miércoles, 17 de septiembre de 2025

Ch. 233 - Una nueva Suma Sacerdotisa

Aeronave pública, rumbo a Akitazawa.

El vehículo atravesaba los cielos nocturnos de Leafsylpheria, iluminado por la luz plateada de la luna. En la terraza, Yumeki contemplaba el horizonte mientras la brisa agitaba su melena. A sus pies, Frost descansaba en su forma de oso polar, tumbado plácidamente.

“¿Estás segura de no querer escuchar su respuesta?” preguntó una voz grave de anciano a su espalda.

“Ah… eres tú, Haruto.” respondió sin sorpresa, girándose hacia el antiguo apóstol conocido como Xiphos.

El hombre ya no tenía el aspecto desaliñado de antaño. Se había recortado la barba y las greñas que le ocultaban el rostro; ahora su pelo azabache, corto y ordenado, dejaba ver sus rasgos típicos de Akitazawa. Una perilla bien cuidada, varias cicatrices marcando su piel y, por fortuna, ya no desprendía aquel hedor a estercolero que le caracterizaba.

“¿No crees que es de mala educación escuchar a escondidas?” continuó Yumeki con cierta ironía.

Haruto esbozó una sonrisa ladeada. “Reconozco que estuvo mal quedarme tras un árbol mientras lo abrazabas como si fueras una damisela en apuros. Pero al final fui a buscarte… por si se te olvidaba la hora de partida.”

“Excusas. Seguramente seas igual de chismoso que todos los demás.” replicó la espadachina, volviendo la vista hacia la luna. “Y sí… estoy segura de mi decisión. Ese chaval que se ganó mi corazón ha vivido siempre sin familia, aislado en un templo perdido de un país paupérrimo. No creo que sepa todavía lo que significa el amor, ni lo que pudo sentir con mi beso. Así que prefiero darle tiempo… que lo entienda a su manera.”

“Entonces hiciste bien, jovencita.” respondió Haruto con serenidad. “Pese a tu carácter afilado y tu fachada de dureza, se nota que eres alguien de buen corazón.”

“¿Y tú?” preguntó Yumeki, desviando la mirada hacia él con el objetivo de cambiar de tema. “¿No quisiste despedirte de la persona que te dio un propósito?”

“Para nada.” negó sin titubeos. “Aunque me sacara de la calle, no me ayudó a dejar el alcohol… porque así seguía siendo un títere útil. Pero no me malinterpretes, le estoy agradecido. Pero mi lugar no está en el recuerdo de lo que fui. Debo volver a casa y empezar de cero como Haruto… en Akitazawa.”

“Entiendo.” murmuró Yumeki con un leve asentimiento.

Haruto bajó la voz, casi como si hablara consigo mismo. “Porque… es la única forma de cambiar ese maldito país y la verdad que ocultan sus altos mandos.”

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Cementerio de Accuasancta.

Los apóstoles que aún permanecían en la ciudad decidieron visitar de noche la tumba de su maestra, evitando así las miradas de la multitud. Aunque habían sido perdonados, muchos seguían culpándolos de haber colaborado en la destrucción del mundo.

“¿Nos estabas esperando?” preguntó Phoné, quitándose los auriculares mientras observaba a la hija de su difunta maestra frente a la lápida.

“En efecto.” respondió ella con sinceridad.

“¿Y qué quieres de nosotros?” gruñó Aima, algo molesto.

“Tranquilo, vampiro.” lo calmó Kinaidos, apoyándole una mano en el hombro. “La chavala está siendo respetuosa.”

“El día de mañana seré coronada como la nueva suma sacerdotisa.” explicó Anaxandra. “Y antes de eso… quería hablar con vosotros, los apóstoles que sirvieron a mi madre.”

“Lo que quieres es despedirnos de nuestro puesto, ¿no?” intervino Panoplia, su voz resonaba bajo la armadura. “Al fin y al cabo, aunque muchos no compartíamos las ideas de Aspasia, la seguimos hasta el infierno por voluntad propia.”

“Es lógico que quieras echarnos a la calle.” añadió Pantera, cruzado de brazos. “No tienes que sentirte culpable.”

“¡Para nada!” exclamó Anaxandra con firmeza.

“¿C- cómo?” se sorprendió Thanatos. “Entonces, ¿qué deseas de nosotros?”

La joven respiró hondo y habló con el corazón. “Vosotros fuisteis los mejores amigos y aliados que tuvo mi madre, además también entiendo que ella os ayudó en el pasado a escapar de una vida miserable y que eso os hizo obedecerla y ayudarla pese a estar en contra de sus ideales. Pero a mayores, he vivido toda mi vida a vuestro lado... siempre me habéis hecho sentir como una más. Así que... ¡Tampoco puedo despedir a mis amigos así como así!"

“Anaxandra…” murmuró Panoplia, conmovida.

“Esta niña…” sonrió Pantera, enternecido.

“Sé que suena egoísta de mi parte…” continuó la joven, inclinando la cabeza. “Pero no quiero convertirme en suma sacerdotisa sin vuestra aprobación. Y, sobre todo… no quiero hacerlo si vosotros no aceptáis convertiros en mis apóstoles en esta nueva era para la iglesia.”

Thanatos, con gesto serio, la interrumpió. “¿Eres consciente de lo que propones? Si nos aceptas, te convertirás en el blanco del odio. Para quienes dan segundas oportunidades, quizá sea comprensible… pero para el pueblo, que solo vio las ruinas de sus casas que dejamos atrás, será todo un escándalo. Incluso podrían abandonar su fe al verte confiar en nosotros.”

