La gran batalla contra el culto de Aspasia está llegando a su final. Desde que esta intensa guerra comenzó, nuestros protagonistas se han enfrentado a combates decisivos a lo largo de todo el campo de batalla.
Yumeki logró sobreponerse y derrotar a Xiphos en una auténtica batalla de leyendas de Akitazawa. Posteriormente, Nathalie demostró que era una semi-demonio chulísima, arrasando contra Phoné y sus vibraciones. Y para recuperar el amor de su hermano, Hansel se coronó como el rey del cielo, derrotando a Aima en una intensa batalla dentro de la iglesia.
Los Sacerdotes del Génesis también fueron cayendo poco después. Takashi fue quien le plantó cara a Lovette, la derrotó y le tendió una mano para sacarla de la oscuridad que la consumía. En esos momentos, Morgana descubrió la verdad de por qué no podía ver más allá de cierto punto del futuro: porque sería cruelmente asesinada por el apóstol del conocimiento.
Sophia engañó a Shouri con una de sus mentiras y logró llegar hasta la portadora de la deidad, disparándole sin temor a fallar. Sin embargo, un error mínimo en el margen de lectura de futuros lo cambió todo: Theo se sacrificó protegiendo a Morgana. El príncipe de Longerville murió al instante, y Shouri, llena de rabia, se alzó una vez más frente a Sophia, logrando derrotarlo en un combate donde mostró por qué es considerada una leyenda viva.
Por otra parte, Marco se enfrentó directamente a Aspasia tras salvar la vida de los gemelos, pero fue derrotado y maldito con un conjuro de putrefacción. Ante ello, Morgana decidió entregarle la Biblioteca de Horacio a Theo para devolverle la vida, sacrificándose en el proceso y dejando un emotivo mensaje de despedida. El pequeño resucitó con un aspecto renovado, mientras que Nicole decidió acudir al rescate de nuestro protagonista y sanarle de la maldición que lo consumía.
En ese mismo instante, Ryan, perdiendo sus dos brazos en el proceso, logró abatir a Panoplia. Y Cecily, con su gran corazón, superó a Pantera, derrotando así al apóstol de la jungla. Fue entonces cuando Nicole reveló su verdadera identidad como ángel, sanó a todos los aliados —incluido Marco— y fue elegida como la última paladina del emperador.
Ashley, en paralelo, se enfrentó a Kinaidos en un combate feroz por toda la ciudad, demostrando por qué es la mano izquierda de Marco tras conseguir una victoria durísima. Mientras tanto, en los cielos, Keipi obtuvo su ansiada revancha contra Thanatos y lo derrotó en uno de los combates más difíciles de toda su vida.
Y ahora… un renovado Marco se alza frente a Aspasia.
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Sala del Nuevo Testamento.
Marco aterrizó en el suelo del cuarto, las llamas azules recorrían su cuerpo como un aura viva. Sus ojos no se apartaban de la suma sacerdotisa.
"¿Por qué?" preguntó Aspasia con voz tensa. "¿Por qué tanta insistencia en querer hundir mis planes? ¿De verdad os molesta tanto la idea de volver a empezar de cero, de optar por una vida mejor?"
"Sabes de sobra... que las posibilidades de que Yumeith resucite con todo esto son ínfimas." respondió firme. "Como líder de un culto religioso de tan alto estatus, me sorprende que tu supuesto mesías te permita cometer la locura de enviar cientos de demonios a acabar con todos los seres vivos que habitan en Pythiria solo para que él despierte."
"Es una locura para alguien tan joven como tú, lo admito." replicó la suma sacerdotisa, tranquila, casi condescendiente. "Pero aunque las posibilidades sean mínimas... no son cero. Y mientras mi fe arda y mi deuda siga pendiente, haré lo que sea necesario para renovar este mundo y devolverle la vida a mi señor."
"Lo que dices es una locura para cualquiera que te escuche." replicó Marco, su voz estaba cargada de dureza. "¿Acaso te oyes? Estás dispuesta a sacrificar a tus fieles, a tus familiares... incluso a tus apóstoles. Todo por una posibilidad remota. ¿De verdad crees que Yumeith reiniciaría este mundo después del fracaso que obtuvo? ¿Por qué iba a volver a confiar en los humanos? O mejor aún... ¿por qué iba a volver a confiar en ti?"
Los ojos de Aspasia se abrieron como platos. Aquellas palabras atravesaron su orgullo como un cuchillo: nunca lo había pensado de esa manera, y lo peor de todo... Marco tenía razón.
¿Por qué Yumeith se molestaría en revivir un mundo que acabó en muerte absoluta? ¿Y por qué lo haría sabiendo que fue ella misma, la que predicaba fe, quien arrastró a la humanidad a la perdición?
"¡Cállate!" gritó la anciana aún rejuvenecida, llevándose la mano a la cabeza como si el razonamiento mismo le perforara el cráneo.
Marco había expuesto la grieta en su plan: nunca fue perfecto y nunca lo sería. Pero tras tantos años orquestándolo, su orgullo no le permitiría reconocerlo. Mucho menos retroceder ahora, cuando ya lo había apostado todo.
"¡ESTO ES ASUNTO MÍO! ¡VERÁS CÓMO, POR MI FE, YUMEITH CUMPLIRÁ LO QUE PROMULGO!" bramó, liberando su magia de potenciación física y lanzándose contra Marco.
