miércoles, 3 de septiembre de 2025

Ch. 222 - Keipi vs Thanatos

Tras ser liberado de la maldición de putrefacción, Marco volvía a plantar cara a Aspasia. Un segundo asalto se avecinaba, y esta vez estaba decidido a superar sus debilidades para derrotar, de una vez por todas, a la suma sacerdotisa.

Afueras de la iglesia.

"¡Hermano, ven rápido! ¡Hay alguien tirado!" exclamó Gretel al descubrir un cuerpo en el suelo.

Hansel corrió hasta él y se detuvo en seco al reconocerlo.

"¡Oh no… Ryan!" gritó con angustia, arrodillándose junto a su compañero. Sus ojos se abrieron de par en par al ver su aspecto. "¡¿Y tus brazos, tío?!"

El hijo de la dragona abrió lentamente los ojos, con la mirada perdida, luchando por enfocar. Apenas logró distinguir a los gemelos a su lado.

"¿Por qué… hay dos Hansel?" murmuró con voz débil. "¿Me estoy volviendo loco…?"

"Oye, tranquilo. No te muevas." dijo Gretel con tono firme, sujetándolo para que no se forzara. "Has perdido demasiada sangre, si intentas levantarte será peor."

Hansel lo tomó en brazos con cuidado, cargando el peso de su compañero sobre su espalda.

"Lo mejor será bajar y buscar a Nicole. Ella es una sanadora increíble." declaró con decisión.

"¿No ibas a quedarte hasta que Marco venciera?" preguntó Gretel, mirándolo de reojo mientras avanzaban.

"Sí… pero he aprendido a las malas que hay cosas más importantes que priorizar." respondió apretando los dientes, con un brillo resuelto en los ojos. "¡Ahora lo esencial es poneros a salvo!"

Agarró con fuerza la mano de su hermano y, sin más aviso, corrió hasta el borde de la isla flotante y se lanzó al vacío.

"¡Pero avisa primero, capullo!" chilló Gretel, aturdido y con el corazón en la boca mientras el viento los envolvía, aligerando su caída.

El vértigo del descenso los hizo contener el aire, pero pronto sus miradas se desviaron hacia una de las islas cercanas a la iglesia. Allí, de pie como una figura imponente, distinguieron a alguien familiar.

"¿Ese también es colega tuyo?" preguntó Gretel con sorpresa.

Hansel sonrió, orgulloso a pesar de la tensión.

"Sí… ese tipo tan alegre y sonriente es Keipi." dijo con firmeza. "La mano derecha de Marco… y el único que puede derrotar al apóstol más poderoso."

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Pequeña isla flotante.

A toda velocidad, sin dar un respiro, nuestro espadachín arremetía una y otra vez con Priscilla contra la espada del apóstol de la muerte. Cada colisión hacía estallar chispas que iluminaban la arena como relámpagos fugaces, mientras sus pies derrapaban y dejaban surcos en el terreno.

En un último choque, Thanatos retrocedió bruscamente. Apoyó el pie sobre una roca, impulsándose con la fuerza de un felino para tomar altura. Desde lo alto, descendió con el filo alzado, dispuesto a decapitar a su rival de un solo tajo.

Keipi, imperturbable, alzó su espada al cielo. Del suelo emergió un torrente imponente que se elevó en forma de muralla líquida, cerrándose como un muro impenetrable.

El golpe del apóstol estalló contra el escudo acuático y fue rechazado con violencia, lanzándolo varios metros hacia atrás. Mientras derrapaba sobre la arena, Keipi transformó aquella muralla en un dragón tumultuoso de agua que emergió con un rugido sordo, abalanzándose contra el enemigo con fauces abiertas.

Thanatos retrocedió a saltos, deslizándose entre las rocas que sobresalían del terreno, esquivando los zarpazos líquidos de la criatura. Cuando consiguió la distancia suficiente, clavó su espada en la arena. El suelo se abrió, y de las grietas surgieron varios brazos esqueléticos que apresaron al dragón y lo estrangularon hasta hacerlo estallar en millones de gotas que llovieron sobre la isla.

