brillando en sus nuevos ojos rojos. "Con este poder… dejaré de ver sus espaldas." Y en su mente, aparecieron Marco y Keipi.

Pero sabía que no podía confiarse. Esa forma no iba a durar para siempre. El límite estaba cerca y su cuerpo ya estaba en el filo de la resistencia. Si quería vencer, debía aprovechar cada segundo.

En un pestañeo, apareció frente a Kinaidos. Su pierna trazó un arco perfecto y su pie impactó en el mentón del apóstol, lanzándolo a toda velocidad por la calle, levantando el asfalto como si una ola de tierra lo siguiera.

El enemigo giró sobre sí mismo, clavó las manos al suelo para frenarse y se impulsó de vuelta, asestándole un puñetazo brutal en el rostro que la hizo estrellarse contra los cines de la ciudad, atravesando la fachada e incrustándose en el interior del edificio.

Kinaidos no dudó en seguirla. La vio reincorporarse de un salto en medio de la penumbra de la sala. Ella sonrió con fiereza, golpeó el suelo con el talón y los asientos salieron disparados por los aires. Con una patada arrolladora, los lanzó contra el apóstol, obligándole a correr y a esquivar los proyectiles danzando entre las butacas.

"¡ASHLEY!" rugió el apóstol, abalanzándose con el puño cargado de poder.

"¡KINAIDOS!" gritó ella, respondiendo con una patada devastadora.

Ambos ataques colisionaron en el aire. La onda de choque arrasó el cine entero, reduciendo paredes y columnas a escombros bajo la presión del viento. El brazo del apóstol se cubrió de cortes profundos y sangre, mientras la pierna de Ashley temblaba con grietas y heridas por la fuerza del impacto.

Retrocedieron un instante, sus miradas encendidas por la furia, y volvieron a lanzarse el uno contra el otro. Los golpes se sucedieron a una velocidad sobrehumana, desplazándose sin freno por toda la ciudad. Edificios enteros se desplomaban, calles se levantaban como si fueran de papel, y todo objeto a su paso era arrancado de cuajo y lanzado al aire, devorado por el caos de su combate.

Kinaidos dio una palmada potenciada que retumbó como un trueno, liberando una onda expansiva capaz de pulverizar edificios enteros frente a él. El suelo tembló, las ruinas se levantaron como si el mundo se partiera en dos. Pero Ashley reaccionó a tiempo: saltó con agilidad felina, y mientras volaba por el aire, usó sus piernas para propinarle una patada a uno de los edificios arrancados del suelo, enviándolo como un proyectil directo contra su rival.

El apóstol respondió con pura brutalidad. Su puño atravesó la mole de piedra y acero como si fuera papel, y en ese instante nuestra potenciadora cayó sobre él, enroscando sus piernas alrededor de su cuello. Con un giro salvaje, lo lanzó calle abajo como si fuera un muñeco. Kinaidos rodó, se levantó entre chispas y polvo, y descargó un puñetazo cargado de furia que fue detenido en seco por un rodillazo ascendente de Ashley, cuyo choque resonó como un martillo contra un yunque.

"Mierda... mierda..." pensaba Kinaidos, con los ojos inyectados de sangre. "¡Yo solo quiero un mundo donde la gente como yo pueda vivir en paz! ¡Donde mi mujer y mis hijas puedan ser quienes quieran, sin miedo al rechazo!" Su rabia hervía en cada músculo, alimentada por la tercera fase.

Y entonces lo sobrepasó. Su cuerpo se quebró en voluntad y se sumió en un modo automático, violento y destructivo. Los ojos se le volvieron blancos, y cada golpe aumentaba en potencia como si no tuviera límites.

En un parpadeo, apareció frente a Ashley y le clavó un puñetazo en el estómago que la mandó volando por los aires. Acto seguido, pateó el suelo con violencia, levantando todos los edificios derruidos a su alrededor. Con una destreza salvaje, los fue lanzando uno tras otro como proyectiles colosales, cubriendo el cielo con un alud de escombros que volaban hacia la joven.

En el aire, nuestra protagonista contempló aquel apocalipsis de piedra y acero. Tomó aire, y los recuerdos la golpearon. La imagen de Keipi siendo asesinado por no haber sido lo suficientemente fuerte como para haberlo protegido. Marco hundido en la impotencia de su fracaso. Su propia debilidad reflejada en cada lágrima. No quería que eso volviera a ocurrir. Tenía que cambiarlo todo. Tenía que ser digna de cargar con el título de la mano izquierda del emperador.

