Tras activar sus transformaciones, el mundo pareció detenerse. No hubo palabras, ni movimientos: solo dos miradas que se perforaban mutuamente. Keipi, con su aspecto celestial, irradiaba serenidad y poder, como un guardián divino. Frente a él, Thanatos se alzaba como un espectro infernal, una carcasa de huesos y oscuridad cuya presencia hacía temblar el aire, como si la desesperanza misma hubiera cobrado forma.
En el instante siguiente, ambos desaparecieron. Sus figuras se cruzaron en un destello imposible de seguir y sus espadas chocaron con tal violencia que el impacto retumbó como un trueno. Subieron verticalmente en un duelo feroz, dejando tras de sí una lluvia de chispas que iluminaba el cielo con destellos azules y púrpuras.
Thanatos retrocedió con un salto ágil, extendió los brazos y del suelo emergieron manos esqueléticas descomunales que arrancaron islotes enteros para arrojarlos como proyectiles. Keipi, sin un ápice de miedo, avanzó de frente. Blandió a Priscilla en tajos limpios que partían cada roca en dos, dejando tras de sí un rastro de agua cortante que borraba los restos del ataque.
Cuando alcanzó a su rival, estaba listo para descargar un golpe definitivo, pero el apóstol chasqueó los dedos. Dos esqueletos armados con espadas aparecieron detrás del monje, moviéndose para atravesarlo por la espalda.
Keipi sonrió, como si lo hubiera estado esperando. Con un gesto de su espada, un rugido acuático desgarró el aire: una colosal ballena marina emergió de la nada, devorando de un bocado a los esqueletos permitiendo a nuestro protagonista desatar un chorro de agua que impactó de lleno contra Thanatos, estampándolo contra una isla flotante que se resquebrajó al recibirlo.
El apóstol dio una voltereta en el aire y, milagrosamente, frenó en seco. Al alzar la mirada, vio a su rival cabalgando sobre la ballena acuática.
"¡Manifestación del Kami: Animal Mode!" gritó Keipi con voz solemne, su silueta recortada contra la inmensidad del cielo.
Saltó desde el lomo de la criatura y descendió directo hacia su enemigo, blandiendo a Priscilla con un filo demoledor. Thanatos reaccionó en el último segundo, esquivando el tajo que partió la isla en dos con un estruendo ensordecedor. Pero al elevarse para contraatacar, Kaito en su forma de ballena lo embistió, lanzándolo por los cielos como un muñeco.
El apóstol giró con destreza, se impulsó en la parte inferior de un islote y salió disparado con precisión quirúrgica hacia Keipi, que se mantenía firme sobre un fragmento de roca flotante.
"¡Dragón de agua!" bramó el monje, y un coloso líquido emergió bajo sus pies, ascendiendo con furia para arrasar a su rival.
"¡Esqueletos, devoradlo!" rugió Thanatos, liberando de sus entrañas un dragón óseo que se estrelló de frente contra el de Keipi. El choque fue apocalíptico: agua y huesos se destrozaron mutuamente en un torbellino que desgarró el aire.
Aprovechando la apertura, el apóstol descendió como un rayo y su espada atravesó el abdomen del monje en un corte vertical que lo hizo sangrar. Antes de que pudiera reaccionar, Thanatos abrió la boca y de ella emergió un brazo óseo descomunal que se expandió hasta golpear con una fuerza devastadora el cuerpo de Keipi, lanzándolo a los cielos como un proyectil.
El joven se retorció en el aire, jadeando por el dolor, mientras Kaito en su forma animal acudía en su auxilio. Pero el apóstol no cedió: con un gesto, formó un dragón gigantesco de huesos que se lanzó tras ellos como una bestia hambrienta.
Keipi descendió sobre un tronco flotante, rebotó hacia un fragmento de muralla y corrió a toda velocidad sobre ella, con la sombra del dragón persiguiéndolo. Justo cuando la bestia abrió sus fauces para devorarlo, el monje dio un salto desesperado y fue recogido en el lomo de su compañero. El Kami ascendió a toda velocidad, esquivando por un pelo la embestida.
En pleno aire, el monje levantó su katana. Un filo de agua comprimida salió disparado como una guillotina líquida, partiendo al dragón en dos mitades que explotaron en un diluvio de huesos y polvo.
Pero antes de que pudiera respirar, Thanatos volvió a lanzarse hacia él, y sus espadas se encontraron de nuevo. El choque desató una tormenta de chispas que iluminó el cielo como relámpagos, mientras ambos descendían al vacío intercambiando tajos cada vez más feroces, cada golpe más rápido que el anterior, como si el mundo entero dependiera de aquel duelo entre divinidad y muerte.
Sus espadas colisionaron con una violencia ensordecedora. Keipi aprovechó el retroceso, dio un salto hacia atrás y volvió a cabalgar sobre el lomo de su ballena. Con un gesto firme de su katana, invocó un torrente que tomó la forma de su hidra colosal, cuyas múltiples cabezas dragónicas se abalanzaron sobre el apóstol con una precisión letal.
