Desesperada al descubrir que se enfrentaba al verdadero emperador de Pythiria, Aspasia se fusionó con el núcleo del Nuevo Testamento, transformándose en un enemigo mucho más poderoso.
"¡Ahora sí que nada podrá salir mal! ¡Da igual cuántos de mis apóstoles caigan, yo me mantendré en pie hasta que nuestro Mesías rebobine el mundo y nos haga comenzar de nuevo hacia un camino mucho más puro!" exclamó la sacerdotisa, extasiada de poder.
"¡Ya te dije que solo son teorías ajenas, no hay nada verídico!" replicó Marco con firmeza.
De pronto, su rival apareció frente a él como si se hubiera teletransportado.
"¡QUE TE CALLES!" rugió la sacerdotisa, sujetándole la cara con ambas manos y lanzándose con furia en un ascenso brutal.
Usando el cuerpo de Marco como ariete, la anciana ascendió con furia hacia el patio de la iglesia, destrozando los techos de las salas a su paso mientras la espalda del emperador abría un rastro de escombros. Finalmente emergieron bajo la luz de la luna, con el emperador malherido. Sin darle un respiro, Aspasia le asestó una brutal patada en el estómago que lo catapultó todavía más alto en el aire.
Nuestro protagonista ignoró el dolor desgarrador de sus músculos tras las colisiones y encendió fuego en sus pies, logrando mantenerse a flote. Cubrió sus puños con llamas y salió disparado hacia su enemiga.
"¡NADA SUPERA EL PODER DE LA FE!" gritó Aspasia, recubriendo sus manos de hielo antes de lanzarse contra el emperador.
Los dos comenzaron a colisionar a toda velocidad, sus puños chocando sin descanso y generando una densa niebla de vapor fruto de la fusión entre el fuego y el hielo. Marco descendió de golpe, esquivando los últimos golpes de la sacerdotisa, y la agarró por los tobillos, lanzándola con fuerza al interior de la iglesia. Acto seguido, abrió la boca y expulsó un tornado de llamas que envolvió el cuerpo de su rival.
Atrapada en un torbellino ardiente, Aspasia atravesó una pared y aterrizó en el presbiterio. Cayó de pie, frenando a propósito, y observó cómo nuestro protagonista se aproximaba a toda velocidad. Con un patadón al suelo, liberó decenas de tentáculos viscosos que emergieron de las grietas como bestias furiosas.
Marco los esquivó con agilidad desde el aire: ladeó el primero, saltó el segundo, aterrizó sobre el tercero y corrió sobre él antes de deslizarse bajo el cuarto. Pero el quinto apareció desde el techo, cerrándole el paso en seco; en cuestión de segundos, fue atrapado en una prisión tentacular que lo apretaba hasta asfixiarlo.
"¡Muere!" sonrió Aspasia mientras su magia apretaba con fuerza.
Pero un estallido de fuego azul se expandió con violencia, destrozando los tentáculos que lo aprisionaban.
"¡ASPASIA!" bramó, disparando una lluvia de esferas ígneas azules contra su contrincante.
La suma sacerdotisa giró sobre sí misma, alzando un grueso muro de cristal que la protegió de todos los proyectiles. Acto seguido, dio una palmada: la barrera se resquebrajó en mil fragmentos y, con un soplido furioso, evocó un tornado que lanzó los cristales contra Marco.
El joven descendió al suelo y se cubrió tras un trozo de columna que lo resguardó de la lluvia afilada. Apoyó ambas manos sobre la piedra, encendió fuego en sus codos para potenciar el empuje y arrojó el bloque hacia su contrincante.
Aspasia transformó su brazo en una inmensa cuchilla que partió la columna en dos. Enseguida invocó uno de los hechizos de su querida apóstol Panoplia, arrastrando momentáneamente a Marco a su dimensión: la de el puente colgante con un suelo plagado de pinchos afilados.
El espacio reducido jugaba en contra del emperador. Mientras Marco trataba de orientarse, Aspasia unió ambas manos y concentró una densa energía mágica, disparándola en forma de esfera que arrasaba el puente y las jaulas a su paso.
Pero el emperador no se dejó vencer. Potenció su fuego azul al máximo, se lanzó como un proyectil girando a toda velocidad. Absorbió la energía del entorno y quemó el ataque enemigo, atravesándolo sin dificultad. Embistió a Aspasia con tal fuerza que la estampó contra la pared, cubriéndola de grietas hasta derrumbar la dimensión.
Ambos reaparecieron en el presbiterio. La sacerdotisa rodó por el suelo y, reaccionando con rapidez, invocó un titán de acero que descargó sus puños contra Marco, hundiéndolo contra el suelo y haciéndole sangrar por la frente.
Aún así, el emperador no cedió. Encendió su fuego con furia y, en un destello, salió disparado para propinar un brutal cabezazo a la sacerdotisa, lanzándola por uno de los agujeros de la sala hacia el vacío. Por suerte para ella, aterrizó sobre una de las islas flotantes.
"¡Si eso es lo que quieres, lo vas a tener!" gritó Aspasia, envolviendo su cuerpo en una armadura líquida plateada que brillaba bajo la luz de la luna.
Con un solo gesto evocó cientos de lanzas de plata y las disparó con suma precisión hacia Marco, que descendía tras ella. El joven las esquivó con maestría, pero la lluvia de proyectiles era abrumadora: una le rozó el costado izquierdo.
Herido, Marco cayó firme sobre la isla, donde unas manos de roca emergieron del suelo y lo sujetaron de los tobillos, inmovilizándolo. Frente a él, Aspasia aumentó el tamaño de sus guantes de plata y descargó un demoledor doble puñetazo que lo lanzó hasta la isla flotante de enfrente.