Su cuerpo se tensó, el miedo desapareció.

Esquivó el primer edificio ladeándose con un salto elegante, lo usó como plataforma y encadenó un impulso hacia el siguiente. Sus movimientos se volvieron salvajes pero calculados, saltando entre los proyectiles como si el caos fuera su propio escenario. Una luz blanca comenzó a envolverla, un halo mágico que le recorría todo el cuerpo.

Descendió hacia el suelo con la luna como testigo, su cabello blanco flotando como una bandera. Entonces Kinaidos, desatado, le lanzó dos edificios más en paralelo, cerrándole la salida. Ella no se detuvo: giró en el aire con gracia imposible, pasó entre ambas moles y con una mano apoyada en el suelo tomó impulso hacia adelante.

Bajo el brillo lunar, Ashley se multiplicó. Su silueta se fragmentó en siete reflejos idénticos que rodearon a Kinaidos en un instante, golpeándole en distintas partes del cuerpo a la vez. Entonces desaparecieron dejando paso a la auténtica, quien se acercaba a toda velocidad hacia su rival.

"MOON RABBIT: RADIANT TEMPO"

El eco de su voz estalló al asestarle una última patada en el estómago. El impacto fue demoledor. Kinaidos salió disparado como un proyectil humano, atravesando las calles y volando por toda la ciudad hasta estrellarse contra lo poco que quedaba del coliseo.

Su cuerpo volvió a la normalidad. Sus ojos recuperaron la conciencia solo para nublarse otra vez, su boca escupió sangre y sus costillas crujieron bajo el daño. Cayó inconsciente. Su voluntad de luchar se había extinguido.

Ashley aterrizó con suavidad sobre los escombros del coliseo, la brisa agitaba su melena blanca como si la luna misma la acariciara. Observó a su enemigo derrotado, y una sonrisa serena se dibujó en sus labios.

"Parece… que al fin merezco estar a vuestro lado."

Batalla en el Coliseo de Accuasancta.

Ashley vs Kinaidos.

Ganadora: Ashley.

Tras pronunciar aquellas palabras, el resplandor que envolvía a Ashley se desvaneció poco a poco. Su aspecto volvió a la normalidad y, como si el peso de todo el combate cayera sobre ella de golpe, la joven se desplomó al suelo, temblando y completamente exhausta. Cada músculo ardía, su respiración era pesada y la fatiga amenazaba con arrastrarla hacia la inconsciencia.

"Quizá… pueda descansar un poco…" murmuró, una débil sonrisa dibujándose en sus labios mientras cerraba los ojos, dejando que el silencio de la noche y la brisa ligera acariciaran su rostro.

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Sala del Nuevo Testamento.

Aspasia contemplaba la reliquia con los brazos cruzados, mientras la magia telepática le susurraba noticias de la batalla.

"Oh no… Kinaidos también ha caído…" pensó, con una punzada de pesar. "Tan solo quedas tú… mi querido Thanatos… el apóstol más fuerte de todos y mi mano derecha."

Empezó a pasear lentamente por la sala, con la mirada baja, como si el peso de cada derrota se posara sobre sus hombros. Ninguna presencia ajena osaba irrumpir en aquel lugar, y ella tampoco buscaba compañía; su mente ya estaba en otro tiempo, en otro lugar.

"Mis queridos niños… aunque hayáis sido derrotados… estad orgullosos… porque… conseguiré el objetivo que toda mi vida esperé," se decía en un susurro para sí misma, mientras su subconsciente viajaba años atrás.

En aquel entonces, Aspasia era apenas una niña en un país pobre, donde la miseria marcaba cada esquina. Se sentaba en el porche de su casa, observando cómo los otros niños corrían excitados hacia la iglesia cada vez que la campana anunciaba la misa. Sus risas y gritos contrastaban con el silencio de su propia curiosidad, con esa sensación de ser una extraña en su propio barrio.

Su madre se acercó con paso firme, y su voz rasgó la calma del atardecer.

"Oye, Aspasia… ¿por qué no vas a misa tú también?"

La pequeña la miró con un gesto mezcla de sorpresa y desafío.

"Qué tontería… ¿por qué iba a creer en ese tal Yumeith? ¡Si sus historias son puras falacias!" replicó, con un tono que mezclaba incredulidad y desafío.

Y así... comenzó el camino hacia la fe de Aspasia.

Continuará...

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