Los primeros en llegar a su destino fueron Keipi y Kanu, quienes, tras un arduo trayecto por el abrasador desierto, lograron divisar la silueta del templo del sur. Montados sobre su avestruz, avanzaron entre una leve tormenta de arena que les azotaba el rostro, hasta alcanzar el refugio de la pirámide blanca que emergía en mitad de la nada.
Nada más cruzar el umbral, una ráfaga cálida los envolvió y, al instante, todas las antorchas del lugar se encendieron a la vez con un rugido de fuego. La cámara se iluminó de golpe, revelando muros cubiertos de jeroglíficos que parecían cobrar vida con las sombras danzantes. Frente a ellos, una imponente puerta de piedra esperaba, sellando el paso al interior.
"Es increíble..." murmuró Keipi, maravillado. "La gente que construyó este lugar se la pasó en grande dibujando todo eso."
"No son dibujos, Keichiro." le corrigió Kanu, acercándose a inspeccionar las paredes. "Es un lenguaje antiguo... aunque, por desgracia, no tengo ni idea de cómo traducirlo."
"Solamente habla un poco del pasado, describe las condiciones para poder cruzar la puerta y lo que os espera antes de llegar al sello." intervino Priscilla, aleteando hasta apoyarse sobre el hombro de su compañero.
"¿¡EL POLLUELO HABLA!?" exclamó el arquero, dando un respingo.
"Un respeto, que soy un arma mítica. Chico afeminado del pelo azul." replicó ella con aire ofendido.
"Bueno sí, reconozco que sabía que lo eras, pero... no deja de sorprenderme." dijo Kanu, intentando disimular su sobresalto.
Keipi sonrió con calma. "Tengo entendido que el entrenamiento al que me sometí para enfrentarme a Thanatos, y el combate en sí, mejoraron mis habilidades como portador. Eso le da libertad para hablar y adoptar su forma humana cuando quiera."
"Sí, pero estoy mucho más cómoda así." comentó Priscilla, dejándose caer perezosamente sobre su cabeza. "No veas el gustito que da no hacer nada."
"Bueno, dejando eso a un lado..." dijo Kanu, volviendo la vista hacia los jeroglíficos. "¿Dices que sabes lo que pone ahí?"
"Ajá." respondió ella con orgullo.
"¿Podrías traducírnoslo?" pidió Keipi, con tono amable.
Priscilla suspiró y se sonrojó apenas. "Es un coñazo... pero si me lo pides tú, no puedo negarme."
Kanu alzó una ceja, incrédulo. "Esta tía..." pensó, viendo cómo el monje sonreía mientras el polluelo se acomodaba con evidente ternura en su cabello.
"Una parte de los textos menciona que, para mantener a salvo el pueblo de los Ballure y a su gente, se erigió una gran barrera controlada por las cuatro máscaras elementales..." explicó Priscilla con voz solemne.
"¿Cuatro máscaras elementales?" se sorprendió Kanu, alzando la mirada hacia los muros. "Esa información... no la encontramos antes en ninguna parte."
"Bueno, es normal si está todo escrito en jeroglíficos antiguos, ¿no?" comentó Keipi, rascándose la cabeza.
"En efecto." asintió el ave con aire orgulloso. "Esta lengua está perdida. La aprendí hace mucho tiempo con uno de mis antiguos portadores, y por suerte, aún la recuerdo."
"¿Y qué más dice?" insistió el monje, inclinándose hacia las inscripciones.
Priscilla soltó un suspiro perezoso. "Mucho texto aburrido sobre la historia del país. Pero, resumiendo: la barrera fue erigida con las cuatro máscaras elementales, ocultas en estos templos. Quien logre conquistarlas puede controlar la barrera... o desactivarla por completo."
"Si puedes conquistarlas, puedes hacerla tuya... Así que imagino que eso hicieron los hombres-bestia." teorizaba Keipi.
"También menciona que solo los Ballure pueden atravesarla sin problema, por su naturaleza mágica." añadió Priscilla.
"Eso explica por qué Faralalan pudo salir sin dificultades de Al-Amphoras." comentó Kanu, comprendiendo al fin ese detalle que se le escapaba de las manos.
"Así es." continuó el ave. "Y hay algo más. El texto dice que Pythiria misma les otorgó esa protección para evitar que la Gema Infinita fuera destruida... aunque insinúa que existe una razón oculta detrás de todo ello."
"¿Una razón oculta?" repitió Keipi con el ceño fruncido.
Kanu apretó los puños, pensativo. "Tal y como sospechaba la maestra... Esa gema guarda un secreto que aún desconocemos."
El silencio se extendió unos segundos, roto solo por el crepitar de las antorchas. Priscilla parpadeó un par de veces antes de continuar.
"Lo siguiente menciona que este es el Templo del Océano, hogar de la Máscara del Agua. Todo el recinto está plagado de corrientes salvajes, y solo quienes sobrevivan al laberinto podrán llegar a la sala final y reclamar su sello."
"Máscaras elementales... agua..." murmuró Kanu. "Entonces, cada templo debe representar un elemento distinto..."
"Ojalá haber tenido esa información antes de separarnos." suspiró Keipi.
"No pasa nada. Era imposible de saber si nadie entendía este idioma." dijo el arquero, encogiéndose de hombros. "Aunque, reconozco que echo un poco de menos a Anaxandra en este momento..."
Priscilla carraspeó. "Por cierto, Kei, parece que estaré limitada aquí dentro."
"¿Limitada?" preguntó el monje, extrañado.
