martes, 28 de octubre de 2025

Ch. 249 - El misterio de los jeroglíficos

Tras combinar sus habilidades en un intenso combate contra Kitpat dentro del laberinto de corrientes y derrotarlo, Keipi y Kanu se acercan finalmente al lugar donde yace la Máscara del Agua.

El trozo de hielo sobre el que surcaban las aguas veloces los llevó hasta una sala distinta. Tras cruzar un portón de madera teñida de violeta, el rugido del agua se desvaneció poco a poco, hasta convertirse en un susurro. Frente a ellos se extendía un estanque tranquilo, cuyas aguas reflejaban la luz tenue que filtraban los muros.

“Esto es…” murmuró Kanu, observando los jeroglíficos tallados en las paredes. Las inscripciones brillaban débilmente, como si respiraran con el ritmo del agua.

“¡Por fin!” exclamó Priscilla, transformándose de espada a su forma de pájaro. “Parece que en esta sala las normas del laberinto ya no me afectan... puedo sentir de nuevo el flujo de energía mágica que Kei me proporciona.” comentó con alivio, batiendo sus alas antes de acomodarse en el cabello de su compañero.

“Y a mí me alegra oírte otra vez.” sonrió el monje, acariciando su pequeña cabeza con un dedo.

“La verdad…” suspiró el arquero, dejando caer los hombros mientras se sentaba sobre el trozo de hielo, “me reconforta no tener que escuchar más el molesto ruido de las corrientes ni tener que seguir surfeando por ellas para conservar mi vida…"

El trozo de hielo avanzó lentamente hasta acercarse a una plataforma rocosa.

“¡Mirad eso!” exclamó Keipi, señalando un altar iluminado por un haz dorado. Sobre él reposaba una máscara azul celeste, pulida como cristal, de la que emanaba una ligera neblina.

"No hay duda, esa es… la Máscara del Agua.” murmuró Kanu.

Cuando el hielo se aproximó lo suficiente, ambos saltaron hacia la roca. En ese instante, el suelo entero vibró. Un temblor recorrió la sala mientras las aguas del estanque comenzaban a desvanecerse.

El templo, liberado de su prueba, recuperaba su forma original: el lago se secó, dejando al descubierto un suelo de piedra con escaleras que conducían al altar, y las corrientes desaparecieron por completo, revelando el camino por donde habían entrado.

A lo lejos, la figura del avestruz de Luore aguardaba pacientemente tras el portón.

“¿Qué ha sido eso?” preguntó Keipi, mirando a su alrededor.

“El templo de las máscaras es similar a un ente viviente.” explicó Priscilla con voz serena. “Cuando alguien supera su prueba, su apariencia dimensional se disuelve. Las corrientes, los sellos, incluso las trampas… eran solo proyecciones ancladas al flujo espiritual del lugar. Una vez cumplido su propósito, se desvanecen.”

“Entonces... ¿es parecido a aquel lugar de los Tres Espejos, donde Ashley se nos unió, no?” preguntó Keipi, observando cómo las luces del altar se reflejaban en el suelo húmedo.

“Así es.” respondió Priscilla con un tono más relajado. “Solo tenemos que desactivar la barrera y volver a la avestruz. Esta vez, sin pruebas sorpresa.”

Kanu dejó escapar un suspiro largo, secándose la frente con el dorso de la mano. “Menos mal... No quiero ni imaginarme tener que cruzar otra vez ese infierno acuático.”

“Por cierto, ¿qué habrá sido del gallo surfero?” preguntó el monje, mirando hacia el portón que ahora parecía más pequeño a la distancia.

“Probablemente quedó atrapado en el laberinto dimensional.” explicó Priscilla, moviendo las alas con tranquilidad. “No nos causará más problemas... al menos hasta que alguien vuelva a activar el poder de la máscara.”

“Entiendo.” asintió el monje, mientras Kanu se acercaba al altar, observando la máscara con cautela.

“Entonces... ¿acabamos nuestra tarea?” preguntó el arquero, clavando la mirada en el objeto que irradiaba un aura azulada.

“Sí, no es muy difícil...” respondió Priscilla, aunque su voz sonó repentinamente pensativa. “Sin embargo, en lo que hacéis eso voy a echar un vistazo a los jeroglíficos de esta sala.”

Dicho esto, alzó el vuelo con un batir de alas suave y elegante, elevándose hasta la parte superior del lugar. La luz dorada se reflejaba sobre su plumaje mientras recorría con la vista las inscripciones grabadas en las paredes, murmurando palabras en una lengua antigua que resonaban como un eco entre las piedras.

