jueves, 18 de septiembre de 2025

Ch. 234 - Banquete

Palacio de Accuasancta.

Tras el bautizo de Anaxandra como nueva Suma Sacerdotisa, el palacio de la ciudad abrió sus puertas para una gran fiesta, a la que acudieron tanto los habitantes como los guerreros que participaron en la batalla contra el Nuevo Testamento.

La sala de fiestas estaba iluminada por candelabros dorados y lámparas de cristal que teñían los muros de destellos cálidos. Las mesas rebosaban de manjares, jarras de vino y dulces exóticos, mientras una orquesta llenaba el aire con melodías festivas que se mezclaban con el murmullo de las conversaciones y las risas. Tras la solemnidad del bautizo, la celebración se sentía como un desahogo colectivo: un instante de alegría compartida después de tanta sangre derramada.

Marco vestía un traje granate de corte sencillo, con corbata a juego, mientras que Keipi apostó por un estilo más desenfadado pero igualmente elegante: camisa blanca de manga corta bajo un chaleco azul marino, corbata y pantalones oscuros. Ryan, fiel a su carácter, se presentó con chaqueta de gala… pero sin camisa, mostrando orgulloso el pecho, en contraste con Gretel, que lucía un conjunto verde rematado con una pajarita sobria.

Theo, en cambio, desentonaba con todos. Como nuevo portador de la Deidad, estaba obligado a portar ropajes sagrados en este tipo de festividades: túnicas blancas con bordados dorados, telas semitransparentes que dejaban entrever su figura y un velo transparente que cubría su rostro. Descalzo, caminaba con cierto pudor, como si cada paso lo expusiera demasiado.

Las chicas brillaban con luz propia. Cecily estaba radiante con un vestido rosa que danzaba hasta las rodillas, mientras que Nathalie apostó por un traje de cola larga en tonos negros y azul marino, cuya silueta resultaba casi intimidante. Nicole prefirió algo más discreto, en blanco perlado y matices rosados que resaltaban su timidez. Y Ashley, desafiante como siempre, se negó a usar falda: en su lugar llevaba un traje anaranjado, llamativo y fiero, que encajaba perfectamente con su espíritu indomable.

"¡Este sitio es enorme!" exclamó Ryan con los ojos brillando al contemplar el salón.

"¡Y todos van elegantísimos!" añadió Ashley, anonadada al ver a sus compañeros de batalla en trajes elegantes, pues parecían completamente otros.

"En países con más dinero este tipo de fiestas son lo normal." explicó Nathalie con indiferencia. Un camarero le ofreció una copa en bandeja, pero ella agarró directamente la botella. "Para los que venimos de barrios pobres, es rarillo… pero oye, el rollo pijete no está mal."

Gretel suspiró, algo cohibido ya que era el único que proviene de un país más o menos estable económicamente hablando. "Cada vez que dices algo así me doy cuenta de que soy el único que tuvo una vida más o menos cómoda…"

“¡Marco! ¡Vamos a probar esos panes con queso fundido!” chilló Lily, tirando de la corbata de su compañero mientras babeaba con el aroma de la comida.

Nuestro protagonista sonrió. “Lo sabía. Te saltaste el desayuno solo para atiborrarte aquí. ¿Verdad?” Se giró hacia el resto. “¿Alguien más se apunta?”

“V-Voy…” dijo Nicole tímidamente, avanzando un paso. Cecily y Nathalie se miraron con sonrisas cómplices, como si intuyeran algo.

“¡Yo me voy a la otra mesa, que está llena de carne y tengo la boca que se me hace agua!” anunció Ashley, lamiéndose los labios.

“¡Ahí te sigo, hermana! ¡Dónde haya carne, ahí estaré yo!” gritó Ryan, yendo tras ella.

“Yo, si me disculpáis, tengo a una personita a la que quiero hablarle hoy.” comentó Cecily con un guiño antes de alejarse.

“¡Pues que no sea un pringado, por favor!” le gritó Nathalie a la distancia, riéndose.

Fue entonces cuando Takashi apareció, vestido con un impecable traje blanco con detalles negros. Caminaba con torpeza, la cabeza baja y el rubor marcado. A lo lejos, tras una columna, Lola y Carter lo animaban a escondidas.

