martes, 18 de noviembre de 2025

Ch. 261 - La amenaza de la noche eterna

Ahora que el grupo principal había conseguido forjar finalmente una alianza con los Ballure para poner fin al conflicto bélico, los protagonistas decidieron separarse para cubrir más terreno y cumplir varias tareas pendientes.

Marco y Shouri permanecieron en el palacio, listos para seguir conversando con la princesa Sherezade y sus Awsiyas sobre la situación del país y los siguientes pasos en la guerra. Mientras tanto, Theo y Gretel acompañaban a Faralalan para reunirse con su abuelo adoptivo, deseosos también de comprobar cómo reaccionaría ante toda la verdad revelada.

Cecily, por su parte, optó por perderse entre las calles de Al-Amphoras. Quería escuchar rumores, observar el ambiente de la ciudad y, con suerte, encontrar alguna pista que el resto hubiese pasado por alto.

El grupo se dispersó así en distintas direcciones… cada uno sin saber que lo que encontrarían marcaría el rumbo de la guerra que se avecinaba.

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Palacio.

La princesa los condujo a una sala de reuniones iluminada por lámparas de aceite. Todos tomaron asiento alrededor de una mesa baja mientras varios sirvientes les servían té caliente con una precisión casi ceremonial.

"Ahora que ya hemos acordado formar la alianza, es momento de compartir todo lo que sabemos" comenzó Sherezade, apoyando las manos sobre la mesa con determinación. "Si queremos frenar este conflicto, debemos hacer entender a nuestros rivales que la gema infinita no tiene el valor monetario que creen."

"Se lo hemos intentado comunicar mil veces" gruñó Rachid, soplando su taza. "Pero jamás nos escuchan."

"Una vez hasta nos topamos con uno de sus Zodiaco" añadió Yelena con una sonrisa amarga. "Intentamos explicárselo incluso en mitad del combate… pero era como hablar con una pared."

"Bueno, es normal." dijo Shouri, encendiéndose un cigarrillo como quien comenta el clima.

Marco la miró de reojo. "N-No me había fijado en lo mucho que fuma esta mujer…" pensó.

"¿Cómo que normal?" saltó Sergiv, frunciendo el ceño.

"Poneros en su piel" respondió Shouri sin un solo titubeo. "Están siendo aplastados por una crisis económica que podría destruirlo todo. Imaginad no tener dinero para alimentaros. Imaginad ver a vuestros seres queridos morir de hambre frente a vosotros. Si existiese la mínima posibilidad de conseguir una gema que podría salvaros… ¿no os aferraríais a ella como locos? Y lo más importante… ¿os creeríais al enemigo cuando os dice que esa gema no vale nada?"

El silencio cayó unos segundos.

"Shouri tiene razón." admitió Najaf, ajustándose las gafas. "Hemos juzgado sus actos, pero no su situación. Nunca intentamos comprenderlos… y eso también es un error."

"Sí, bueno, tampoco podemos olvidar que están tan desesperados que podrían aprovechar cualquier gesto de buena fe para apuñalarnos por la espalda." protestó Sergiv.

"No digo que estén haciendo lo correcto" dijo Marco. "Pero cuando luchamos contra ellos… vimos determinación. Vimos miedo. Vimos que querían cumplir su misión para no decepcionar a su gente. No lo hacían porque fueran villanos… sino porque querían sobrevivir."

Sherezade asintió lentamente. "Lo comprendo. Pero por suerte, todavía no han usado su arma definitiva… el Animalia."

"¿El qué?" preguntó Marco, enderezándose en el asiento.

"Su castillo" explicó Najaf, subiendo las gafas de nuevo. "Cuando los Cuatro Sagrados vierten su sangre en la fuente del edificio, pueden activar el Animalia. Entonces su base de operaciones se transforma en un castillo flotante que allí donde va… convierte el cielo en una noche eterna, con una única y enorme luna radiante que ilumina todo y que al mismo tiempo, les otorga más poder."

"Un castillo que trae consigo la noche…" murmuró Shouri, interesada.

"¿Y por qué no pueden usarlo?" preguntó Marco.

"Porque no cuentan con uno de los Cuatro Sagrados" respondió Sherezade. "El portador del Conejo Lunar Nuevo."

Shouri y Marco se quedaron petrificados al escuchar aquellas palabras. El recuerdo de Ashley —y aquella forma majestuosa que tomó al luchar contra Kinaidos— les golpeó como un puñetazo. Todo encajaba demasiado bien… incluso su supuesta traición.

"U-Un momento…" murmuró el emperador, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda.

"Tranquilo, Marco." Shouri apoyó su mano en su hombro. "Aunque exista la posibilidad… no significa que ella vaya a traicionarnos. No saques conclusiones tan rápido."

Sherezade arqueó una ceja al notar la tensión que acababa de invadir la sala. "¿Qué sucede? Estáis actuando como si hubierais visto un fantasma."

"La verdad es que…" Marco respiró hondo y comenzó a explicar todo lo ocurrido con Ashley, sin omitir nada.

El silencio cayó de golpe, pesado como una losa. Solo se escuchaba el eco de sus propias respiraciones… hasta que Sergiv se desplomó hacia delante, golpeando la frente contra la mesa con un clonk que retumbó en la sala.

"Esto es una mierda…" gruñó Najaf, cubriéndose la cara con ambas manos.

"¿Tan malo es?" preguntó Shouri, inclinándose hacia ellos con preocupación.