Ambos colocaron las manos sobre la máscara de agua al mismo tiempo. El artefacto emitió un brillo azul profundo, seguido de una oleada de energía mágica que los envolvió con un calor inesperadamente reconfortante.

De pronto, una voz grave y anciana resonó en toda la sala, como si brotara del propio aire. “Soy la máscara del agua. ¿Cuál es vuestra voluntad? ¿Tomar el control de la barrera... o desactivarla?”

“Desactivar la barrera.” respondió Kanu sin titubear.

“Entendido. Elemento agua de la barrera protectora de Al-Amphoras... desactivado.”

La voz se desvaneció lentamente, dejando un silencio casi solemne. Los tonos azulados de la máscara se apagaron, y el objeto adoptó un color marrón madera, luciendo completamente inerte.

“¿Y... ya está?” murmuró Keipi, rascándose la nuca con incredulidad. “Ha sido mucho más fácil de lo que esperaba.”

“Sí...” respondió Kanu, esbozando una leve sonrisa. “Pero aún nos queda un largo camino hasta el punto de encuentro. Esto no ha terminado ni de lejos.”

De pronto, un destello blanco descendió desde lo alto. Priscilla cayó frente a ellos, transformándose en su forma humana: una mujer de piel pálida y cabellos plateados, con un vestido blanco que parecía flotar a su alrededor.

“¡ESPERAD!” exclamó con seriedad.

“¿Qué pasa?” preguntó el monje, sorprendido al verla en ese aspecto tan repentinamente.

“Cambio de planes.” anunció la arma mítica, con un tono sereno. “Kanu, regresa tú solo con la avestruz. Informa a Shouri y a los demás de que Keipi y yo continuaremos investigando los jeroglíficos de los cuatro templos.”

“Espera, ¿Cómo? ¿Qué has descubierto?” preguntó el arquero, alzando una ceja.

“No tengo toda la información todavía, pero... si logramos visitar los otros tres templos y descifrar completamente las inscripciones, podría hallar el verdadero origen de los Ballure y puede que alguna cosita más.” explicó Priscilla con una mirada que mezclaba determinación y asombro.

El monje se cruzó de brazos, intrigado. “¿Así que tú y yo iremos solos a los templos?”

“Exacto. Con tu Kami en modo animal podremos desplazarnos más rápido por la región, registrar las escrituras y comparar los textos. Pero no podemos perder de vista nuestra misión principal en Luore: detener la guerra.” respondió ella, mirándole con seriedad. “Esto solo lo haremos tú y yo, ¿entendido?”

Keipi sonrió ampliamente, alzando un pulgar. “De una. Siempre me cubres las espaldas, Pris... así que si quieres descubrir esto, estoy contigo hasta el final.”

La arma mítica asintió con una sonrisa leve, y por un momento, la tensión del templo pareció desvanecerse.

“Está bien, confío en vosotros.” dijo Kanu, dando un paso atrás. “Volveré con la avestruz y avisaré al grupo. Buena suerte, chicos.”

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Más tarde.

Kanu partió con la avestruz a toda velocidad, perdiéndose entre las dunas ardientes del desierto. La arena se alzaba tras él como una estela dorada hasta que su silueta desapareció en el horizonte.

Frente al portón del templo del sur, Keipi y Priscilla observaban el paisaje abrasador. El viento cálido arrastraba el eco de las olas que, hacía apenas unas horas, dominaban el laberinto acuático.

“Entonces...” comenzó el monje, dando un paso al frente, “¿qué fue exactamente lo que descubriste?”

Priscilla permaneció en silencio unos segundos, su mirada estaba perdida en el suelo. “Los jeroglíficos del interior narraban cosas... que nunca había oído en todos estos siglos de mi existencia.”

“¿A qué te refieres?” preguntó el monje, frunciendo el ceño.

Ella alzó la vista, su tono se volvió grave, casi reverente. “En las paredes estaba escrito lo siguiente: ‘El Proyecto Pythiria se llevó a cabo en la Federación Nórdica de Europa, en el planeta Tierra, año 3075. Si deseas conocer más, recopila la información de los demás templos y reúne los números que hallarás en ellos. Esas coordenadas te guiarán al Quinto Templo... donde yace la verdad de los Ballure.’

“¿C...cómo?” balbuceó Keipi, atónito.

“Exactamente eso.” respondió Priscilla con voz baja. “No tengo ni idea de qué lugar es Europa... ni qué significa planeta Tierra. Pero...” sus ojos brillaron con una mezcla de asombro y temor, “siento que estamos más cerca que nunca de la verdad detrás de Pythiria.”

