Por otro lado, el grupo principal, liderado por Marco, decidió avanzar directamente hacia la ciudad para reunirse cuanto antes con la princesa. Hablar con ella y forjar una alianza era importante para ayudar a resolver la compleja y delicada situación bélica en la que se encontraba el país.
Guiados por Faralalan, el grupo cruzó las puertas de Al-Amphoras… y quedaron sin palabras.
Era una ciudad herida… pero viva.
"Es… horrible…" murmuró Cecily al contemplar el ambiente. "Aunque intenten vivir con normalidad, la guerra sigue pesando en sus corazones."
"Desde luego…" añadió Gretel con el ceño fruncido, observando con pena al dueño de un puesto de comida rápida. "Ese hombre está cocinando, pero… no tiene expresión alguna. Es como si solo quedase un vacío indescriptible en su mirada."
"Así son los conflictos bélicos, chicos." intervino Shouri mientras se encendía un cigarro. "La guerra no trae nada bueno. Y nosotros… solo somos peones de quienes ansían poder y dinero, pero se quedan sentados en un lugar seguro mientras otros mueren por ellos."
Faralalan bajó la cabeza, caminando unos pasos por delante. "Por eso… necesitamos un emperador que de verdad quiera evitar estas guerras promovidas por la ambición o las crisis económicas. Como lo fue Baltasar en su época."
"Y lo habrá." afirmó Theo con una sonrisa, mirando a Marco. "Estoy seguro."
"Por ahora, lo primero es detener todo esto." respondió Marco, esquivando el halago para no ponerse rojo. "Vayamos a reunirnos con la princesa."
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"Parece que… tenemos invitados no deseados." murmuró. "Pero… por algún motivo, vienen con una de los nuestros."
Con un ágil movimiento, guardó los prismáticos y saltó hacia atrás, entrando rápidamente en el interior del edificio.
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Tras un paseo corto pero intenso, el grupo llegó por fin a las puertas del gran palacio. A pesar de su imponente verdor, sus cúpulas decoradas y los mosaicos que todavía brillaban bajo la luz, las paredes estaban marcadas por grietas profundas dejadas por la guerra.
"¿Entramos así sin más?" preguntó Theo, perplejo.
"¿No os parece raro?… La puerta se ha abierto sola..." murmuró Gretel, frunciendo el ceño.
"¡Vamos!" ordenó Faralalan con decisión, adentrándose primera.
Desde lo alto, el joven que los había observado con prismáticos descendió de un salto. Cayó con ligereza, mordiendo un trozo de regaliz mientras caminaba hacia ellos con aparente tranquilidad.
"¿Q-Qué hacemos?" susurró Cecily, adoptando una postura ofensiva.
"Nos relajamos." respondió Marco, levantando ambas manos en señal de paz.
Sus compañeros lo imitaron de inmediato.
"Disculpad la hostilidad…" comenzó el joven de pelo azul. "Pero estamos en un momento complicado para recibir a extranjeros."
"¡Sergiv! ¡Soy yo! ¡He vuelto con refuerzos!" exclamó Faralalan, apartándose la capa que ocultaba su identidad.
"¡Vaya! ¡Si es la pequeña Fara!" dijo él, cambiando por completo a un tono más cálido.
"¡Escucha! ¡Ellos son aliados! Destruyeron la barrera enemiga y han venido a ayudar." insistió la joven.
Sergiv se rascó el rubí incrustado en su frente, pensativo, y le dio otro mordisco al regaliz.
"¿Es cierto lo que dice la niña? ¿O la estáis manipulando?" preguntó, manteniendo aún la guardia alta.
"¿De verdad crees que alguien como yo necesitaría manipular a una cría para destruir una nación?" respondió Shouri entre risas, expulsando humo de su cigarro.
"Esta tía…" murmuró Cecily, llevándose una mano a la frente.
"¿Y tú eres...?" preguntó el peliazul, entrecerrando los ojos hacia la imponente mujer.
"Soy Shouri, la leyenda bélica de las rocas." respondió ella con absoluta tranquilidad.
"En efecto." asintió Faralalan con una sonrisa orgullosa.
"¡Por los rubíes del trono!" exclamó el joven, arrodillándose de inmediato. Los soldados, al ver su reacción, bajaron las lanzas al unísono. "¡Perdonad mi ofensa! Soy uno de los cuatro Awsiyas de Su Majestad Sherezade. Mi nombre es Sergiv."
"No hace falta tanto respeto de golpe." dijo Shouri, cruzándose de brazos. "Mientras entendáis que no hemos venido a causar problemas, sino a ayudar, es más que suficiente."
"E-Entendido..." murmuró él, poniéndose nuevamente en pie con cierta torpeza.
"Cómo impone esta tía..." pensó Gretel, tragando saliva.
"Es una maldita fiera..." murmuró Theo, fascinado.