"Si vuestra amiga es realmente el nuevo conejo lunar y os ha traicionado..." Sherezade tragó saliva, estaba temblorosa. "Entonces el Animalia será activado. Y si eso ocurre… será el fin de los Ballure. Ni siquiera con vuestra ayuda podríamos… detener a los cuatro sagrados y a Draco."

Marco se puso de pie. Su pulso retumbaba, pero su mirada ardía con un fuego que iluminaba la sala.

"Pase lo que pase," declaró con convicción, "yo me haré cargo. De todo lo que venga. Y aunque el Animalia se active… ¡lo detendré!"

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Calles de Al-Amphoras.

Cecily llevaba todo este rato observando cada rincón de la ciudad No solo se fijaba en las calles semiderruidas, sino también en los rostros de sus ciudadanos: cansancio, miedo, dolor…

Aprovechó para preguntar con tacto a varios Ballure sobre lo ocurrido desde el inicio de la guerra. Por lo que le contaron, aunque la mayor parte del conflicto se libró en las afueras, durante la primera invasión llovieron flechas de fuego y rocas ardientes sobre la zona urbana, dejándola en el estado lamentable que veía ahora.

Una vez reunió la información que necesitaba, su estómago recordó que llevaba horas sin probar bocado. Decidió buscar algo para comer… pero entonces, una voz ahogada y un golpe seco la hicieron girarse.

Una joven Ballure, cargando una caja enorme, tropezó con una piedra y cayó de bruces al suelo. Las naranjas salieron rodando como si escaparan de un enemigo invisible.

"¡Oye! ¿Estás bien?" preguntó Cecily, agachándose enseguida para ayudarle.

"Auch…" refunfuñó la ballure de pelo rojizo y espinela brillante en la frente. Llevaba un peto vaquero y una camisa de cuadros que le daban un aire adorable y simpático. "Qué tonta soy."

"No eres tonta, mujer." dijo la ladrona, recogiendo un par de naranjas con habilidad felina. "A cualquiera se le cae algo."

"Jo… pues tienes razón." respondió la chica con una risita nerviosa. "Y muchas gracias por ayudarme, soy Ella."

"Yo Cecily, un placer." sonrió nuestra protagonista, devolviéndole la caja ya ordenada.

La chica rojiza le devolvió la sonrisa, iluminando por un instante aquella calle maltratada por la guerra.

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Casa de Faralalan.

Frente al hogar semiderruido, un anciano calvo hojeaba un periódico rasgado con la ayuda de unas gafas de lectura. A pocos metros, dos pequeños de pelo azulado —un niño y una niña— jugaban lanzándose una pelota entre risas.

"¡Abuelo! ¡Yussef, Fátima!" gritó Faralalan —con la gema pegada de nuevo en su frente— al verlos, rompiendo a llorar mientras corría hacia ellos.

"¡Es Fara!" exclamó el niño, dejando caer la pelota.

"¡Ha vuelto de su misión!" añadió la niña con los ojos brillantes.

El anciano dobló el periódico con torpeza, agarró su bastón y aceleró todo lo que le permitían sus piernas para encontrarse con ella.

"¡Fara!" exclamó entre lágrimas, abrazándola con todas sus fuerzas. "¡Estás sana y salva!"

"¡Pues claro, abuelo!" respondió la pequeña, sollozando de pura felicidad.

Theo y Gretel se acercaron con una sonrisa.

"Ella lo hizo increíble durante todo este viaje." dijo el portador de la deidad con orgullo.

"Sí. Es una niña extraordinariamente valiente." añadió el gemelo.

"¿Y vosotros sois…?" preguntó el anciano, sorprendido al ver a los dos forasteros.

"Son parte del grupo de personas que vienen a ayudarnos…" explicó Faralalan. "Ellos son Gretel y Theo."

"Un placer." dijeron ambos a la vez.

"Oh, dejad que me presente ante nuestros invitados y aliados en esta guerra." dijo el anciano incorporándose con dignidad. "Soy Judas, un awsiya retirado que vive con sus nietos. Ellos son Yussef y Fátima. Bienvenidos a nuestra humilde morada."

"Hala, qué alto eres." dijo Yussef mirando a Gretel con los ojos muy abiertos.

"Tú tienes que crecer más." añadió Fátima señalando a Theo sin mala intención.

"Aún tengo tiempo para dar el estirón…" respondió el chico, intentando sonreír mientras se limpiaba una lágrima furtiva.

"Por cierto, abuelo…" murmuró Faralalan, inquieta.

"¿Qué ocurre?" preguntó Judas, inclinándose un poco hacia ella.

"Sherezade… me dijo la verdad." confesó, bajando la mirada. El mundo pareció detenerse unos segundos.

"Ya veo…" susurró el anciano. Sin pensarlo un segundo, la rodeó con ambos brazos en un abrazo firme y cálido. "Pero que lo sepas, Fara… Pese a todo, siempre serás mi nieta. Da igual que no compartamos sangre. Compartimos corazón y vínculos… y eso no lo cambiará nada ni nadie, ¿vale?"

"S-Sí…" respondió ella, rompiendo a llorar mientras le devolvía el abrazo.

"Parece… que necesitaba ese abrazo." comentó Theo con una sonrisa suave.

"Y también esas palabras." añadió Gretel, dejando escapar una lágrima al recordar a su hermano Hansel. "Espero poder volver a darte un abrazo así de cálido… hermano."

Continuará…

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