Keipi tragó saliva. “¿Y no deberíamos contárselo a los demás?”

“Lo pensé,” admitió ella, “pero no sabemos cuán veraz es el mensaje. Si los Ballure están enfrascados en una guerra con los hombres-bestia, no podemos distraernos todos con algo tan incierto. Este trabajo, por ahora... debe ser solo nuestro.”

El monje asintió lentamente, comprendiendo la decisión. “Entendido.”

Con un gesto, invocó a Kaito en su forma de ballena, que emergió del suelo envuelta en un destello azul. Keipi subió sobre su lomo y extendió la mano hacia su compañera.

“¿Subes, su majestad?” preguntó con una sonrisa traviesa.

“¡Claro!” respondió Priscilla con una risita, tomando su mano y saltando con ligereza sobre la ballena.

El viento desértico volvió a soplar con fuerza, y Kaito se elevó entre las corrientes de arena, avanzando hacia el horizonte mientras el templo quedaba atrás, silencioso, guardando sus secretos.

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Retrocediendo un par de horas en el tiempo, el foco se traslada al Templo del Este.

Nathalie y Cecily descendieron de su avestruz y la ataron a la entrada del recinto. El aire era denso, con un leve aroma a tierra mojada y piedra antigua.

“Vaya... sí que dibujaban antes,” comentó la ladrona, recorriendo con la mirada los jeroglíficos que cubrían las paredes.

“Creo que es un idioma perdido,” respondió Nathalie, pasando los dedos por los grabados. “Uno de los pocos que mi abuelo Juju intentó estudiar, aunque nunca tuvo tiempo para profundizar. Por eso tampoco llegué a aprenderlo.”

"Bueno, no creo que sea tan importante traducirlas. Al final, seguro que es como los templos que solía robar en mis tiempos: una dimensión alterna con un desafío absurdo que superar, solo que esta vez habrá algún enemigo esperándonos." resopló Cecily, quitándose el velo mientras se recogía el cabello en dos coletas bajas.

“Seguramente.” Nathalie sonrió, avanzando hacia el umbral. “¿Vamos a ello?”

“¡De una! ¡Esta guerra no se va a detener sola!” respondió la ladrona, con una sonrisa confiada.

Apenas cruzaron la puerta, una luz cegadora las envolvió. En un parpadeo, ambas fueron absorbidas por una nueva dimensión: el laberinto del Templo de la Tierra.

La oscuridad era casi total. El suelo estaba húmedo y resbaladizo, y del techo goteaban finos hilos de agua. Un leve murmullo subterráneo resonaba a lo lejos, como si la tierra misma respirara.

“Esto está demasiado oscuro…” murmuró Cecily, tanteando el terreno. “¿Nathalie? Apártate un segundo, voy a usar electricidad para ver algo.”

Silencio.

“¿Nathalie?” repitió, su voz temblaba un poco.

Entonces, un destello recorrió el techo, iluminando el lugar. La ladrona parpadeó varias veces hasta que pudo enfocar la vista.

Lo que vio la dejó sin aliento.

No estaban en un túnel subterráneo común. Ante sus ojos se extendía un pasillo cubierto por completo de espejos que se perdía en la penumbra. El techo, formado por tierra húmeda y raíces que goteaban lentamente, añadía un aire opresivo al ambiente. Decenas de reflejos de Cecily la observaban desde todos los ángulos, imitando cada uno de sus movimientos con un brillo inquietante en los ojos, como si el propio laberinto tuviera vida.

“¿Q-qué es esto…?” murmuró, retrocediendo un paso.

“Parece un laberinto de espejos,” respondió una voz familiar.

Cecily giró sobre sus talones, aliviada. “¡Nathalie! ¡Por fin! Pensé que nos habían separado.”

La semi-demonio sonrió con aparente calma. “Jajaja, yo también lo creía.”

Pero algo no encajaba. En la tenue iluminación del laberinto, un movimiento sutil delató la impostura: una cola de rata se deslizaba tras su espalda, agitándose con lentitud.

"No me gusta nada este sitio... Vámonos rápido, encontremos lo que sea que desactiva la barrera y larguémonos antes de que uno de esos del Zodiaco nos toque los ovarios." murmuró Cecily, avanzando con cautela entre los reflejos infinitos.

"Te tengo... idiota. No subestimes a Jacinta, la rata." pensó la falsa Nathalie, alzando la mirada con una sonrisa que ya no parecía humana, mientras seguía a su compañera con pasos sigilosos, imitando su andar a la perfección.

Continuará…

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