jueves, 6 de noviembre de 2025

Ch. 252 - Sylvapura

Dos de las máscaras habían sido apagadas, pero mientras el resto de parejas proseguían su avance hacia los templos, la tensión estallaba en Sylvapura, reino de los hombres-bestia.

En lo más alto del valle selvático, oculto entre raíces colosales y cascadas que se precipitaban entre rocas antiguas, se alzaba el Palacio General. Su estructura parecía tallada directamente en la montaña: bloques robustos de piedra verdosa, cubiertos de musgo y enredaderas vivas, lo transformaban en parte del propio bosque. Los muros vibraban con el murmullo del viento y el rugido distante de las criaturas del reino, como si el palacio respirase junto a la naturaleza.

El salón principal era una caverna amplia y cavernosa, sostenida por pilares de piedra tallados con iconografía de bestias míticas. Las antorchas ardían con llamas verdosas, proyectando sombras danzantes sobre un mosaico central que representaba el Zodiaco en forma de animales salvajes. Al fondo, sobre un trono demasiado grande para cualquier humano, reposaba un hombre opulento de melena larga y perilla afilada. Sus ojos dorados brillaban con un orgullo fiero. Era Draco, el gobernador supremo de los hombres-bestia.

Ante él, una mesa tosca de madera antigua. Y alrededor, perfectamente sentados, tres de sus Cuatro Sagrados: las figuras más poderosas de su reino, cada una irradiando una energía singular.

El primero era Karta, la Tortuga Lunar Creciente. Un hombre de más de cincuenta años cuyo espeso vello blanco en las cejas caía tanto que le cubría los ojos. Su largo bigote, igual de níveo, llegaba hasta el suelo. Vestía una túnica amplia de color marfil y sobre su espalda reposaba su enorme caparazón, que nunca desmaterializaba: su defensa absoluta.

"Otro día más sin rastro del sucesor del Conejo Lunar Nuevo." murmuró tras sorber un poco de té. Su voz era grave, lenta, como si cada palabra tardara siglos en formarse. "Y para colmo, los Ballure siguen resistiendo nuestros ataques. Sin nuestra arma definitiva… no ganaremos esta guerra."

A su lado, reclinada de forma casi perezosa en su asiento, estaba Shimuna, el Fénix Lunar Menguante. Una mujer imponente, de músculos definidos como mármol. Rubia, de ojos rojos y ropaje digno de una luchadora profesional. Todo en ella ardía… menos su paciencia.

"¿Qué le vamos a hacer?" bufó, dejando caer los brazos sobre el respaldo. "Si nuestro querido Animalis no se activa sin los cuatro miembros del zodiaco lunar reunidos, no podemos hacer nada. Si al menos supiéramos quién es el sucesor del Conejo Lunar Nuevo… de entre todos los malditos conejos guerreros que tenemos… sería más fácil. Pero claro, hay que tener en cuenta a todos los que huyeron a otras regiones debido a la crisis económica, lo que hace que esto sea como buscar una aguja en un pajar."

Entre ambos, sentado con una postura perfecta, estaba Belial, el Tigre Lunar Lleno. Su cabello blanco con mechones negros caía hasta el suelo, como una alfombra felina. Sus ojos dorados brillaban de manera feroz, y su ropa era ligera, lista para el combate.

"Si el destino quiere que ganemos esta guerra, pondrá al Conejo Lunar Nuevo en nuestro camino." declaró, tajante. "Y si el destino ha decidido que Sylvapura caiga, que así sea. Pero no nos rendiremos ante los Ballure."

Draco, desde su trono, asintió lentamente.

"No temo al fracaso." dijo el gobernador con voz profunda. "No tenemos nada que perder."

"De todas formas… con la economía desplomada, apenas tenemos tropas o recursos." gruñó Karta. "Sin el Animalis, no veremos la victoria."