Pero Keipi ya se había movido. Reuniendo el agua bajo sus pies, creó una superficie líquida flotante que le permitió desplazarse hacia adelante como un proyectil humano. En un destello veloz, cortó los epicóndilos de los brazos óseos con un tajo limpio, y enseguida se lanzó contra Thanatos. Las espadas chocaron, desatando una nueva lluvia de chispas que iluminó sus rostros a escasos centímetros.

"Reconozco que no eres el mismo muchacho que vi en Phaintom." dijo el apóstol, presionando con fuerza. "Es impresionante lo que has progresado en tan poco tiempo. Sin embargo… todavía no es suficiente para derrotarme."

"Jajajajaja." rió Keipi despreocupadamente y sin perder la calma. "¡Nunca digas nunca, abogado de la muerte!" exclamó, empujando con más fuerza.

"¡Es apóstol, mendrugo!" rugió Thanatos, hundiéndole una patada brutal en el estómago. Nuestro protagonista salió despedido, escupiendo un hilo de sangre que le surcó la barbilla.

"Ten cuidado, Kei." resonó la voz de Priscilla en su mente. "No subestimes a un enemigo como él. Es, sin duda… el más poderoso al que te has enfrentado hasta ahora."

"Lo sé…" respondió telepáticamente, esbozando una sonrisa pese al dolor. "Pero voy a ganar. Se lo prometí a Marco."

"Este tío…" suspiró el arma mítica con resignación.

Thanatos clavó su espada en el suelo. El terreno tembló, las rocas crujieron y cientos de grietas se abrieron en todas direcciones.

"¡Danza de la Muerte!" bramó, y del suelo, de las piedras e incluso de los restos endurecidos de la isla, comenzaron a emerger esqueletos armados con espadas, un ejército macabro que se desplegaba a su alrededor.

Keipi giró sobre sí mismo, y tras él brotó un chorro de agua que lo envolvió como una serpiente líquida. La corriente se expandió a toda velocidad, hasta convertir aquella pequeña isla flotante en un mar efímero de gotas suspendidas en el aire. Entonces, chasqueó los dedos y alzó la espada con determinación.

Las gotas vibraron como si obedecieran a su llamado, y en cuestión de segundos comenzaron a unirse, moldeándose en figuras humanas. Una tras otra, decenas de siluetas idénticas a él fueron tomando forma, nacidas de pura agua viva, resplandecientes bajo la luz.

"¡No eres el único que cuenta con compañeros!" gritó con una sonrisa desafiante.

Entonces, la batalla estalló.

Los esqueletos cargaron en masa, chocando contra los clones acuáticos. Las espadas óseas se hundían en torsos líquidos que estallaban como globos, desintegrándose en chorros que caían al suelo. Pero al mismo tiempo, los clones se alzaban una y otra vez, reconstituyéndose y contraatacando con tajos rápidos que destrozaban costillas y cráneos.

El choque era caótico: unos clones atrapaban esqueletos con látigos de agua, arrancándoles las armas y quebrándolos por la mitad, mientras otros eran reducidos a charcos con un solo tajo. Cada vez que un esqueleto era destruido, surgía otro del suelo, y cada vez que un clon caía, el torrente de Keipi lo recreaba con furia renovada.

El campo de batalla se había convertido en un verdadero carnaval de destrucción, agua y muerte entrelazándose en una danza frenética. Y en medio de todo eso, dos poderosos espadachines chocaban sus espadas de manera desafiante.

Sin detenerse ni un instante, Keipi y Thanatos seguían chocando sus espadas a una velocidad vertiginosa. Cada impacto hacía vibrar el aire y arrancaba chispas que iluminaban brevemente sus rostros tensos. En medio de ese frenesí, mientras sus pies derrapaban sobre la arena, la mente de Thanatos comenzó a divagar, arrastrada por recuerdos enterrados en lo más profundo de su ser.

Él siempre había sido un niño feliz. Tenía muchos amigos, sacaba buenas notas y sus padres lo colmaban de cariño siempre que podían. Los fines de semana solía pasarlos en casa de su abuela materna: jugando con los gatos, paseando por el campo y compartiendo dulces caseros con un vaso de zumo de naranja recién exprimido. Amaba la vida... y, sin embargo, sentía que le faltaba algo.

Todos a su alrededor parecían tener una pasión ardiente. Su abuela cocinaba con alegría, su madre idolatraba a una cantante, su mejor amigo destacaba en baloncesto… pero él no encontraba nada que lo definiera. Probó de todo, sin éxito. El vacío seguía allí.

