Marco fue engullido por el mar de magma que rodeaba las ruinas de la biblioteca. La superficie ardiente borboteó unos segundos, como si celebrara haber tragado al emperador.
"¡¡¡MARCOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!!!" gritó Theo, con lágrimas desbordándole los ojos, impotente mientras veía a su amigo desaparecer bajo aquel océano incandescente.
Pero no tuvo tiempo para lamentarse. El futuro se desplegó ante él como un espejo roto y, sin pensarlo, se lanzó hacia atrás a toda velocidad. En el mismo instante, un tornado de viento afilado reventó el aire donde había estado un segundo antes.
"¡Mierda! ¡¿Cómo se supone que voy a enfrentarme yo solo a ella?!" exclamó Theo, con la voz rota.
Aspasia no respondió. Un rugido gutural salió de su garganta mientras una densa melena roja brotaba de su cráneo, retorciéndose en mechones afilados que danzaban por el campo de batalla como cuchillas vivientes.
El portador de la deidad zigzagueó a toda velocidad por el campo de batalla, anticipando los futuros en los que era atravesado. Cada mechón buscaba cortarlo en pedazos, y él se deslizaba entre ellos con movimientos desesperados. Finalmente, un edificio en ruinas bloqueó su ruta de escape. No le quedó más remedio que rodearlo, flotando por la fachada, mientras el cabello enemigo destrozaba las cristaleras con un estruendo de dagas rompiéndose.
Descendió de golpe, apoyando un pie en un pedazo de roca que flotaba sobre la lava. Pero el agotamiento físico le jugó una mala pasada: perdió el equilibrio y cayó de rodillas, golpeándose y abriéndose la nariz contra la piedra ardiente.
"Mierda... solo me quedan treinta segundos más..." pensó, con la respiración entrecortada. "¿Acaso... eso es todo?"
Levantó la mirada hacia el mar de magma, y entonces lo vio. Una chispa, un destello en el interior de las profundidades. Sus ojos se abrieron con asombro. Ese simple detalle encendió su esperanza.
Rápidamente se elevó otra vez, escapando por los pelos de los mechones rojos que intentaban perforarlo. Ascendió pegado a la pared destrozada de un rascacielos, esquivando al límite mientras el cabello lo acosaba sin descanso.
En ese instante, el tiempo se acabó. El futuro desapareció de sus ojos como un libro que se cierra de golpe. Cayó en picado, sin poderes, cruzando la terraza semiderruida y protegiéndose con los brazos cuando su cuerpo se estrelló contra el hormigón agrietado.
"Lo siento, Theo." murmuró Horacio en su interior. "Pero... eso fue todo."
El pequeño sonrió entre jadeos, con sangre bajándole por la nariz. "No te preocupes, Horacio... No necesito ver más el futuro... porque ya sé lo que sucederá. Marco ganará esto."
De pronto, el magma entero cambió de color. Pasó del rojo incandescente al azul eléctrico, iluminando las ruinas como si un nuevo sol hubiese nacido bajo tierra.
Aspasia detuvo su ataque y clavó sus ojos vacíos en aquel espectáculo.
Del ardiente mar azul emergieron decenas de manos llameantes, que se alargaron intentando atrapar su cuerpo. La sacerdotisa saltó de roca en roca esquivándolas, hasta que varias la rodearon por completo. Con un rugido furioso, liberó una esfera de agua a presión que estalló a su alrededor, solidificando y quebrando aquellas manos azules.
De entre la lava emergió Marco, envuelto en llamas del mismo color que el océano que había reclamado. El fuego azul danzaba a su alrededor como un aura viva, expandiéndose en oleadas.
"Resulta que soy inmune al calor gracias a mi magia ígnea." dijo, con una sonrisa orgullosa, mientras el magma azul chisporroteaba bajo sus pies. "Solo... tardé un poco en absorber toda la energía mágica del terreno para hacerla mía."
"¡¡¡ESO ES, MARCOOO!!!" gritó Theo emocionado desde lo alto del rascacielos.
"Es increíble..." susurró la Biblioteca, impresionado.
