Nuestros protagonistas se preparaban en el interior de la granja de avestruces de Luore, un enorme recinto de madera con un característico olor a heno y tierra húmeda. El sonido de las aves resonaba entre los establos, acompañando el relincho seco de los avestruces al ser ensilladas por los cuidadores.
El aire era cálido, y los rayos del sol se filtraban por las rendijas del techo, iluminando el polvo en suspensión. Cada grupo se organizaba en torno a su montura mientras Shouri observaba, tranquila, apoyada contra un pilar con su eterno cigarro encendido entre los labios.
"¿Estás segura de que no queréis alquilar un par más para vosotros?" preguntó Marco, ajustándose la capa.
"Para nada." respondió la leyenda de las rocas, exhalando una bocanada de humo que ascendió perezosamente hacia el techo. "A diferencia de vosotros, nosotros podemos llegar cerca de nuestra ubicación en tren. Allí os esperaremos, en la zona rocosa al sur de la barrera, donde estaremos entrenando para matar el tiempo hasta que completéis la misión."
"Entiendo..." dijo nuestro protagonista.
Cecily observó con una mezcla de sorpresa y admiración cómo Nathalie se subía con agilidad al enorme ave frente a ellas. La semidemonio se acomodó sobre el lomo del animal con una sonrisa confiada, girándose hacia su compañera.
"Vamos, reina de los ladrones." dijo con tono burlón, extendiéndole una mano.
"¡Ese es un buen nombre!" respondió la ladrona con una carcajada, tomando su mano con fuerza y usando el impulso para dar un salto ágil. "Aunque suena más a título que a apodo."
"Entonces gánatelo, que el ave ya se está impacientando." bromeó Nathalie, dándole unas palmaditas en el cuello al avestruz, que soltó un bufido leve.
"¡Ya va, ya va! Qué carácter tiene este animalillo." murmuró Cecily intentando equilibrarse al sentarse detrás de ella.
Mientras tanto, el resto del grupo terminaba de prepararse. Keipi subió primero a su montura, riendo al notar cómo Kanu trataba de acomodarse detrás.
"Te veo nervioso, ¿Te da miedo montar en ave?" bromeó el espadachín.
"Lo que me da miedo es que tú conduzcas..." replicó Kanu con una mueca, sujetándose con fuerza a su cintura.
"Jajajaja, yo también lo tendría." se burlaba Keipi con su característica sonrisa despreocupada.
Un poco más allá, Futao tomó las riendas con naturalidad, mientras Marco se acomodaba detrás con una sonrisa confiada.
"¿Listo para la aventura?" dijo el lancero, girando apenas la cabeza.
"Siempre." respondió Marco, alzando el pulgar. "No hay nada que me emocione más que vivir nuevas aventuras."
"¡Te entiendo!" exclamó Futao, mientras su ave daba un par de pasos torpes hacia delante, haciendo reír a los dos.
Ashley, en cambio, miraba fijamente a su avestruz como si se tratara de un adversario.
"Vale, escúchame bien, pollo gigante. Si me tiras, te meriendo."
Nicole, ya sentada detrás, se cubrió la boca para contener la risa. "Creo que te tiene más miedo que respeto."
La criatura soltó un graznido que sonó casi como una queja.
Finalmente, con las cuatro parejas montadas y listas, Shouri se adelantó unos pasos, cruzándose de brazos con el cigarro encendido entre los labios.
"Bien, ya sabéis lo que tenéis que hacer." dijo con su tono sereno y firme. "Las rutas están registradas en la memoria de las avestruces, así que os llevarán directamente a los templos. Tened cuidado con los Zodiacos que puedan estar al acecho y, sobre todo... aseguraos de romper ese sello. Los Ballure dependen de nosotros."
"Por favor, mucha suerte." añadió Faralalan con emoción, llevándose una mano al pecho.
"¡Y cuidado con el sol!" gritó Lily, agitando la mano con una sonrisa nerviosa. "No quiero veros hechos pasas al volver."
"¡Entendido!" respondieron todos con sus voces resonando al unísono antes de que las avestruces comenzaran a trotar, listas para partir hacia el desierto.
El hijo de la dragona alzó una mano y sonrió, la voz cálida y burlona. "¡Nos vemos pronto, chicos!"
Kanu, ya firme sobre su avestruz, lanzó una voz hacia ellos. "Ryan, cuida de la jefa."
El joven agitó el puño en alto y respondió con una mueca de confianza. "¡De una, compa!" añadió, mientras el polvo del camino se arremolinaba bajo las patas de las monturas.
Las avestruces comenzaron a correr, levantando polvo a su paso. El grupo se alejó entre risas, saludos y ecos de pezuñas, mientras el sol bañaba el camino con un brillo dorado. Shouri observó la escena unos segundos más, exhalando humo lentamente antes de girarse hacia su equipo.
"Bien," dijo con una media sonrisa. "Hora de coger el tren."
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Un tiempo después.
El tren de vapor partió con un silbido agudo desde la estación de Pueblo Zafiro, surcando las vías que se perdían entre los desiertos dorados. Sobre el techo de uno de los vagones viajaba el grupo de Shouri, aprovechando el aire fresco y las amplias vistas. La brisa agitaba sus ropas mientras el sonido metálico de las ruedas marcaba un ritmo constante bajo sus pies.