"Lo sé." respondió Draco, frunciendo el ceño y dejándose llevar por una convicción férrea. "Pero tras el esfuerzo de uno de los nuestros por obtener información sobre la Gema Infinita del gobierno imperial… no podemos quedarnos quietos. Haremos lo que sea necesario para que los hombres-bestia sobrevivan a lo que viene."

"¡Sí!" respondieron los tres Sagrados al unísono, llenando la sala de energía contenida.

Belial desvió la mirada hacia una de las ventanas, en silencio… con los brazos cruzados.

"Llevo días sintiendo algo… pero no estoy del todo seguro." pensó para sí mismo, mientras el viento rozaba la estructura rocosa del palacio. "¿Podría ser que el Conejo Lunar… esté en Luore?"

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Campamento frente a Al-Amphoras.

Ryan abrió los ojos lentamente, notando primero la frescura de la sombra bajo la lona desgastada de la tienda de campaña. Todo su cuerpo estaba apoyado en el suelo arenoso, pero sentía algo distinto... como si una calidez curativa lo estuviera abandonando justo en ese momento.

"¡Despertaste!" sonrió Lily abalanzándose sobre él antes de que pudiera incorporarse del todo.

"No ha tardado tanto como pensaba..." comentó Theo desde un rincón, sorprendido. "Se ve que tu magia de curación también es buena, Faralalan."

La aludida, sentada a su lado con las manos aún brillando levemente por los últimos vestigios de energía sanadora, bajó la mirada y apretó los labios con timidez.

"¿M-Me has estado sanando?" preguntó Ryan, un poco desubicado.

"S-Sí..." respondió ella, casi en un susurro.

"Muchas gracias." dijo él con una sonrisa franca.

"Este tío..." murmuró Gretel mientras seguía comiendo sin prestar demasiada atención.

Shouri se abrió paso entre todos, con un cigarrillo colgando de la comisura de los labios. Al ver a Ryan despierto, soltó una leve calada antes de hablar.

"¿Y bien? ¿Notaste la mejora tras todos estos días meditando?"

Ryan inspiró hondo y se incorporó un poco más, todavía adolorido.

"S-Sí... pude controlar el poder del modo Berserker durante dos minutos y pico. Pero luego... la oscuridad se apoderó de todo mi ser. Me hundió en un abismo… y dejé de ser yo durante un instante."

"Entonces, ¿sabes lo que toca, no?" dijo Shouri con media sonrisa.

"Seguir meditando, ¿no es así?"

"Por ahora, sí."

"Es un poco coñazo, pero si te funciona no deberías quejarte." añadió Lily, cruzándose de brazos.

"Lo sé. Haré lo que haga falta." respondió el hijo de la dragona, con firmeza renovada. "Quiero convertirme en el escudo de Marco."

"Eso me gusta de ti, chaval." dijo Shouri, por fin sonriendo de verdad. "Y no te lo digo porque tenga ganas de verte con los ojos cerrados durante horas. Según tengo entendido, el Modo Berserker es un desbordamiento mental, una ruptura en el cerebro que te otorga un poder salvaje y sin control. Para dominarlo… primero necesitas equilibrio."

"Y por eso meditamos..." murmuró Ryan, entendiendo.

"Exacto. Hasta que no seas capaz de calmar ese océano agitado que tienes dentro, no podrás gobernar el modo Berserker." añadió Shouri, apagando el cigarrillo en la arena con desgana, como si esa fuera la metáfora perfecta del control.

Ryan se levantó de golpe.

"Entonces... ¡Sigamos! ¡Usarlo dos minutos no me sirve de nada!"

"Está bien." dijo Shouri.

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Cielo del desierto de Dédalo.

A lomos de Kaito en su forma de ballena voladora, Keipi y Priscilla surcaban el firmamento dorado, con el viento cálido del desierto empujando sus cabellos hacia atrás. Priscilla, en su forma humana, abrazaba al monje por la espalda para no caerse, mientras observaba las nubes que quedaban atrás.