"Porque él lo es." respondió Theo, con una sonrisa empapada en lágrimas. "No necesito ver más el futuro. Porque sé que él... va a ganar esto. ¡PORQUE ÉL ES MI EMPERADOR!"
Aspasia lanzó su melena al ataque, los mechones danzaban en zigzag como látigos rojos buscando despistar a Marco y atraparlo. El emperador encendió sus tobillos en llamas azules y, con movimientos ágiles, danzó entre aquellas cuchillas vivientes, esquivando por centímetros cada embestida. Al acortar la distancia, extendió la mano hacia el pecho enemigo y disparó un tornado ígneo a bocajarro. La explosión la catapultó por los aires, haciéndola rodar entre la lava incandescente.
La sacerdotisa se incorporó de un salto, furiosa, y alzó los brazos. Con un simple gesto telequinético, los restos de los edificios derruidos se levantaron en masa. Columnas, vigas y fragmentos de cemento comenzaron a girar a su alrededor y, sin pestañear, los lanzó hacia nuestro protagonista como una lluvia de meteoros.
El emperador apagó sus talones y descendió hasta la superficie del magma. Sus pies se hundieron apenas un instante antes de que las llamas lo envolvieran, permitiéndole surfear sobre el mar ardiente con una velocidad imposible. Esquivó los proyectiles que caían en cascada, saltando de ola en ola de lava como si esta respondiera a su voluntad. Al reunir toda su energía en los puños, los cubrió de fuego azul y se lanzó directo contra su enemiga.
El choque fue brutal. Ambos colisionaron sus extremidades en el aire, liberando una onda de choque que sacudió la zona como un trueno. La presión levantó columnas de lava hacia el cielo, revelando por un instante el suelo ennegrecido bajo aquel océano de fuego. Tras el primer impacto, se desató un intercambio de golpes frenético: puño contra garra, fuego contra músculo, cada colisión resonando como martillazos en una fragua. Avanzaban y retrocedían sobre el terreno tumultuoso, destruyendo todo a su alrededor.
"¡Vamos... tú puedes!" gritó Theo desde lo alto, con el corazón latiendo a mil.
La voz de Horacio resonó en su mente, grave y serena: "No estoy tan seguro..."
"¿Eh? ¿Por qué?" preguntó el pequeño, con el alma en vilo.
"Porque la única forma de destruir al Nuevo Testamento..." explicó la Biblioteca con solemnidad, "es destrozando sus dos núcleos al mismo tiempo. No hay otro camino, no existen los milagros."
"¿N-No hay... otra forma...?" Theo abrió los ojos, incrédulo.
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Campamento improvisado.
Nicole terminó de sanar las heridas de Ryan. El sudor le empapaba la frente, y su respiración era pesada, agotada.
"¿Estás bien?" le preguntó Carter, preocupado mientras le ofrecía un vaso con agua fresca.
"Deberías descansar..." le suplicó Lily, revoloteando a su alrededor.
"Sí..." respondió entrecortada. "Usé bastante magia con mi modo angelical para sanar todo el campo de batalla y la maldición que tenía Marco... y acabo de gastar casi toda la energía que me quedaba en cerrar sus brazos cortados..."
"Debe de ser duro sanar a tantos heridos... y ver cuerpos en estados tan horrorosos..." murmuró Viktor, con un deje sombrío en la voz.
"Por desgracia, en un campo de batalla... te acabas acostumbrando a ello." sonrió la sanadora con suavidad, aunque sus ojos revelaban cansancio.
Gretel, que había permanecido en silencio, giró la cabeza hacia donde su hermano vigilaba el campamento. Pero al hacerlo, un escalofrío le recorrió la espalda: Hansel ya no estaba allí.
"¿Hansel?" dijo, sorprendido.
"¿Qué ocurre?" preguntó Lily, tensándose al instante.
"Mi hermano... ¡No está!" exclamó asustado, saliendo del campamento y recorriendo con la mirada cada rincón de los alrededores.
"¿Qué?" Nicole se levantó de golpe, aún débil, pero dispuesta a ayudarla en la búsqueda.
"Pero... ¿este tío?" murmuró Viktor, frunciendo el ceño.