Thanatos esquivó cada embestida saltando ágilmente de roca en roca, ascendiendo como un espectro hacia el cielo. En sus ojos vacíos brillaba un frenesí oscuro.
"Ya veo…" gruñó, con la voz resonando como un eco fúnebre. "No eres el mismo mocoso al que perforé el corazón con mi espada… eres cien veces superior. ¡POR ESO, NO NECESITO CONTENERME MÁS!"
Un rugido espectral acompañó la explosión de energía mágica que liberó de su cuerpo. El aire se volvió pesado, asfixiante. Desde el firmamento emergió una figura monstruosa: un coloso óseo, con un centenar de brazos amarillentos y desgastados que colgaban como instrumentos macabros de una orquesta infernal. Su mera aparición hacía crujir la realidad a su alrededor.
"Réquiem: Sonata de la Deidad de Nekros." anunció Thanatos, y los brazos descendieron con furia implacable hacia Keipi.
El monje no se detuvo. Guiado por Priscilla, hizo que la ballena girara en un salto imposible, rozando los nudillos de hueso que pulverizaban pedazos enteros de islas flotantes al contacto. El aire se llenó de polvo, astillas de roca y chispazos mágicos mientras el titán intentaba aplastarlo sin tregua. Keipi, con una sonrisa desafiante en los labios, se inclinaba hacia adelante, dejando que el agua de su montura se moldeara en corrientes que lo impulsaban a toda velocidad, serpenteando entre los brazos que caían como martillos del fin del mundo.
Sin embargo, aquella cantidad era demasiado incluso para él. Sin previo aviso, uno de los brazos colosales impactó contra Kaito, desintegrándolo en millones de gotas de agua que se dispersaron en el aire. Keipi apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando un puño gigantesco lo alcanzó de lleno, lanzándolo contra el vacío mientras la sangre le brotaba violentamente de la nariz.
Otro golpe le golpeó en las piernas en el aire, haciéndolo caer sin defensa. Y en un instante, una lluvia de brazos lo sepultó bajo decenas de impactos brutales, hasta que su cuerpo quedó estampado contra una isla flotante que crujió bajo la violencia. El kimono estaba hecho jirones, sus pantalones desgarrados, y cada rincón de su piel ardía con moratones, cortes y quemaduras.
Los brazos de la deidad descendieron de nuevo para reducirlo a polvo. Entonces, el joven abrió los pulmones en un rugido que estremeció el campo de batalla, y con él liberó una presión mágica tan desbordante que el aire se quebró como cristal.
Las nubes sobre el cielo comenzaron a deshacerse, fragmentándose en millones de gotas que giraron en un ciclón descendente, rodeando a Keipi hasta cubrirlo por completo. El remolino acuático crecía, vibraba, rugía como un océano enfurecido concentrado en un solo punto.
"¡Da igual lo que hagas!" vociferó Thanatos mientras aceleraba los brazos de Nekros. "¡La deidad de la muerte está de mi lado!"
"¡No da igual!" rugió Keipi desde el interior del vórtice. Una figura surgió del torbellino: su cuerpo recubierto en una armadura líquida que irradiaba poder, las corrientes fluyendo por cada placa como si llevara puesto un océano entero. "¡Porque la victoria está de mi parte! ¡Soy el conquistador de los mares… y no le temo a nada!" declaró, con una sonrisa despreocupada que contrastaba con el caos a su alrededor.
Nuestro protagonista se lanzó en ascenso como un rayo. El primer brazo descendió para aplastarlo, pero el monje se coló entre sus dedos, corriendo ágil sobre el radio, saltando con precisión imposible mientras esquivaba el siguiente martillazo. Priscilla comenzó a brillar, su filo se deshizo en agua que giraba a una velocidad endiablada hasta convertirse en un taladro líquido de gran tamaño, mientras unas alas dracónicas y transparentes brotaban de su espalda, impulsándolo hacia arriba con una furia salvaje.
"¡OCEAN RAGE!" gritó, elevándose a toda velocidad.
El impacto fue devastador. Keipi perforó brazo tras brazo como si fueran mantequilla, destrozando cada hueso que se interponía en su camino hasta alcanzar el pecho de Thanatos. El taladro acuático lo atravesó, levantándolo en el aire como una lanza divina. El apóstol gritó de dolor mientras ambos ascendían, y finalmente, la embestida los lanzó contra la colosal deidad Nekros, partiéndola en pedazos en una explosión marina que convirtió el cielo en una tormenta de agua y huesos.
El mundo entero tembló con el estallido. Gotas gigantescas llovían por todas partes, iluminadas por el brillo de la magia, como si un océano se hubiera desatado en pleno firmamento.
Keipi cayó y derrapó sobre la arena de un islote, agotado, pero aún de pie. Alzó la mirada justo a tiempo para ver cómo Nekros era reducido a polvo, desapareciendo como un mal sueño. Thanatos, en su aspecto humano y completamente cubierto de heridas, cayó inconsciente sobre otra isla flotante.
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