"Sí. Según el texto, todo aquel que entre al laberinto de corrientes no podrá usar el poder de las armas míticas ni comunicarse con el exterior. Así que tendrás que llevarme en forma de katana... y eso también significa que no podrás usar el Kami."
"¿Sin el Kami?" se alarmó Kanu.
Keipi, en cambio, sonrió con calma. "No pasa nada. Shouri dijo que los Zodiacos esos no son muy poderosos. Si aparece uno, podremos vencerlo. Además... somos dos, ¿no?"
"¡Tienes razón!" respondió el arquero con nueva energía.
"Entonces, vamos allá." dijo el monje con una sonrisa confiada.
Priscilla se transformó en una katana de brillante filo azulado. Ambos se miraron, asintieron y empujaron la gran puerta de piedra.
Un destello los envolvió. Sintieron cómo el suelo desaparecía bajo sus pies, cayendo en un vacío líquido que rugía como un océano desatado. En un parpadeo, cada uno aterrizó de pie sobre una tabla flotante que emergió del flujo mágico.
Las corrientes los arrastraron a toda velocidad entre anchos pasillos de agua viva, con muros de cristal líquido que reflejaban sus siluetas distorsionadas.
"¡Vale, esto no lo vi venir!" gritó Kanu mientras intentaba mantener el equilibrio.
"¡Qué pasada!" exclamó Keipi, surfeando las pequeñas olas que se formaban entre las corrientes.
El agua brillaba con un resplandor azulado que iluminaba los canales infinitos del templo, y las tablas se deslizaban sobre la superficie con un zumbido vibrante. El monje se agachó para esquivar un trozo de piedra que sobresalía del canal, levantando una lluvia de gotas que resplandecieron al contacto con la luz mágica.
A su lado, Kanu se inclinaba con destreza para tomar una curva cerrada. Las columnas de piedra emergían y desaparecían del agua como si tuvieran vida propia, forzándolos a maniobrar con precisión para no estrellarse. El rugido del agua llenaba el aire, y cada giro parecía una danza entre equilibrio y caos.
Una corriente más fuerte los empujó hacia un pasillo en espiral, donde la presión del agua los arrastró hacia abajo. Keipi se inclinó hacia delante, tomando impulso y surcando la pendiente como si descendiera por una montaña líquida. Kanu lo siguió, apretando los dientes, mientras la tabla vibraba bajo sus pies al chocar con la fuerza del torrente.
El arquero perdió ligeramente el equilibrio al chocar contra una ola lateral. Su cuerpo tambaleó, y la tabla comenzó a girar peligrosamente.
"¡Mierda!" alcanzó a gritar antes de que la corriente lo lanzara de lado. En el último segundo, el monje extendió el brazo, atrapándolo por la muñeca con fuerza.
"¡Te tengo!" gritó el monje, tirando de él para devolverlo a la tabla.
El agua rugió a su alrededor, y durante un instante ambos se mantuvieron inmóviles, respirando con fuerza mientras la corriente los llevaba a un nuevo canal.
Kanu soltó una carcajada nerviosa. "Vale... creo que en mi vida volvería a este sitio."
Keipi sonrió, soltándole del brazo. "Pues a mí me está molando un montón."
"¡KIKIRIKÍIIIIII!" rugió una voz aguda desde lo alto, desgarrando el rugido de las olas.
Ambos levantaron la vista justo a tiempo para ver una sombra surcando el aire: una figura antropomórfica descendía a toda velocidad sobre una tabla de surf, impulsada por una corriente que chispeaba con energía azulada.
"¡¿Eso es...?!" exclamó Kanu, entornando los ojos para protegerse del resplandor.
Keipi parpadeó incrédulo. "¿Es un gallo... surfero?"
La figura aterrizó frente a ellos con un chapoteo atronador. El agua se alzó en una ola que los empapó de pies a cabeza antes de disiparse en gotas luminosas. Frente a ellos, un hombre-bestia de cresta rojiza y mirada afilada se irguió sobre su tabla, luciendo unas gafas de sol relucientes, una camisa hawaiana abierta que ondeaba con el viento y un bañador de colores chillones.
Uno de los doce del Zodiaco había hecho su entrada. Kitpat, el gallo.
"¡Kikirikííí! ¡Bienvenidos mi paraíso!" gritó con teatralidad, abriendo las alas. Su voz resonó entre los muros como un eco burlón. "¡No vais a poner un solo dedo sobre la máscara del agua!"
Con un ligero movimiento, desplegó sus alas. Las plumas, antes suaves y rojizas, se transformaron en cuchillas metálicas que reflejaban el brillo del agua. En un movimiento rápido y preciso, las lanzó hacia ellos como una lluvia letal.
Nuestros protagonistas reaccionaron al instante. Ambos inclinaron sus tablas, girando en direcciones opuestas mientras las cuchillas silbaban a centímetros de sus cuerpos. Algunas impactaron contra las columnas, clavándose en la piedra con un sonido seco.
El arquero se enderezó, recuperando el equilibrio con una respiración agitada. "Este tío... está completamente loco."
Keipi alzó la mirada, sacudiendo el agua de su flequillo mientras desenfundaba a Priscilla. "No hay duda."
El filo de la espada brilló bajo la luz azul del templo. "Él es nuestro enemigo."
El eco de su voz se perdió entre el rugido de las corrientes, mientras Kitpat sonreía con el pico entreabierto, girando su tabla con una maniobra imposible.
"¡Kikirikí! ¡Vamos humanos... que empiece el juego!"
Continuará...
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