Entonces, el canal telepático volvió a abrirse de golpe en sus mentes. Una voz resonó en todos ellos.
"Hola a todos."
"¿Esa voz...?" dijo Carter, con los ojos abiertos de par en par.
"¡Hansel!" gritó Gretel, desesperado al escucharle en su cabeza.
"Pero... ¿dónde coño está?" masculló Viktor, tensando la mandíbula.
La voz volvió a hablar, fría, distante, sin titubeos: "Soy Hansel, el traidor."
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Campamento médico.
"Soy Hansel, el traidor."
"¿Ese no es el tío del viento que estaba con Marco?" preguntó Terón, derribando a un demonio de un puñetazo que lo hizo volar varios metros antes de estrellarse contra el suelo.
"Sí..." respondió Nathalie, entrecerrando los ojos mientras trataba de procesar lo que oía. Un silencio extraño se coló en su voz. "Pero... ¿por qué está diciendo eso?"
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Cielo de Accuasancta.
Sin un atisbo de miedo, envuelto en su magia de viento, el joven ascendía sin mirar atrás. Superaba en altura incluso la isla flotante donde se alzaba la iglesia, cada ráfaga elevándolo más allá de todo lo conocido.
"Quería pediros disculpas... a todos, en estos últimos momentos." Su voz temblaba, y en sus ojos brillaba un rastro de lágrimas contenidas. "Fui un completo imbécil al permitir que todo esto sucediera... solo por el bien de mi hermano gemelo."
"Hansel..." murmuró Gretel desde el campamento, su cuerpo entero sacudido por los nervios. "¿Por qué dices esto...? Parece... parece una despedida."
El joven siguió ascendiendo, con el viento envolviéndolo como un manto, alejándolo de todos mientras usaba sus tornados para destruir los demonios que se le aproximaban.
"Muchas vidas fueron apagadas hoy por culpa de mis malas decisiones... Y entre ellas, la de una persona maravillosa, alguien que me ayudó a crecer, a volverme más fuerte... Y ni siquiera tuve tiempo de darle las gracias como debía." pensó en Morgana.
El aire a su alrededor vibraba como si compartiera su dolor.
"Lo sé... todo esto es mi culpa. Por ser un imbécil que no supo detenerse a pensar una milésima de segundo... que dejó que el vínculo con su hermano pesara más que la razón. Y no me di cuenta de lo que estaba haciendo mal... hasta que vi aquella expresión en su rostro. Esa decepción grabada en sus ojos..."
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Campo de lava.
"¿Hansel?" murmuró Theo, incrédulo, con el corazón encogido. "¿Por qué estás diciendo eso...?"
En ese instante, Marco se deslizó sobre el mar de lava como si fuese parte de él. Se coló bajo las defensas de Aspasia y, con un giro brutal, le asestó una patada ígnea que la catapultó hacia el cielo. No se detuvo ahí: encadenó golpe tras golpe, cada patada elevándola más y más, como si quisiera expulsarla hacia el firmamento.
La sacerdotisa, furiosa, abrió la boca y liberó un rayo cegador. Marco respondió con un tornado de fuego comprimido, un rugido ígneo en miniatura. Ambos ataques chocaron en mitad del ascenso: el rayo la empujó hacia arriba, mientras la explosión arrastró a nuestro protagonista de nuevo al ardiente mar de llamas.
El cuerpo demoníaco de Aspasia continuó elevándose, atravesando la oscuridad de la noche como una antorcha enloquecida.
"Hansel..." pensó Marco, sumergiéndose en la lava mientras su aura ardía más y más. "Sé lo que pretendes... Por eso confiaré en ti. Y ganaré."
Con un rugido interior, comenzó a girar dentro del magma, atrayéndolo hacia sí como si todo aquel océano ígneo respondiera a su voluntad.
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Cielo de Accuasancta.
"Gretel… perdóname por haber sido una mierda de hermano y por no haberte dado más momentos a tu lado." Hansel hablaba con la voz rota. "Eres lo único que realmente me importa en este universo y no supe protegerte ni escucharte cuando tocaba. Por mi culpa acabaste en manos de Aspasia y el mundo terminó como está ahora."