Nuestro protagonista se limpió la sangre de la boca y alzó la mirada justo cuando su rival descendía sobre él con una lanza de plata en mano. Al instante, su cuerpo se cubrió de llamas azules. Saltó de roca en roca y, en cuestión de segundos, alcanzó a Aspasia, descargándole un poderoso puñetazo en la cara que la lanzó contra una isla inferior.
La sacerdotisa reaccionó en el aire con un pequeño hechizo de curación que le devolvió la compostura. Giró hábilmente y apoyó los pies sobre una plataforma rocosa formada por restos de edificios. Entonces, la plata de su armadura se tornó en hueso: estaba haciendo uso de la coraza de su apóstol más poderoso. En su mano, una espada afilada surgió con un destello.
Con un simple gesto invocó esqueletos de la nada, pero Marco los redujo a cenizas danzando entre llamas mientras avanzaba hacia ella. En segundos, ambos se encontraron una y otra vez, chocando con furia mientras atravesaban el campo gravitatorio repleto de islas y escombros flotantes. En su carrera incluso pasaron frente al monje que descansaba despreocupado.
"¿E-Ese era Marco?" murmuró Keipi, sorprendido mientras se levantaba de la roca en la que estaba sentado. "Y esa mujer... su aspecto es igual al del tipo ese que nos enfrentamos en las ruinas de los Registros Akáshicos..."
En el cielo, una lluvia de esferas ígneas azules iluminó la noche. Aspasia las esquivó todas con precisión y evocó un gigantesco esqueleto que descargó un puñetazo contra Marco. Sin embargo, él giró sobre sí mismo hasta detenerse en una roca flotante, se envolvió por completo en llamas y alzó la mirada hacia la sacerdotisa.
"¡Tus ideas siempre han estado equivocadas, Aspasia! ¡No vas a traer felicidad de esta manera, lo único que haces es traicionarte a ti misma por un ideal imposible!" gritó Marco mientras su fuego tomaba la forma de un fénix que lo impulsaba hacia ella.
"¡YA VEREMOS! ¡YO SIEMPRE TENGO LA RAZÓN!" rugió Aspasia, invocando un gran escudo frente a sí.
Sin embargo, el fénix de Marco resultó ser más poderoso. Atravesó el escudo con violencia y embistió de lleno a la sacerdotisa, arrastrándola hacia abajo con una fuerza abrasadora. La empujó decenas de metros, envuelta en fuego y furia, hasta que ambos impactaron en el centro del coliseo derruido, provocando un estruendo que levantó polvo y piedras, dejando tras de sí un enorme cráter.
"¿M-Marco?" susurró Ashley desde las afueras del recinto. Agotada, tendida en el suelo, alzó la mirada para contemplar la silueta de su amigo de pie en medio de aquella devastación.
El joven estaba frente al cuerpo de Aspasia. Su figura, deformada por la fusión con el núcleo, comenzó a resquebrajarse como si fuese de cristal. Primero aparecieron finas grietas que recorrieron su piel, iluminadas por destellos de energía inestable. Luego, con un crujido seco, fragmentos enteros se desprendieron de su cuerpo: trozos de rostro, brazos y torso se hicieron añicos. Por un instante, Aspasia no parecía humana, sino una estatua rota que se desmoronaba lentamente ante el emperador.
"Este... es tu final." murmuró Marco, dejando escapar un suspiro. Dio media vuelta y comenzó a alejarse del recinto.
Pero entonces, una carcajada rompió el silencio.
"¡JAJAJAJAJA!" La voz de la sacerdotisa resonó desde detrás de él.
Nuestro protagonista se giró, incrédulo, y vio cómo el cuerpo de su enemiga empezaba a reensamblarse. Los fragmentos que habían estallado en pedazos regresaban a su lugar, encajando como si fueran piezas de un rompecabezas maldito. Aspasia se levantó, ahora con un aspecto aún más aterrador, como una furia inmortal que desafiaba las leyes de la vida y la muerte.
"N-No me jodas..." suspiró Marco, apretando los dientes.
"¡IDIOTA! ¡JAJAJAJA! ¡YA NO SOY SOLO ASPASIA, TAMBIÉN SOY EL NUEVO TESTAMENTO! ¡Y SABES DE SOBRA LA ÚNICA MANERA DE ACABAR CON ÉL!" gritó la sacerdotisa, enloquecida, con los ojos desorbitados.
"Destruir... los dos núcleos al mismo tiempo... o en un corto plazo de segundos..." murmuró nuestro protagonista, mientras una gota de sudor resbalaba por su rostro.
"¡EXACTO!" bramó ella, liberando una onda de poder devastadora. El impacto lanzó a Marco varios metros por los aires, estampándolo contra los restos de una columna. "¡NADIE SE ATREVERÁ A DESTRUIR EL OTRO NÚCLEO, EL QUE SE ENCUENTRA EN LA DIMENSIÓN DE LOS DEMONIOS! ¡QUIEN LO INTENTE QUEDARÁ ENCERRADO ALLÍ PARA SIEMPRE Y MORIRÁ A MANOS DE ESOS SERES BAÑADOS EN CRUELDAD! ¡POR ESO, SÉ QUE SIEMPRE SERÉ INMORTAL! ¡NADA NI NADIE VA A DETENERME, NI SIQUIERA TÚ! ¡JAJAJAJAJA!"
"Mierda..." gruñó Marco, incorporándose a duras penas. Aunque todo pintaba mal, no podía rendirse.
"¡ES TU FINAL, VERDADERO EMPERADOR!" rugió Aspasia, sonriendo con locura.
Continuará...
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