martes, 16 de septiembre de 2025

Ch. 232 - La despedida de los héroes

Cementerio de Accuasancta

Los guerreros que habían participado en la batalla contra el Nuevo Testamento y los habitantes de la ciudad se reunieron aquella tarde para despedir a todos aquellos que habían perdido la vida en la gran guerra.

Los ataúdes avanzaban en hileras, cargados con solemnidad por los compañeros que aún seguían con vida. Algunos, sin embargo, estaban vacíos; los cuerpos de ciertos héroes se habían perdido para siempre, como era el caso de Hansel y Morgana. Aún así, se les rindió homenaje con un entierro simbólico, como muestra de respeto y agradecimiento por su sacrificio.

Y aunque muchos se oponían, gracias a la firmeza de Anaxandra también se les dio sepultura a los restos de su difunta madre. A pesar de todo lo ocurrido, había dedicado su vida a las personas, y aquel hecho resultaba innegable.

El silencio se mezclaba con los sollozos mientras la gente se despedía de sus compañeros, observando cómo eran depositados bajo tierra. Fue entonces cuando Nicole, con paso tembloroso, intentó acercarse al ataúd de su maestra. Pero los nervios la detuvieron.

Marco, al notar su duda, le tomó la mano y entrelazó sus dedos con los de ella. "Yo te acompaño" dijo con una sonrisa tranquila.

"Gracias…" susurró la sanadora, con los ojos humedecidos.

Ambos se acercaron al féretro donde solo descansaban las ropas que Morgana había dejado tras su sacrificio. No había cuerpo que llorar, pero sí recuerdos, y la joven necesitaba despedirse de ella.

"Nunca he podido devolverte todo el bien que me hiciste, maestra" comenzó la joven, con la voz quebrada. "Me sacaste de aquel infierno al que estaba obligada a llamar hogar. Me diste un techo, una familia que me quería, un lugar en el mundo. Me entrenaste a tu lado, confiaste en mí para suceder al ángel que te cuidaba… y al final, diste tu vida para que nosotros tuviéramos un mañana. Nunca podré agradecerte lo suficiente." Las lágrimas brotaron sin freno mientras recordaba sus días en Fémina.

Marco la acompañó, apoyando su voz sobre el silencio. "Yo también quería disculparme. Luchamos juntos para salvar el futuro, pero no fui capaz de salvar el tuyo. Aún así… quiero darte las gracias. Gracias a ti, Theo sigue con vida, porque le entregaste tu deidad. Ese gesto te convierte en la persona más honorable que he conocido. Morgana, nunca te olvidaré."

Se apartaron lentamente, de la mano, mientras Nicole lloraba en el pecho de nuestro protagonista.

Un poco más lejos, Gretel se mantenía en silencio frente al ataúd de su hermano. Sus dedos acariciaban la madera con una mirada perdida.

"Quizá solo sea mi mente engañándome, aferrándose a la idea de que sigues vivo en esa dimensión para no caer en la desesperación" murmuró con tristeza. "Pero quiero creerlo, Hansel. Eres un paladín del emperador… no cualquiera llega a serlo. Así que, hasta que encuentre la forma de salvarte… sobrevive."

Nathalie, a unos metros, lo observaba con ternura, como una madre orgullosa. Alzó la vista al cielo, dejando que sus pensamientos volaran más allá. "No sigas haciendo llorar a tu hermano, Hans… Mantente con vida."

Algo más apartada del resto, Yumeki observaba el entierro recostada contra un árbol, mientras Frost, en su forma de oso polar, descansaba tumbado a su lado.

"¿No quieres ir a despedirte?" irrumpió Keipi, acercándose con calma.

"La verdad es que no tengo nada que decirle. Siempre fui sincera con ella y nunca me quedé con las ganas." respondió, sacando una piruleta del bolsillo y ofreciéndosela al monje.

"No, gracias." sonrió despreocupado, apoyando también su espalda en el tronco. "Sé que eres una tipa dura y que te gusta dar ese aire de grandeza, pero... no pasa nada por mostrarte vulnerable de vez en cuando."

"¿Y no crees que sería débil?" replicó ella, con un deje serio.

"Para nada. Ser capaz de llorar por alguien que quieres no es signo de debilidad, sino de valor." contestó el monje con serenidad.

Yumeki se separó del árbol y se colocó frente a él. Entonces, apoyó la cabeza sobre su pecho y las lágrimas comenzaron a resbalar por sus mejillas.

"Entonces... permite que llore un poco." murmuró, aún intentando aparentar dureza.

"Eres de lo que no hay." sonrió Keipi, rodeándola con un abrazo cálido, dispuesto a acompañarla en aquel momento de vacío.

"¿Sabes?" comenzó Yumeki tras un rato en silencio. "Hace muchos años fingí ser una pobre niña indefensa para atraer enemigos y darles caza... y Morgana, creyendo que estaba en peligro, me teletransportó a su dimensión para ayudarme."

"¿En serio?" rió el monje. "¡Pero si ella podía ver el futuro y saber lo que andabas planeando!"

"¡Eso mismo le dije!" exclamó Yumeki, esbozando una sonrisa entre lágrimas. "Pero la muy pedorra me confesó que no lo miró, que simplemente actuó sin pensar porque me vio en peligro. Tenías que ver su cara cuando descubrió quién era y por qué había hecho eso."

"Seguro que fue un espectáculo." rió Keipi.

"Lo fue. Pero aquel gesto me hizo entender su corazón. Me hizo sentir vista... algo que solo tú habías logrado antes." se sinceró, abrazándolo con más fuerza mientras se sonrojaba.