"¿Qué dices, tonto?" gritó su hermano desde el campamento, las lágrimas asomando en sus ojos. "¡No es tu culpa! ¡No te cargues con algo que no te pertenece!"
Nicole se acercó y abrazó a Gretel, apretándolo contra sí. "Gretel…" murmuró, mirando al cielo con la voz temblorosa.
El viento lo llevaba, pero poco a poco Hansel se acercaba a una de las grietas dimensionales que surcaban el firmamento. Su cuerpo temblaba; las lágrimas le resbalaban por las mejillas mientras pronunciaba cada nombre como si fuera un rezo.
"Si hubiera sido mejor hermano, podría haberte salvado a tiempo y todo esto no habría ocurrido. Por eso quiero pedir perdón a todos los que estáis aquí: por los que han caído, por los que siguen luchando con el cuerpo hecho trizas. Lo siento."
Las palabras se le atragantaron. El temblor en sus manos delataba el miedo.
"Keipi… gracias por recibirme siempre con una sonrisa. Te envidiaba por esa amistad con Marco y por lo fuerte que eres… Eres una persona increíble y espero que sigas así siempre." dijo con la voz quebrada.
El monje descendía en su ballena, y al oírlo, su propio rostro se humedeció. "Hansel…" respondió con la voz rota.
"Ashley… gracias por hacerme sentir parte del grupo, por entrenarme y mostrarme que tengo valor." La voz de Hansel se hizo más firme por un instante.
"¡No hables como si fueras a morir, imbécil!" respondió la joven, indignada y con lágrimas en los ojos, incapaz de enfadarse del todo.
"Ryan… Cecily… fuisteis unos amigos increíbles. Me encantaban las noches en el dirigible, los cotilleos y los postres que Theo y Lily nos preparaban. Nunca olvidaré esos momentos; vosotros cuatro me hicisteis sentir más familia que la que creía tener."
Ryan, inconsciente, no escuchó nada, pero los demás se rompieron en sollozos. Cecily, tendida en el suelo junto a Shouri, lloraba sin consuelo: "Bobo… yo quería seguir comiendo galletas contigo mientras me contabas cosas de tu pueblo natal…"
"Nathalie… eres una tía increíble. Ojalá hubiéramos tenido más tiempo para conocernos. Cuida de los demás por mí." Las palabras salieron entrecortadas, cargadas de gratitud.
"Me habría encantado ser tu amiga, Hansel." dijo Nathalie, mirando al cielo con sinceridad.
Cuando su cuerpo cruzó la grieta, la atmósfera cambió. La demoniaca dimensión se desplegó ante él: cielo enrojecido, silencio viscoso. Hansel buscó con la mirada el núcleo del Nuevo Testamento, concentrando cada fibra de su ser.
"Y Marco…" susurró, como si dirigiera la última petición a alguien que quizá ya no pudiera oírlo. "Eres la persona más increíble que he conocido. Seguramente no estés de acuerdo con lo que voy a hacer y seguramente me odies por ello, pero pese a todo quiero hacerte una última petición egoísta: llévate a mi hermano de viaje contigo. Cuídalo como a uno más de la familia. Haz que sienta la calidez que vosotros me habéis dado estas semanas. Que sepa lo que es tener amigos de verdad."
Las lágrimas le brotaban sin control. Sabía, con una certeza helada, que su vida probablemente terminaría con aquello.
"¡Lo haré!" gritó Marco, con lágrimas ardiéndole en los ojos mientras el magma de toda la zona giraba en espiral a su alrededor, atrayéndolo como si el campo entero respondiera a su voluntad.
Entonces, al alzar la mirada, sus pupilas se cruzaron con el brillo ominoso del Nuevo Testamento en la dimensión demoniaca.
"¡EN UN MINUTO DESTRUIRÉ EL NÚCLEO! ¿¡ESTÁS LISTO, MARCO!?" rugió Hansel, desbordando energía mágica que iluminó el cielo desgarrado por las grietas.
"¡LO ESTOY, HANSEL!" respondió Marco con el fuego encendido en la mirada y el cuerpo entero vibrando de determinación.
El aire temblaba. La cuenta atrás había comenzado.
Continuará...
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