"Espero llegar a ser así algún día..." suspiró Marco.
"¿Y qué necesitáis exactamente?" preguntó Sergiv, recuperando la compostura.
"Queremos reunirnos con la princesa, si no supone una molestia." respondió nuestro protagonista, dando un paso al frente.
Sergiv hizo una mueca, rascándose la nuca. "Pues... no sé si está en condiciones ahora mismo."
"Podéis pasar." interrumpió una voz seria desde lo alto de las escaleras.
Todos levantaron la vista.
Allí, en el descansillo, se encontraba una mujer de porte impecable: pelo azul oscuro cortado recto, tez oscura, gafas finas y un reluciente zafiro incrustado en su frente. Sostenía un enorme libro entre las manos, casi tan grande como su torso.
"Najaf... ¿Qué haces aquí?" preguntó Sergiv, sorprendido.
"La princesa se ha enterado del regreso de Faralalan y me pidió que los dejara pasar." explicó la mujer, ajustándose las gafas con elegancia. "Por fortuna, estamos los cuatro Awsiyas en el palacio, así que Su Majestad tiene menos recelo de reunirse con extranjeros."
"¿E-En serio podemos?" preguntó la pequeña Ballure. Su voz tembló un instante, esperando casi que la respuesta fuese negativa.
Najaf asintió despacio, volviendo a ajustarse las gafas con un gesto preciso.
"Genial, muchas gracias," dijo Marco, en nombre de todos.
"Venid. Es por aquí," indicó la mujer del zafiro, extendiendo la mano hacia el interior del palacio.
El grupo intercambió una breve mirada, como asegurándose mutuamente, y entonces subió las escaleras en silencio. Cada paso resonaba más de lo esperado, cargado por la mezcla de nervios y curiosidad.
Sergiv los observó desde atrás, con los brazos cruzados y un suspiro que le escapó sin querer.
"Majestad, luego no os sorprendáis si acaban siendo enemigos, ¿eh?" murmuró con una mueca.
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La sala principal los recibió con un perfume dulce a incienso y pétalos secos. Era amplia, abovedada, sostenida por columnas de mármol pulido cuyos relieves formaban arabescos que parecían moverse bajo la luz. El suelo, un mosaico de tonos aguamarina y dorados, reflejaba los colores de las lámparas colgantes, que tintineaban suavemente con la brisa que se filtraba desde las celosías.
En el extremo de la estancia se alzaba el trono: una estructura elegante, tallada en madera oscura incrustada con pequeñas gemas que atrapaban la luz como estrellas atrapadas. Pero la figura que reposaba en él permanecía oculta. Capas de telas translúcidas—blancas, azafrán y azul profundo—colgaban desde un dosel circular, cayendo en ondas suaves alrededor del asiento. Las sedas velaban por completo la silueta de la princesa, apenas insinuando movimientos leves.
"Este es el lugar" comentó Najaf al frente del grupo.
"Q-Qué elegante…" murmuró Gretel, completamente fascinado.
"Desde luego…" suspiró Theo. "Esta arquitectura parece de otro mundo comparada con la de mi reino."
"¡Princesa Sherezade! ¡He vuelto!" anunció Faralalan, alzando la voz con entusiasmo al ver la silueta tras las telas.
De pronto, dos figuras cayeron del techo con la precisión de un trueno silencioso. Un hombre y una mujer de ojos afilados, piel oscura y cabellos verde marino. En sus frentes, una turquesa resplandecía como un faro. Eran los awsiyas gemelos.
"Bienvenidos" dijo el hombre con tono firme. "Soy Rachid, uno de los Awsiyas de la princesa Sherezade. Y por motivos de seguridad, no podemos permitir que avancéis más allá de vuestra posición."
"Bienvenidos también" añadió la mujer con una leve inclinación. "Soy Yelena. No es nada personal, pero debemos extremar las precauciones."
"S-Son idénticos…" susurró Cecily, admirada. "Es como ver la versión opuesta del otro."
"Ya ves…" murmuró Theo.
"Lo entendemos." respondió Shouri encendiéndose otro cigarrillo.
Marco avanzó un poco, manteniendo las manos visibles. "Solo queremos hablar con su majestad. Faralalan nos encontró y pidió nuestra ayuda para detener esta guerra."
Los gemelos se miraron, intercambiando un gesto silencioso cargado de juicio.
"Lo comprendo" dijo de pronto una voz femenina detrás de las telas.
La figura tras el trono se puso en pie. Las telas se abrieron con suavidad, revelando a una joven de cabello esmeralda y tez oscura. Un jade brillaba en su frente y sus ojos verdosos transmitían una mezcla de serenidad y determinación. Sus ropajes reales y la diadema de oro confirmaban su identidad.
"Bienvenidos a Al-Amphoras" declaró con elegancia. "Soy Sherezade… princesa de este país."
Continuará…
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