Tras reunirse con los discípulos de Shouri en la Cantina de Pueblo Zafiro, el grupo fue sorprendido por un ataque inesperado. Uno de los Doce del Zodiaco de Draco, el gobernador de la nación de los hombres-bestia, se infiltró en el lugar y liberó un gas venenoso que hizo caer a todos en un profundo sueño.
Su objetivo era claro: investigar la identidad de los misteriosos forasteros que acababan de llegar al pueblo.
Sin embargo, cuando descubrió el inmenso poder que emanaba de Shouri —una leyenda bélica conocida incluso entre los suyos—, decidió acabar con ella en el acto, abriendo sus fauces para asestar un mordisco letal.
Pero antes de que pudiera hacerlo, una copa de vino cruzó el aire y se estrelló contra su rostro, deteniéndolo en seco. La responsable fue Nicole, quien, desafiante y decidida, se alzó entre los cuerpos dormidos del grupo para enfrentarse al enemigo.
"¿T-Tú… cómo te atreves?" rugió, mostrando su lengua dividida al hablar.
Nicole se incorporó lentamente entre los cuerpos dormidos, apoyando una mano en la mesa para no perder el equilibrio. Su cabello caía desordenado, y aunque su respiración temblaba, sus ojos relucían con una firmeza que desafiaba al miedo.
"Lo siento, pero..." sonrió con una mezcla de nervios y coraje. "¡Soy inmune al veneno!"
"¿Inmune a mi veneno? ¡¿Cómo es eso posible?! ¡Soy Yerzas, uno de los Doce del Zodiaco del señor Draco! ¡Representante de los hombres-bestia del tipo serpiente, y portador del veneno más letal de todos!" rugió el gobernador, mientras su cuerpo adoptaba una forma más animal y su piel se cubría de escamas verdosas que brillaban bajo la luz de la taberna.
"No lo dudo," respondió Nicole retrocediendo un paso, aunque su voz se mantenía firme. "Pero resulta que mi magia sanadora reacciona de forma automática ante cualquier toxina, generando anticuerpos a una velocidad inhumana." Su expresión se suavizó y, con un suave batir de aire, desplegó sus alas blancas. "Supongo que tiene sentido... al fin y al cabo, también soy un ángel."
"¡¿Un ángel?! ¡¿Qué clase de abominación eres?!" bramó, mientras sus manos se transformaban en serpientes con colmillos relucientes. "¡Sea lo que seas, tú y tu grupito sois un peligro para nuestro señor! ¡No vais a salir de Pueblo Zafiro porque vais a morir todos!""
Sus brazos se extendieron con fuerza, azotando el aire como látigos vivos. Las serpientes se lanzaron hacia Nicole con una velocidad sobrehumana. Ella reaccionó en el último instante, batiendo las alas y elevándose de un salto, esquivando el ataque mientras las fauces envenenadas desgarraban el aire justo bajo sus pies hasta estrellarse contra la pared de madera.
"Vaya… es más hostil de lo que me esperaba," pensó mientras ascendía hacia el techo, el corazón latiéndole con fuerza. "Mis habilidades de combate son casi nulas… y no tengo magia ofensiva. Si quiero ganar... necesito hacer eso..."
"¡Ramificación de la serpiente! ¡Expansión de la cobra!" gritó Yerzas, y de sus brazos brotaron decenas de culebras.
La joven aleteó con fuerza y se deslizó a ras del techo, las puntas de sus alas rozaban los farolillos que colgaban temblorosos. Las serpientes surgían en oleadas, siseando con furia, pero Nicole ejecutó un giro limpio en el aire y descendió con agilidad, dejando que la primera embestida se estrellara contra la madera sobre sus cabezas. El impacto resonó como un crujido seco que hizo vibrar las copas en la barra.
Apoyó los pies en una mesa cercana, tomó impulso y retomó el vuelo con un trazado bajo y veloz por la cantina; las criaturas la perseguían a gran velocidad, encontrando en cada esquiva un nuevo ángulo para atacarla. Una de ellas, sin embargo, apareció de la nada justo frente a ella: alcanzó a rozarle la nariz con los colmillos. La sangre manó tibia y brillante; la serpiente, descontrolada, se empotró contra una botella de cristal que hizo añicos, salpicando vino por el suelo.
"¡Este es mi nido! ¡No hay nada que puedas hacer, ángel de pacotilla!" siseó Yerzas, lanzando otra vez sus extremidades en forma de culebras hacia la joven.
Nicole no perdió la calma. Con un movimiento decidido, pateó la mesa que tenía delante y la alzó como un escudo improvisado; el mueble detuvo el avance de ambas fauces de serpiente, que chocaron contra la madera y cayeron a plomo.
Ella aprovechó ese segundo, corriendo entre cuerpos dormidos y mesas voladas, usando el follaje del lugar —copas, manteles, bancos— como barreras y trampolines para sus maniobras. Cada vez que rozaba a alguien con el pie lo hacía con cuidado, como si supiera que una brizna de ruido podía echar a perderlo todo: sus movimientos eran gráciles, casi una danza, y todo sin despertar a los inconscientes que yacían en la cantina.