“¡Ánimo!” susurraron al unísono.

Takashi tragó saliva y se acercó. “O-Oye, Keipi… ¿podemos hablar un momento a solas?”

“¡Claro! ¿Te va bien si salimos de esta sala tan ruidosa?” respondió el monje con naturalidad.

“¡Sí!” contestó, demasiado rápido.

Y así, el grupo volvió a reducirse.

“Vaya…” suspiró Nathalie, mirando alrededor. “Solo quedamos nosotros tres.”

“Creo que dos…” señaló Gretel, viendo cómo Theo era arrastrado por el séquito de sirvientas de Morgana hasta una mesa donde lo trataban como a un dios viviente.

“Este tío…” murmuró Nathalie, llevándose la mano a la frente. “¿Y ahora qué hacemos?”

Gretel respiró hondo y se giró hacia ella. “Bueno… no nos conocemos tanto, pero… ¿te apetece bailar?” Extendió la mano con una sonrisa tímida.

La semidemonio arqueó una ceja, divertida, y se la estrechó con entusiasmo. “¡De una!”

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Balcón del palacio.

Viktor sostenía una copa de vino, la vista perdida en el cielo azul que se teñía con los últimos reflejos del atardecer.

“¿Te molesto?” preguntó una voz suave a su lado.

El joven se giró sorprendido. Al ver que era Cecily, dejó escapar un suspiro de alivio y volvió la mirada al horizonte. “Para nada.” respondió con serenidad forzada.

Ella se sentó en la barandilla de piedra, cruzando las piernas con naturalidad y dedicándole una sonrisa cálida. “¿Estás mejor?”

“S-sí… aunque un poco decepcionado conmigo mismo.” murmuró, bajando la copa. “Estos días no fui de gran ayuda. Perdí contra ti en el Battle Royale y, durante la invasión, lo único que pude hacer fue evitar que Marco muriera hasta que Nicole llegó para curarlo.”

“Eso, a ojos tuyos, puede parecer pequeño…” dijo la ladrona con ternura. “Pero para Marco, eres quien le salvó la vida. Y eso vale más de lo que crees.”

Viktor la miró en silencio, respiró hondo y finalmente se armó de valor. “Lo siento mucho.”

“¿Eh? ¿Y eso?” preguntó ella, desconcertada.

“Por lo que te dije durante nuestro combate.” respondió con el rostro tenso. “Te solté cosas horribles porque tenía una visión equivocada de lo que significa ser parte de la comunidad trans. Pensaba que, por destacar en la sociedad, debíamos ser eficientes, perfectos… modelos a seguir. Pero estaba equivocado.”

“Oh… no imaginé que eso te pesara tanto.” murmuró Cecily, sorprendida.

“Déjame terminar, por favor.” suplicó él, apenado. “Toda mi vida sentí que era un error. Que decepcionaba a mis padres por no ser la chica que esperaban que fuera, sino un chico. Y cuando supe de ti, alguien como yo, que había llegado tan lejos, que hasta había ayudado a salvar un país entero… te puse en un pedestal. Te vi como alguien intocable, en vez de recordar que también eres humana. Y por eso… lo siento.”

Cecily no respondió al instante. En lugar de eso, rodeó sus hombros desde atrás y lo abrazó con suavidad.

“No te preocupes, cariño.” dijo con voz calmada. “Es verdad que la vida a veces nos carga con la presión de ser ejemplo para los demás… pero no tenemos por qué serlo. Nadie lo es. Ni las personas normativas, ni nosotros. Lo único que importa es que hagas lo que te haga feliz. Porque, Viktor, eres una persona maravillosa.”

El joven se quebró al escucharla. Las lágrimas brotaron sin freno.

“¿De verdad lo soy? ¿Soy maravilloso aunque la gente me odie por no ser como nací?”

“Siempre lo has sido.” susurró Cecily, estrechándolo con fuerza, como si en ese abrazo se fundieran dos hermanos de distintos padres, sanando viejas heridas.

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Habitación del palacio.

"¿Aquí te va bien para hablar?" preguntó Keipi, entrando a la sala acercándose a la cama de matrimonio que se encontraba en el centro.

"S-sí…" respondió Takashi, la voz entrecortada.