"Pero si tú siempre eres vista… la gente te conoce, te respeta." se sorprendió Keipi, aún sin comprender del todo.

"No lo entiendes. La gente ve a Yumeki, la leyenda de la nueva generación. Pero no ven a Yumeki Kasano, una chica de Akitazawa que solo quería una vida normal." explicó con tristeza. "Nunca me trataron como a un igual. Siempre era la superior, la intocable. Me ofrecían comida, alojamiento, respeto... pero a la hora de la verdad, nadie se atrevía a darme la mano cuando me sentía sola."

"Oh... creo que empiezo a entenderlo." dijo Keipi, estrechando más el abrazo.

"Cuando me invitaste a jugar aquel día con tu amigo, sentí que por fin alguien quería estar con Yumeki Kasano, no con la leyenda. Y eso me hizo feliz." continuó. "Esa fue la misma sensación que Morgana me dio. Por eso la seguí, por eso me hice su amiga y su aliada más fiel. Y por eso también me duele que su final haya sido así... porque merecía un futuro más prometedor."

Se apartó un instante para secarse las lágrimas. Keipi, con una ligera sonrisa, la observó.

"¿De qué te ríes ahora?" preguntó Yumeki, frunciendo el ceño.

"De nada. Solo me alegra ver a mi maestra mostrando un poco de vulnerabilidad." respondió él.

"¡Idiota!" replicó sonrojada. "¡Que quede claro, esta es la única vez que me verás así!"

Keipi estalló en carcajadas. "¡Jajajaja!"

Yumeki, intentando recomponerse, cambió de tema: "En fin... por desgracia debo partir a Akitazawa en una hora. Los superiores quieren un informe sobre mi ausencia, y tendré que explicar todo lo ocurrido. No puedo perder más tiempo."

"¿Entonces no estarás en el bautizo sucesional de Anaxandra mañana? ¿Ni en la fiesta de después?" preguntó sorprendido.

"No. De hecho, debería irme ya para alcanzar el dirigible." respondió mientras Frost volvía a su forma de espada para poder llevarlo más cómodamente.

Keipi se enderezó y sonrió con convicción. "Gracias por haberme entrenado y por hacerme alguien digno de proteger a Marco. ¡Seguiré esforzándome hasta lograr el cien por cien de la manifestación, como tú!"

"Eso es. Entrena, hazte fuerte... lo suficiente como para derrotarme si algún día el destino nos obliga a enfrentarnos." contestó Yumeki.

"¡Lo haré!" afirmó el joven con su sonrisa despreocupada.

De pronto, ella se detuvo en seco.

"¿Qué ocurre?" preguntó Keipi.

Yumeki se giró de improviso, lo sujetó de la camiseta y lo atrajo hacia sí. Sus labios se fundieron con los de él en un beso cálido y repentino.

"Estoy enamorada de ti." confesó tras separarse apenas un instante. "Así que no mueras hasta que volvamos a vernos... y puedas darme una respuesta."

Antes de que Keipi pudiera reaccionar, la espadachina salió huyendo apresuradamente.

"Y-Yumeki..." murmuró el monje, paralizado por la sorpresa.

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A unos pocos metros de aquella escena.

La espada de Takashi se deslizó de sus manos y cayó al suelo con un sonido metálico cuando vio, incrédulo, cómo Yumeki besaba a la persona que tanto amaba.

"No fastidies..." murmuró Carter, boquiabierto.

"¡Ta-Takashi! ¡Tranquilo! ¡Ha sido esa tía la que lo ha besado, no él!" exclamó Viktor, intentando calmarlo.

"¡Eso, eso! Seguro que es otra que está coladita por él, ¡pero eso no significa nada!" añadió Lola con voz temblorosa, buscando que su amigo no perdiera la calma.

Takashi, sin embargo, no respondió. Se inclinó lentamente, recogió a Jasper y, con la mirada apagada, se dio la vuelta.

"Vámonos al hotel a descansar." dijo con un tono seco, antes de alejarse sin mirar atrás.

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Unos minutos después.

Cuando todos terminaron de despedirse de los caídos, los ataúdes fueron enterrados con solemnidad, sellando al fin el descanso de aquellos que habían dado su vida en la batalla. El silencio que quedó después fue pesado, casi sagrado.

Poco a poco, la multitud comenzó a dispersarse, regresando a sus hogares, a los hoteles o a cualquier lugar donde pudieran pasar la noche, dejando tras de sí únicamente el murmullo del viento y el aroma fresco de la tierra recién removida.

La única que permaneció en el cementerio fue Anaxandra. Se sentó frente a la tumba de su madre, inmóvil, con la mirada fija en la lápida. El tiempo fue deslizándose sin que ella lo notara; las horas se diluyeron entre recuerdos y un nudo de emociones que no conseguía desatar. Para cuando levantó la vista, la luna ya se encontraba en lo alto del cielo.

A medianoche, unos pasos interrumpieron la quietud. Thanatos llegó al cementerio, acompañado por el resto de los apóstoles. El crujido de la grava bajo sus botas fue lo que anunció su llegada.

"¿Todavía sigues aquí?" preguntó el apóstol de la muerte con voz grave, deteniéndose frente a la tumba.

Anaxandra se incorporó despacio, alisándose el vestido con las manos antes de girarse hacia ellos. En su rostro había cansancio, pero también decisión.

"Veréis... es que quería hablar con vosotros." dijo al fin, y en sus labios se dibujó una sonrisa suave, aunque cargada de incertidumbre.

Continuará...

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