Thanatos se cubrió con una armadura de huesos espeluznante bañada en un aura violácea que parecía palpitar como si estuviera viva. Su sola presencia hacía vibrar el aire; sus habilidades mágicas habían escalado a un nivel completamente distinto.
Sin titubear, el apóstol blandió su espada en horizontal y, al instante, dos brazos esqueléticos emergieron del suelo, descendiendo como martillos para aplastar a Keipi. El monje reaccionó en el último segundo: levantó su katana, bloqueó el impacto y fue lanzado hacia atrás, derrapando por la arena con violencia.
"Deberías activar la manifestación del Kami." le advirtió Priscilla en su mente, preocupada. "Ese tío ya no es el mismo de antes. Su energía mágica fluye más afinada, más precisa…"
"No lo haré." respondió Keipi con una sonrisa despreocupada. "Todavía puedo ganarle en esta forma. Si muestro mi as bajo la manga a la primera, ¿qué clase de mano derecha sería?"
"Kei…" susurró su compañera, inquieta.
"Confía en mí." añadió él, tomando una postura ofensiva.
Keipi cargó hacia el frente con determinación. Alzó su espada y, de la nada, un dragón de agua se formó, emergiendo con un rugido líquido y fauces abiertas que se abalanzaron sobre Thanatos. Pero el apóstol no retrocedió: corrió hacia la criatura sin dudarlo, blandió su espada y, rodeado de esqueletos que le seguían, se lanzó de lleno a la boca del dragón. Dentro, su filo cortó desde el interior hasta hacerlo estallar en miles de gotas.
El monje lo vio salir de entre los restos de su bestia deshecha, implacable, pero no perdió la sonrisa. Con un nuevo movimiento de Priscilla, hizo que el suelo estallara en decenas de géiseres enfurecidos que barrieron a los esqueletos y obligaron a Thanatos a retroceder.
El apóstol aterrizó con precisión, cambió su espada a la otra mano y observó cómo los géiseres se transformaban en una colosal hidra acuática de múltiples cabezas, que se abalanzaron contra él con un rugido ensordecedor.
El impacto sacudió la isla entera, resquebrajándola en pedazos. Thanatos logró esquivar a tiempo con un salto hacia atrás, y en pleno aire desgarró el espacio con un portal dimensional del que emergieron nueve dragones esqueléticos.
"¿También puede hacer eso?" Keipi abrió los ojos de par en par.
Las nueve cabezas de la hidra chocaron contra los reptiles óseos en un enfrentamiento brutal. El cielo se llenó de huesos quebrados y chorros de agua descontrolados que caían como una tormenta salvaje.
Aprovechando el caos, Thanatos saltó de fragmento en fragmento de piedra hasta acercarse de nuevo a Keipi. Con un movimiento feroz de su espada, invocó dos puños colosales de huesos que surgieron del suelo y golpearon al monje al unísono. El impacto fue tan brutal que lo lanzó hacia lo alto, directo a una pequeña isla flotante suspendida en los cielos.
En pleno aire, Keipi giró su cuerpo con agilidad felina hasta apoyar los pies sobre la isla flotante contra la que iba a impactar. La fuerza del choque fue tal que el islote dio una vuelta completa, pero el monje aprovechó el impulso: cuando la tierra recuperó su posición original, salió disparado de nuevo hacia su rival como una flecha humana.
Thanatos alzó su espada, y del cielo descendieron varios brazos esqueléticos dispuestos a aplastarlo. Nuestro protagonista los esquivó con movimientos fluidos, mientras hacía que el agua a su alrededor comenzara a flotar en suspensión, lista para obedecerle. Cayó frente al apóstol y, en un parpadeo, intercambiaron tajos a una velocidad imposible de seguir.
En un destello fugaz, Keipi apareció detrás de él. La armadura violácea del apóstol se resquebrajó en el pecho, surcada por un corte horizontal, mientras la espalda del monje se tiñó de rojo por un tajo diagonal recibido.
Ambos giraron de inmediato, mirándose de frente con el fuego de sus magias desatadas. Sus espadas chocaron con una violencia tal que detonaron lo que quedaba de la isla flotante, precipitándolos al vacío en medio de una intensa explosión mágica.
Se cruzaron una patada brutal que los separó, obligándolos a retroceder por la inercia. Thanatos se impulsó contra un fragmento de piedra y se lanzó al ataque, mientras Keipi hacía lo mismo desde otro lado. Las armas colisionaron una y otra vez, desplazándose de isla en isla en un frenético duelo que iluminaba los cielos bajo la iglesia.
En un instante, Keipi bloqueó con su espada el golpe de un puño de huesos. El rechazo fue tan fuerte que lo proyectó contra otra isla flotante de gran superficie. Aterrizó derrapando, con la mano libre y los pies clavados en la roca, levantando polvo y gotas de agua.
Al alzar la mirada, su expresión se endureció: frente a él, Thanatos ascendía en el aire y, con un gesto de su espada, evocaba dos dragones óseos que emergieron de la nada, rugiendo con furia.
Las bestias descendieron contra él con una precisión letal. Sin vacilar, Keipi danzó con Priscilla en círculos, y a su alrededor brotó un escudo esférico de agua. La barrera giraba con tal velocidad que pulverizó los cráneos de las criaturas en cuanto impactaron, reduciéndolos a polvo que se esparció en un vendaval húmedo.
Con un movimiento ágil de Priscilla, el monje cortó el escudo que lo envolvía y, al instante, el agua se condensó en potentes chorros giratorios que se lanzaron sin previo aviso hacia su contrincante.