Priscilla, que dormitaba en la cabellera de su compañero, notó la tensión y salió disparada en forma de pajarito. Jasper, en su forma de lagarto, fue enganchado entre sus garras y ambos abandonaron la sala aleteando, dejando a los espadachines a solas.

"Anda… esta tía…" suspiró Keipi, sorprendido.

"Jajajaja, vaya par…" balbuceó Takashi, nervioso y rojo como una cereza, mientras cerraba la puerta tras él.

El monje lo miró, expectante. "¿Qué ocurre? ¿Está todo bien? Vi que conseguiste que Lovette se uniera al grupo… ¿Ha pasado algo con ello?"

El joven no respondió con palabras. De repente empujó a Keipi con decisión; nuestro protagonista cayó sobre la cama y Takashi, sin pensarlo, se subió sobre él.

"¡Ta-Takashi?" jadeó Keipi, sonrojado.

"N-no es justo…" murmuró, como si hablara consigo mismo.

"¿Cómo? ¿A qué te refieres?" preguntó el monje, sin entender a qué se refería su amigo.

"No es justo que ella llegue de la nada y se adelante a mis movimientos, sabiendo que yo he sido tu mejor amigo toda la vida." dijo Takashi ligeramente celoso, acercando su rostro al del monje. "Por eso… no voy a dejarla ganar."

Sus labios se encontraron en un beso cálido y firme. Las manos se enredaron; por un instante el mundo se redujo a ese contacto. Al separarse, Keipi quedó sin aliento.

"Takashi…" dijo apenas.

"Te amo." confesó con una claridad que dolía. "Estoy enamorado de ti desde hace años, Keichi. Sé que lo que has vivido te hace desconfiar del amor, así que no te pido una respuesta ahora. Pero no voy a quedarme de brazos cruzados. Quiero que lo sepas."

"Y-yo…" nuestro protagonista no hallaba palabras; su cabeza giraba entre sorpresa y confusión.

Takashi lo besó de nuevo, suave, urgente. "No digas nada… por favor. La próxima vez que nos veamos, espero que tengas los sentimientos claros y puedas darme una respuesta. Hasta entonces, no volveré a besarte."

Se incorporó con rapidez y salió de la habitación ipso facto y recogió a Jasper que saltó a su hombro.

Poco después, Priscilla volvió a su forma humana y entró a la sala. Se acercó a la cama y se tumbó junto a Keipi, apoyando la cabeza en su pecho mientras lo abrazaba con ternura. "¿Todo bien?" susurró.

"No sé." respondió él, acariciando con sus manos la cabellera de su compañera. "Primero Yumeki… y ahora Takashi… no entiendo muy bien qué pasa en mi corazón, pero…"

"¡Peeero!" apremió con impaciencia juguetona.

"A-ambos besos me gustaron." dijo Keipi, y el rubor le subió hasta las orejas.

"Jajaja, es normal, Kei." rió Priscilla, apretándole con cariño. "Hay gente que se siente atraída por ambos géneros. No es algo raro. Solo tienes que descubrir qué quieres, a tu ritmo."

"Su-supongo…" murmuró avergonzado. "Por cierto, ¿por qué volviste a la forma humana?"

"Ya sabes que ahora tienes el poder suficiente para que pueda hacerlo cuando quiera, pero sigo prefiriendo ser un pajarito en tu cabeza." respondió ella con una sonrisa. "Sin embargo, pensé que quizá necesitabas un abrazo bien fuerte."

"Pues sí…" dijo Keipi, estrechándola con ternura. "Al final, tú también eres mi mejor amiga, Pris."

"¡Pues claro!" afirmó ella, acurrucándose más con una sonrisa juguetona.

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Sala de fiestas.

Con la llegada de la noche, el ambiente festivo alcanzó un nuevo nivel.

Los apóstoles se unieron a la celebración, compartiendo mesa y risas con aquellos mismos guerreros contra los que habían luchado hacía apenas unos días. Ni rastro quedaba de la sangre ni del odio; incluso Terón y Feraccia —antes conocida como Phoné— alzaron sus copas entre risas, brindando sin resentimiento.

El simple hecho de comer juntos había abierto la puerta a un lazo inesperado, y esa visión hizo sonreír a Anaxandra con ternura.