“Es verdad.” asintió Kinaidos, sacando un pequeño espejo para retocarse los labios. “Para la historia siempre seremos los villanos y es algo, que estábamos dispuestos a aceptar al seguir el alocado plan de tu madre.”

“Lo sé.” respondió Anaxandra sin titubeos. “Pero mi madre me enseñó que las escrituras sagradas siempre dejan un lugar para el perdón de quienes se arrepienten. Con el tiempo, la gente comprenderá que no sois los monstruos que pintan los relatos… sino personas con cicatrices, igual que todos nosotros.”

Phoné sonrió dulcemente. “Chiquilla… corres un gran riesgo. Pero… gracias por tu bondad.”

Anaxandra respiró hondo y, esta vez, habló con solemnidad, alzando la voz:

“Os lo repito, pero sin esos estúpidos nombres que os impuso mi madre. ¡Azur (Thanatos), apóstol de la muerte! ¡Helías (Kinaidos), apóstol de la belleza! ¡Marisol (Panoplia), apóstol de la guerra! ¡Feraccia (Phoné), apóstol del sonido! ¡Rucán (Pantera), apóstol de la jungla! ¡Y Vladimir (Aima), apóstol de la sangre!” Se arrodilló ante ellos con reverencia. “¿Queréis que sea vuestra suma sacerdotisa… y vosotros mis nuevos guardianes?”

Los seis se miraron en silencio. Finalmente, Azur dio un paso al frente y se inclinó junto a ella.

“Levanta la cabeza, maestra.” dijo el apóstol de la muerte con voz grave. “No necesitas pedírnoslo dos veces. Si nos ofreces tu perdón… estaremos orgullosos de servir bajo tu legado.”

“¡Eso mismo!” añadieron Helías y Rucán con una sonrisa.

“Aunque…” murmuró Vladimir, suspirando. “Me costará acostumbrarme a que me llamen otra vez por mi verdadero nombre.”

“Poco a poco, hombre.” lo animó Feraccia.

“¡Jajajaja!” estalló Marisol, con un tono alegre jamás oído en su voz. “¡Nunca pensé que volvería a sentir algo así entre nosotros!”

Y bajo la luna, aquel vínculo entre maestra e hijos adoptivos de la guerra encontró un nuevo comienzo.

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Al día siguiente.

La ceremonia conocida como Bautizo Sagrado comenzó con la solemne procesión de Anaxandra a través de la iglesia, luciendo los atuendos oficiales que la proclamaban como la nueva Suma Sacerdotisa.

A su lado marchaban sus seis apóstoles, renovados bajo sus verdaderos nombres. El cortejo avanzó entre cánticos, hasta llegar al presbiterio, donde uno de los arzobispos tomó agua bendita y la derramó sobre la cabellera de la joven.

El lugar estaba abarrotado: nuestros protagonistas, leyendas bélicas, habitantes de Accuasancta y todo aquel guerrero que había sobrevivido a la batalla contra los demonios.

Como era de esperar, no todos aceptaban el perdón concedido a los apóstoles. El recuerdo de la destrucción seguía fresco. Sin embargo, al ser la voluntad directa de Anaxandra —una de las heroínas que había salvado el mundo— no pudieron negarse, siempre bajo la condición de que aquellos seis jamás volvieran a causar problemas.

“Anaxandra, ¿aceptas el título de Suma Sacerdotisa de la Iglesia de Yumeith?” preguntó el arzobispo, ofreciéndole una oblea.

“¡Acepto el título y prometo convertirme en la mejor de todas!” respondió con una sonrisa luminosa, dando un mordisco a la hostia sagrada.

Acto seguido, sus apóstoles coronaron su cabeza con una guirnalda de flores. En ese instante, quedó proclamada oficialmente como la nueva suma sacerdotisa, y su primera acción fue elevar un rezo en voz alta a Yumeith, su plegaria resonó con fuerza en las bóvedas del templo.

Entre los asistentes, Marco observaba en silencio. “Quién iba a pensar que aquella presentadora del torneo terminaría siendo una pieza clave para salvar el mundo…” murmuró.

“Y encima es un encanto de persona, con los ideales bien claros. Estoy segura de que la iglesia queda en buenas manos.” añadió Lily, posada sobre su cabeza.

“Ya te digo.” asintió Keipi, sonriendo despreocupadamente con naturalidad.

“Es sin duda la mejor opción.” opinó Theo con seriedad.

“Me pregunto a qué sabrá esa cosa que le dieron de comer.” intervino Ashley, relamiéndose los labios.

“Pff… ojalá tenga sabor a salsa barbacoa…” suspiró Ryan, babeando.

“¡Vaya par de glotones!” exclamó Cecily, dándoles un coscorrón.

“Esa oblea no tiene sabor.” explicó Gretel, ajustándose las gafas con calma.

“¿En serio?” se sorprendió Nathalie. “¡Pues que le echen un chorrito de vino tinto!”

“E-estáis hablando demasiado alto…” se quejó Nicole, ruborizada. “¡La gente nos está mirando!”

Efectivamente, varias cabezas se giraron hacia ellos. Marco, entre apurado y resignado, tuvo que levantarse a hacer una reverencia en señal de disculpa.

“Vaya grupo me ha tocado…” pensó con una sonrisa cansada pero feliz.

Al otro lado de la iglesia, Takashi no apartaba la mirada de Keipi.

“No pienso rendirme, Keichi…” susurró, con el puño cerrado. “Esta noche, en la fiesta… voy a confesarte lo que siento por ti.”

Continuará…

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