Thanatos cayó sobre una pequeña piedra flotante, utilizándola como trampolín para impulsarse hacia varias rocas en cadena hasta alcanzar un trozo de muralla que aún se mantenía a flote. Se deslizó por encima de ella a toda velocidad, esquivando uno de los chorros que lo rozó el hombro con violencia. Pero otro se aproximó de frente, obligándole a agacharse en el último instante y a esquivarlo por un margen mínimo.
En ese mismo momento, Keipi apareció frente a él, desatando un nuevo choque de espadas que iluminó la roca con chispas.
"¡Eres insistente!" exclamó Thanatos, con una mueca de molestia.
"¡Eso me tienen dicho!" respondió Keipi con una sonrisa despreocupada.
De pronto, una mano esquelética emergió del suelo y agarró a nuestro protagonista por la camiseta desde atrás, lanzándolo sin piedad hacia el vacío. Thanatos se impulsó en un salto y fue tras él.
Keipi, girando sobre sí mismo en plena caída, creó una pequeña plataforma de agua bajo sus pies. Usó el impulso para redirigir su trayectoria directo hacia su rival. El apóstol alzó la espada, listo para interceptarlo, pero en el último segundo el monje liberó el agua bajo sus pies y descendió en picado, esquivando con maestría la embestida.
Entonces, mientras caía, apuntó a su enemigo con su espada. Un torrente surgió con violencia y se transformó en un dragón colosal, más grande que cualquiera que hubiera invocado antes. La criatura acuática abrió sus fauces y engulló a Thanatos de un mordisco, elevándolo por los cielos con una fuerza abrumadora, destrozando pequeños islotes hasta estamparlo brutalmente contra una de las plataformas rocosas flotantes, despedazándola por el impacto.
Keipi logró aterrizar en un pedrusco diminuto, tan estrecho que apenas cabía un pie sobre él, pero suficiente para mantenerse en equilibrio. Jadeando, clavó la mirada en su rival, esperando el siguiente movimiento.
"¡JAJAJAJAJAJA!" estalló el apóstol en una carcajada macabra.
"¿Qué le pasa…?" murmuró nuestro protagonista, dejando atrás su habitual rostro despreocupado mientras observaba la densa humareda que cubría a su rival.
"¡Ten cuidado, Kei!" advirtió Priscilla con voz urgente. "¡Algo viene!"
"No pensé que tendría que recurrir a esto después de tantos años… pero parece que la ocasión lo merece." La silueta de Thanatos emergió lentamente entre el humo. La carne de su rostro, brazos y torso comenzó a desprenderse de forma grotesca, cayendo a jirones. "Te felicito, muchacho. Has conseguido llevarme a mi límite y obligarme a mostrar mi as bajo la manga… Y ahora te demostraré por qué… ¡me llaman el apóstol de la muerte!"
Ante los ojos de Keipi, aquel hombre se transformó en un guerrero esquelético, cubierto por una armadura de huesos teñidos de un aura violácea, de aspecto cadavérico y aterrador.
"Qué mal rollo." murmuró el monje.
De pronto, Thanatos desapareció de su campo de visión y, en el parpadeo siguiente, apareció frente a él. La espada del apóstol se hundió con precisión quirúrgica en el hombro izquierdo del monje, perforándole limpiamente.
"¿Quieres escuchar tu Réquiem?" susurró el apóstol con frialdad.
El cielo se abrió con un estruendo. De entre las nubes emergió un esqueleto gigantesco cuya descomunal mano descendió con violencia. El puñetazo óseo impactó contra el cuerpo de Keipi con una fuerza devastadora, arrancándole de cuajo la espada de su hombro y lanzándolo como un proyectil a través de varias rocas flotantes que rompía con su cuerpo. Finalmente se estrelló contra una isla con un solitario árbol, que se quebró al recibir su cuerpo y lo detuvo en seco.
"¡Kei!" gritó Priscilla, llena de angustia.
El coloso alzó su puño una vez más, dispuesto a aplastar definitivamente al joven. Pero en ese instante, Keipi liberó una oleada descomunal de energía mágica. El aire vibró, el suelo tembló y el cielo se rasgó. Una brecha dimensional se abrió sobre la isla, y de ella emergió un torso titánico de tono azulado, imponente como un dios marino.
"¡KAITO!" rugió Keipi, invocando a su Kami.
La colosal entidad blandió una espada formada de pura esencia, y de un solo tajo cortó al esqueleto gigante en dos, desmoronándolo en fragmentos que cayeron como ceniza.
"¡HAZLO AHORA, KEIPI!" gritó Priscilla en su mente, con una mezcla de miedo y esperanza.
"¡KAITO, PRISCILLA…! ¡ARMONIZACIÓN!" respondió él con determinación, desatando el ritual de manifestación.
Su cuerpo cambió en un estallido de poder. Su espada y su Kami se fundieron con él, otorgándole un nuevo aspecto: vestía un amplio hakama azul marino que ondeaba al compás del viento; su torso estaba cubierto por vendas, algunas sueltas que flameaban alrededor. El brazo derecho se cubría de tatuajes azules en forma de olas vivas, mientras que el izquierdo, junto con parte de su abdomen, quedaba protegido por medio kimono. En su cabeza, una bandana azulada flotaba con energía propia.
"¡Liberación del Kami! ¡Cincuenta por ciento!" exclamó Keipi, con los ojos encendidos de decisión.
"Vaya… Así que tú también tenías un as bajo la manga." gruñó Thanatos, visiblemente enfurecido.
Continuará…
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