"¿Lo ves, mamá? La verdadera amabilidad cura heridas invisibles", pensó, evocando en silencio la figura de Aspasia.

En un rincón, Ashley y Ryan fueron derrotados estrepitosamente por Shouri en un concurso de carne, quien, entre vítores, se autoproclamó como “la leyenda hambrienta”.

Mientras tanto, Cecily y Viktor se unieron a Nathalie y Gretel en la pista de baile. La semi-demonia no desaprovechaba ninguna ocasión para atrapar una nueva botella de vino, y su compañero no podía evitar sonrojarse ante sus movimientos desinhibidos para hacerse con ellas.

Rucán y Marisol —antes Pantera y Panoplia— los observaban con una chispa de celos, hasta que el hombre bestia, incapaz de resistirse, tendió la mano a su compañera. El intenso vals que interpretaron en el centro de la sala atrapó todas las miradas.

"Mira cómo se divierten." comentó Vladimir —antes Aima—, con una sonrisa tranquila, copa en mano.

"Ya ves…" respondió Helías —antes Kinaidos—, mientras intentaba zafarse de los tirones de pelo de su hija pequeña, arrancando risas a los presentes.

Cerca de allí, Kanu y Futao charlaban animadamente con Carter y Lola, compartiendo bandejas de entrantes. Marco, Nicole y Lily, por su parte, continuaban probando las delicias repartidas por las mesas, con la pequeña hada casi rodando de entusiasmo por cada bocado.

En el centro del salón, Azur —el antiguo Thanatos— levantaba la mano para chocar los cinco con Keipi.

"La próxima vez no me vas a ganar." bromeó el apóstol de la muerte.

"Jajajaja, claro que lo haré." respondió nuestro protagonista, despreocupado. "Solo procura no andar matando gente por ahí."

Azur bajó la mirada, serio por un instante. "Lo siento. Solo quería que mi maestra pusiera fin a su plan, y pensé que, si de todas formas íbamos a morir contra los demonios, daba igual precipitarlo. Pero te juro que no volverá a pasar."

"Más te vale, o volveré a derrotarte." replicó Keipi con una sonrisa despreocupada.

Mientras tanto, en el balcón, Takashi contemplaba el cielo estrellado. Aún tenía el pulso acelerado tras lo ocurrido, pero en el fondo sabía que había hecho lo correcto.

"¿Estás bien?" preguntó una voz suave. Era Lovette.

"Sí… siento como si me hubiera quitado un peso de encima." respondió él con una sonrisa temblorosa y lágrimas en los ojos.

"Pronto esas lágrimas se secarán." le aseguró ella, abrazándolo. "Y cuando llegue el momento, él podrá darte una respuesta."

"Gracias." murmuró Takashi, dejándose llevar por el calor del abrazo.

Aquella noche fue recordada como una de las más bellas de la última década en Accuasancta: ciudadanos de a pie, clérigos, guerreros de todas partes y antiguos enemigos celebrando juntos la victoria y el inicio de un nuevo capítulo en la historia de la ciudad.

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Al día siguiente. Palacio de Centhyria.

Melchor, hijo del falso emperador Gaspar, regresaba a su despacho tras una extensa reunión con el comité gubernamental. Habían discutido sobre el reparto de recursos entre las naciones aliadas y la inevitable pugna por el control político en los países más pobres.

Al entrar, Averno lo recibió con su habitual servidumbre silenciosa: le ayudó a desabrochar la corbata y luego se acomodó a un lado mientras el joven se dejaba caer en su sillón de cuero.

Chasqueó los dedos, y sobre la alfombra del despacho apareció de rodillas una figura malherida, cubierta de polvo y sangre seca.

"Entonces dime…" dijo Melchor con voz calmada, sus ojos brillando con un matiz de burla. "¿Has completado tu objetivo, Carmelo?"

El hombre temblaba, jadeante, apenas capaz de sostenerse en pie debido al miedo de la figura frente a él.

El hijo del emperador ladeó la cabeza, y una sonrisa gélida, casi venenosa, se dibujó en sus labios.

"…O quizá debería llamarte como lo hacía aquella anciana decrépita… Sophia."

Continuará...

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