"¿Por qué estás haciendo todo esto?" preguntó nuestra protagonista, curiosa.
Yerzas, observando desde la barra, frunció el ceño. Sus brazos se recogieron con rapidez, recuperando densidad de escamas y dejando escapar un siseo largo y amargo. Con voz que olía a arenas y saliva fría, explicó su furia: "Es por el señor Draco. Mi misión, como uno de los Doce del Zodiaco, es impedir que los forasteros se acerquen a Al-Amphoras. Y para colmo, vosotros sois bastante peligrosos."
Nicole clavó en él la mirada, jadeando apenas por el esfuerzo. Entre dientes, mientras esquivaba otra lengua venenosa que casi le rozaba las costillas, replicó: "¿Y eso te da derecho a envenenar a todo un local y atacarnos por la espalda? ¡Ni siquiera sabes por qué estamos aquí!" Su tono no era sólo reproche: era un desafío contenido, la voz de alguien que no se rendiría pese al miedo.
"La mujer del parche es una leyenda bélica," dijo, señalando con la barbilla, "y el chaval de los guantes, el tipo con el pájaro en la cabeza y la chica… con olor a conejo lunar, son igual de peligrosos que ella. No puedo permitir que paséis." Sus ojos brillaron con determinación fría.
"Tsk..." gruñó Nicole, retrocediendo apenas un paso mientras el aire se llenaba de un silbido venenoso. "Así que no puedo resolver esto pacíficamente..." Sus ojos se iluminaron con una determinación brillante, y una sonrisa leve curvó sus labios. "¡Tocará usar eso!"
De inmediato, un halo dorado apareció sobre su cabeza, irradiando una luz cálida que contrastaba con el ambiente sombrío de la cantina. Sus alas se extendieron con fuerza, llenando el lugar con una ráfaga de viento que hizo tambalear las botellas y los manteles.
"¿Y ahora qué intentas?!" rugió Yerzas, lanzando sus brazos convertidos en cobras, que se precipitaron hacia ella con un siseo ensordecedor.
Nicole alzó el vuelo, esquivando los ataques en espiral. Mientras flotaba sobre el centro del local, sus manos se cubrieron de un resplandor divino. En un parpadeo, materializó un arco dorado, etéreo y elegante, del que emergió una flecha luminosa.
Yerzas entrecerró los ojos. "¿Puedes atacar? ¡Pensé que no serías capaz, ya que te la pasaste huyendo!"
"¡ARCO DE HERMES!" gritó la sanadora, disparando una flecha con un estallido de luz.
El proyectil surcó el aire con un zumbido agudo, pero el hombre-serpiente logró girar hacia un lado, esquivándolo por centímetros.
"¡FALLASTE!" se burló Yerzas, juntando sus brazos. Su piel se tornó verde oscuro, las escamas se fundieron y ambas extremidades se transformaron en una colosal anaconda que se lanzó hacia la sanadora.
La serpiente la atrapó por el estómago y la aplastó contra la pared con una fuerza brutal. Nicole soltó un grito ahogado; el arco cayó de sus manos, desvaneciéndose antes de tocar el suelo.
Yerzas sonrió, victorioso. "Patética… ¡Eso te pasa por desafiarme!"
Nicole levantó la mirada, con una sonrisa cansada pero desafiante. "Idiota… No fallé."
"¿C-cómo?" balbuceó el hombre bestia, confuso.
"Yo no tengo magia ofensiva," dijo ella con voz firme, "solo de curación… ¡ASÍ QUE ACABA CON ÉL, MARCO!"
Un instante después, una llamarada azul iluminó la estancia. Marco emergió detrás del enemigo, con el fuego de su puño reflejado en los ojos atónitos de Yerzas.
El golpe descendente cayó con un estruendo seco sobre su cabeza, liberando una fuerza descomunal. Las baldosas se agrietaron bajo su cuerpo, y el hombre bestia quedó tendido en el suelo mientras la anaconda se desvanecía, transformándose de nuevo en sus brazos.
Batalla en la Cantina de Pueblo Zafiro.
Nicole vs Yerzas, la serpiente.
Ganadora: Nicole. (Al sanar a Marco.)
Nicole aterrizó suavemente; el halo que brillaba sobre su azulada cabellera desapareció. Observó al hombre bestia inconsciente y suspiró aliviada.
"Aunque por un momento te hice creer que mi arco y mis flechas eran habilidades ofensivas, la verdad es que no son más que una prolongación de mi magia sanadora. Lo utilicé en tu contra para que bajaras la guardia y me permitieras curar a uno de mis compañeros del veneno que habían ingerido." Comentaba con orgullo mientras se limpiaba la sangre de la comisura de los labios. Entonces miró a su compañero. "Sabía que podía contar contigo."
"Bueno... no esperaba despertarme con una flecha perforando mi cabeza, pero al menos... no dolió." Dijo nuestro protagonista.
Ambos chocaron las manos con una sonrisa de oreja a oreja, celebrando su trabajo en equipo.
"¿Y ahora qué hacemos?" Preguntó Marco, mirando al hombre bestia.
Continuará...
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