Hasta que llegó aquel día. Su abuela murió de causas naturales, y al verla en el tanatorio quedó fascinado. Su cadáver no le inspiraba miedo ni tristeza: lo veía sereno, en paz, transmitiendo una calma que nadie más parecía notar. Fue entonces cuando lo comprendió.

La muerte era lo que realmente amaba.

Desde entonces, comenzó a obsesionarse. Devoró cine de terror, misterio y acción, buscando siempre escenas de muertes para analizarlas y juzgar su verosimilitud. Con los años, su aspecto cambió: las ojeras se marcaron, su cabello se volvió descuidado y la mirada que antes irradiaba curiosidad ahora proyectaba un brillo inquietante.

Dejó de ser el chico brillante y querido por todos para convertirse en alguien del que los demás huían, susurrando a sus espaldas. Y como si el destino quisiera remarcar su rareza, su magia despertó: la capacidad de manipular huesos a voluntad, de crearlos de la nada. Un don que solo lo aisló más.

Aun así, no se conformó. Empuñó la espada y comenzó a entrenar, convencido de que su arte necesitaba ser perfeccionado.

Sus padres, preocupados, recurrieron a la suma sacerdotisa, pagando una fortuna para que "exorcizara" a su hijo de aquella oscura fijación. Pero la respuesta de Aspasia fue inesperada.

"No está maldito." les dijo. "Solo es un niño incomprendido, alguien cuyo don es juzgado de forma errónea."

Los progenitores quedaron incrédulos. Sin embargo, antes de que protestaran, Aspasia fue directa: aceptaría la mitad del dinero si a cambio le entregaban al muchacho como adepto suyo. Y sin pensarlo demasiado, sus padres aceptaron.

Thanatos llegó así a la iglesia de Accuasancta. Al principio entrenaba sin motivación, como un autómata resignado a su destino. Pero todo cambió el día en que la suma sacerdotisa se detuvo a observarlo.

"Tu magia es hermosa." le dijo con una sonrisa serena. "No solo sirve para levantar esqueletos. Puede reparar huesos rotos, sostener cuerpos debilitados… incluso crear un ejército inmortal que proteja este lugar."

Fue la primera vez que alguien llamaba 'hermoso' a lo que él siempre había visto como un estigma. Ese simple reconocimiento lo transformó. Desde entonces, juró lealtad a Aspasia y se dedicó en cuerpo y alma al entrenamiento, decidido a convertirse en el número uno… para ella.

Y lo consiguió.

Tras revivir aquellos días enterrados en su memoria, el apóstol volvió en sí con los ojos fríos como la tumba. De pronto, el suelo se abrió bajo los pies de Keipi y dos manos huesudas emergieron para aferrarle con fuerza los tobillos, deteniendo en seco su avance mientras derrapaba.

"¡Mierda!" gruñó el monje, forcejeando.

Thanatos no perdió la oportunidad: se impulsó hacia él y, con una precisión letal, descargó ambas piernas contra su plexo solar. El impacto fue brutal; el aire escapó de los pulmones de nuestro protagonista en un jadeo entrecortado mientras los huesos que lo retenían se astillaban y se rompían con el golpe. El joven salió rodando por el suelo arenoso, y en ese instante los clones líquidos que había creado se deshicieron en un torrente de gotas, desapareciendo de la isla.

"Es hora de juzgarte, Keipi..." murmuró Thanatos con voz grave.

Los esqueletos que había invocado con anterioridad se arremolinaron en torno a su cuerpo, encajando uno tras otro como las piezas de una siniestra coraza. En cuestión de segundos, una armadura de hueso, cubierta por un aura violácea, lo envolvía de pies a cabeza, transformándolo en una figura tan imponente como macabra.

"Y lo haré en nombre... del apóstol de la muerte."

Keipi escupió a un lado, respirando con dificultad mientras se ponía de pie tambaleante.

"Tsk..." masculló con una sonrisa desafiante. "Pero... ¿No era abogado?"

"¡Eso es lo que menos debería preocuparte ahora, idiota!" regañó Priscilla dentro de su mente, con un tono tan tenso como protector.

Continuará…

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