"Montando en avestruz hay tres días de camino hacia el punto de encuentro desde el templo del sur, y otros tres para ir de uno a otro." calculaba ella en voz alta, apretando un poco más sus brazos. "Pero sobre Kaito… llegaremos en día y medio a cada destino, con sus paradas para comer y dormir."

"Entonces… mañana llegaremos al templo del este." concluyó Keipi, relajado.

"En efecto."

Un movimiento abrupto de Kaito los desplazó hacia la derecha, y Priscilla perdió el equilibrio. Dio un pequeño grito y se aferró más fuerte al monje.

"¡A-Ah! Qué vértigo..." dijo, mirando hacia el inmenso vacío bajo sus pies.

"Si tienes miedo…" dijo Keipi con naturalidad, sin inmutarse ni un ápice, "¿por qué no te transformas en polluelo y te sientas en mi cabeza?"

"¡Porque no me apetece!" protestó ella, inflando los mofletes. "Para una vez que tenemos una misión juntos, quiero ir contigo como humana. Ya sabes… más como tu amiga."

"Qué tonta… ya eres mi amiga." respondió Keipi con una voz tan sincera que hizo que el viento pareciera detenerse un instante.

"¡Más te vale!" exclamó Priscilla, sacándole la lengua pero incapaz de ocultar una sonrisita.

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Templo del oeste.

Marco y Futao llegaron finalmente al pie del enorme templo. El sol aún se reflejaba en las plumas de su avestruz cuando algo llamó la atención del lancero.

"¿Q-Qué es eso?" preguntó nuestro protagonista, sorprendido al ver un águila de hielo reposando frente a la entrada, con una nota atada a una de sus garras.

"Es el ave mensajera de Kanu." respondió Futao, bajando de un salto de la avestruz y acercándose a toda prisa. "Es rápido como él mismo, así que lo usa para enviar mensajes urgentes."

"Wow... eso es súper útil, la verdad." comentó Marco mientras se bajaba también del ave. "Pero, ¿por qué enviaría uno ahora…?"

Futao desató la nota, la leyó en silencio y asintió.

"Ya veo." dijo finalmente. "Keipi y Kanu completaron el templo del sur y desactivaron la barrera de la máscara. Como siempre, hicieron un buen trabajo."

"Esos dos... mira que van a saco." se rió Marco.

"También dice algo sobre unas máscaras y elementos…" continuó Futao rascándose la cabeza. "En resumen, según he entendido: este es el templo de la máscara de fuego y tendremos que superar un laberinto ligado a ese elemento para llegar a ella."

El águila se deshizo en partículas de hielo que se elevaron hacia el cielo como motas de luz. Futao guardó el mensaje y ambos entraron al vestíbulo tras atar a su avestruz en el rellano.

"Ah, y otra cosa…" añadió Futao mientras avanzaban. "Menciona que los jeroglíficos del templo son importantes, que Priscilla los puede traducir y que él y Keipi se separaron para investigarlos mejor. Nos aconseja andar con ojo."

"Entendido." respondió, con una sonrisa decidida. "Ahí está la puerta del laberinto. ¿Listo para enfrentarte al fuego?"

"¡De una, Marco! ¡Mejor imposible para dos usuarios de fuego!" se burló el lancero, cruzando las manos detrás de la cabeza.

Con paso decidido, empujaron las puertas y entraron al laberinto… solo para descubrir que no había fuego alguno.

Una ventisca helada les golpeó en la cara. A su alrededor no había salas ardientes o estatuas fundidas, sino un paisaje nevado en lo que parecía la cima de una montaña, con el viento glaciar gruñendo entre picos afilados.

"¿Q-Qué?" balbuceó Futao, tiritando.

"¿N-No era el templo del fuego?" frunció el ceño Marco, sintiendo el frío morder su piel.

Continuará…

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