Pero cuando alcanzó su posición, él desapareció de su vista y reapareció a su espalda. Su puño, envuelto en llamas azules, se estrelló contra la cabeza de la sacerdotisa, haciéndola rodar brutalmente por el suelo.
"¡Maldito!" escupió Aspasia, con la sangre resbalándole por el labio. Desde el suelo, levantó un torbellino de arena que rugió con violencia en todo el cuarto.
Marco cubrió su cuerpo con fuego y aceleró de frente. Atravesó el torbellino arenoso sin detenerse y embistió con toda su fuerza a la suma sacerdotisa, lanzándola con brutalidad contra la pared de piedra de aquella sala vacía.
El impacto retumbó en todo el lugar. Aspasia quedó ligeramente aturdida, con la respiración algo entrecortada. Ese chico… no parecía el mismo al que había derrotado hacía apenas unos minutos. Algo había cambiado en él.
"¿Q-Qué has hecho?" preguntó, con una mezcla de furia y desconcierto.
"¿A qué te refieres?" replicó Marco con calma.
"¡Ahora eres más ágil, más versátil esquivando mis habilidades! ¡Antes apenas podías mantenerte en pie, ni controlar tu respiración! ¡Y tu fuego no era tan doloroso!" gritó, perdiendo la paciencia.
Nuestro protagonista bajó la mirada un instante, dejando que las llamas azuladas recorrieran su cuerpo como una segunda piel. "Es porque estoy usando una habilidad que descubrí tiempo atrás, en una batalla contra un poderoso mago de hielo. Absorbo la energía mágica del entorno para potenciar mi fuego y llevarlo más allá de su límite."
Hizo una pausa, levantando la vista con firmeza. "Y al mismo tiempo, esa misma habilidad me permite detectar perturbaciones en el espacio mágico. Es como… un aviso de cuándo vas a lanzar un hechizo de esos que guardas en tu memoria infinita."
Los ojos de la sacerdotisa se abrieron de par en par. "¿Absorber energía mágica…?" murmuró, incrédula. "Eso es imposible. Esa es una habilidad exclusiva de los emperadores."
Lo dijo con arrogancia al principio, como queriendo ridiculizarlo. Pero poco a poco, la verdad comenzó a encajar en su mente pieza por pieza: Morgana confiando en él para esta batalla. La extraña sucesión imperial tras la muerte de Baltasar, que colocó a su hermano pequeño, Gaspar, en el trono de forma inesperada. Y, lo más evidente: la rapidez con la que Marco había evolucionado en medio de la batalla.
Su respiración se aceleró. Todo tenía sentido.
"Mierda…" suspiró Marco, dándose cuenta de que había hablado de más.
La sacerdotisa apretó los dientes. Y entonces, lo gritó con rabia, con certeza: "¡Tú eres… el verdadero emperador de Pythiria! ¡MOCOSO!"
El suelo tembló. De la piedra brotaron enormes manos rocosas que se lanzaron a por nuestro protagonista, intentando atraparlo. El joven retrocedió con saltos ágiles, encendiendo fuego bajo sus pies para mantenerse a flote y escapar de la sala por la grieta que entró.
Las extremidades lo siguieron terminando de derribar la pared, rodeándolo por todas las direcciones posibles. Pero Marco extendió los brazos y liberó una esfera ígnea que arrasó con todo a su alrededor, reduciendo la trampa rocosa en fragmentos incandescentes.
"¡Jajajajaja!" rugió Aspasia, colocándose al lado del núcleo del Nuevo Testamento. Sus ojos brillaban con locura. "¡Bien hecho, emperador de pacotilla! ¡Pero esto… esto no ha hecho más que empezar!"
La anciana posó ambas manos sobre el libro dorado. Un destello cegador iluminó toda la sala y, acto seguido, un alarido gutural sacudió los muros como un trueno. Aspasia gritaba mientras su cuerpo era devorado por un resplandor dorado.
Primero fueron sus venas, marcándose como brasas incandescentes bajo la piel. Después, líneas doradas se abrieron paso por todo su cuerpo, quemándola desde dentro como si fueran hierro al rojo vivo. Sus orejas se afilaron con violencia, su espalda se arqueó y sus músculos se hincharon hasta desgarrar la túnica sagrada que llevaba puesta.
Su cabello creció desmesuradamente, cayendo en mechones largos y salvajes que arrastraban por el suelo. Su piel palideció hasta volverse cenicienta, mientras que sus ojos se encendieron en un rojo sangriento que transmitía pura demencia. Las uñas se curvaron, negras como obsidiana, y su mandíbula se abrió en un gesto antinatural, mostrando colmillos afilados.
Aspasia se tambaleó unos segundos, jadeando como una bestia recién nacida. Luego se incorporó de golpe, con la respiración irregular y una sonrisa torcida que helaba la sangre.
Marco observaba, estupefacto. "¡¿Te has fusionado con el Nuevo Testamento?! ¡¿Acaso estás loca?!"
La nueva Aspasia se irguió, imponente, lamiéndose los labios con una lengua larga y retorcida como la de una serpiente. Su sonrisa era antinatural, aterradora.
"Vamos, emperador…" susurró con voz rasposa, y luego rugió con desenfreno: "¡AHORA EMPIEZA EL SEGUNDO ASALTO!"
Continuará...
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