Shouri se mantenía de pie, firme, con los brazos cruzados y la mirada fija en el horizonte. El viento le azotaba la coleta con fuerza, pero su expresión seguía inmutable, concentrada, casi melancólica.
El hijo de la dragona soltó una carcajada suave. "No suelo pensar mucho, pero incluso para mí resultaba raro. Si querías eficacia, tú misma podrías haber ido a uno de los templos."
"Así es," admitió ella, echando el humo al aire. "Había opciones más rápidas. Pero una líder, y sobre todo una leyenda bélica, tiene otras cosas que considerar. No escogí la vía más directa, sino la más sensata. La prioridad es rescatar a los Ballure, y para eso cuento con Faralalan. No podía arriesgarla, así que la alejé de los campos de batalla… junto a los que no tienen habilidades para pelear."
Ryan asintió lentamente. "Y como sobraba uno para hacer parejas, usaste la excusa del entrenamiento para dejarme fuera, ¿no?"
Shouri sonrió por el rabillo de los labios. "Para nada. No fue excusa. No conté contigo porque realmente te entrenaré, tal y como te prometí." Dio otra calada y añadió: "Además, pensé en vuestro grupo como el verdadero emperador y sus paladines."
"¿A qué te refieres con eso?" preguntó Ryan, frunciendo el ceño.
"Estáis acostumbrados a luchar solos o con quienes sois más cercanos," explicó ella. "Pero si la guerra estalla —y lo hará— tendréis que coordinaros con aliados de todo tipo. Debéis aprender a adaptaros, a entender un campo de batalla aunque no conozcáis a quien luche junto a vosotros."
Ryan miró al frente, el paisaje deslizándose ante sus ojos. "¿Y eso se puede entrenar?"
"Claro que sí." Shouri exhaló una bocanada de humo que se disipó en el viento. "Leer el terreno, prever los movimientos de tus compañeros… esa conexión silenciosa es lo que diferencia a los guerreros comunes de los verdaderos líderes. Y la necesitaréis, sobre todo viendo la guerra que se os avecina."
Su voz se tornó más baja, más grave. "Lo más importante ahora es detener el conflicto de los Ballure y ayudaros a haceros más fuertes. Es… lo que Morgana me pidió como su último deseo."
El nombre quedó suspendido en el aire. Por un momento, el tren siguió avanzando en silencio. Shouri entrecerró el ojo, y en su mente se mezclaron los ecos del pasado: el estruendo de Accuasancta, el rugido del apóstol del conocimiento cayendo ante ella, y el mensaje mental con voz quebrada de Morgana que envió, mientras entregaba su último aliento mientras otorgaba su poder a Theo.
“Hazlos más fuertes… para el futuro al que tendrán que enfrentarse.”
Shouri elevó la mirada hacia el cielo, donde las nubes formaban figuras difusas que el sol doraba por los bordes. "Y lo estoy haciendo, vieja amiga," murmuró en voz baja.
"¿Todo bien?" preguntó Gretel, acercándose al verles separados.
La arrastró de un brazo hacia el otro lado del vagón, dejando a Shouri a solas con el viento, el ruido del tren y los recuerdos de una promesa que seguía cumpliendo.
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Dos días después.
Tras un interminable viaje bajo el sol abrasador, las dunas del desierto de Dédalo se extendían hasta donde alcanzaba la vista. El aire temblaba por el calor, y cada bocanada de viento levantaba cortinas de arena que azotaban las capas y velos que cubrían a los viajeros. Una avestruz avanzaba con paso firme, dejando un rastro de huellas efímeras sobre la arena ardiente.
Finalmente, las distancias comenzaron a acortarse. Entre la neblina dorada del desierto, una estructura blanca empezó a perfilarse en el horizonte. En cuestión de minutos, se alzó ante ellos una pirámide de piedra clara, solitaria y majestuosa, cuyos muros reflejaban la luz del sol como un espejismo.
"Ahí está," dijo Kanu, levantando el brazo y señalando hacia la colosal construcción. Su voz se perdía parcialmente entre los rugidos del viento.
Keipi entrecerró los ojos, protegiéndose del polvo con la mano. "Vaya… nunca había visto un templo con ese aspecto."
Tras unos segundos de observación, soltó una carcajada. "Jajaja, parece una caca cuadrada."
"¡No seas bobo!" replicó Kanu con una mezcla de risa y fastidio, dándole un golpe en el hombro con el mapa enrollado. Tuvo cuidado de no rozarle la cabeza para no molestar a Priscilla, quien descansaba sobre la cabellera del monje.
La avestruz bufó al sentir el cambio de temperatura y, siguiendo las órdenes de sus jinetes, aceleró el paso hacia la entrada del templo, donde el viento era algo más llevadero. El aire olía a polvo seco y magia antigua.
Dentro, entre columnas desgastadas y muros decorados con jeroglíficos brillantes, una figura se movió. En la penumbra del santuario, un hombre bestia de plumas rojizas y cresta dorada abrió los ojos, percibiendo la presencia de los intrusos que se acercaban.
"Vaya, vaya…" murmuró con voz áspera, ladeando la cabeza como un ave de corral. Una sonrisa torcida cruzó su pico humanoide. "Parece… que tendré invitados… Kikirikí…"
Sus garras arañaron el suelo de piedra, mientras sus alas se desplegaban con un sonido seco.
Continuará...
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