Mientras el grupo de Marco continuaba con sus tareas en Al-Amphoras, el equipo de Ryan acababa de llegar a la frontera… y la escena que encontraron los dejó sin aliento.
El cielo estaba cubierto por un humo denso y rojizo; las dunas del desierto estaban surcadas por cráteres, surcos quemados y charcos oscuros que teñían la arena de un rojo casi negro. Tropas de ambos bandos —hombres bestia y ballures— yacían heridos por el suelo, algunos intentando reincorporarse, otros gritando por ayuda entre el estruendo de la batalla. El viento arrastraba arena mezclada con ceniza, y cada pocos segundos se escuchaba el impacto de un proyectil mágico o el choque metálico de las armas.
"N-No puede ser…" murmuró Futao llevándose una mano a la boca."Pensé que estarían en una tregua estratégica en estos momentos…"
"Parece que no…" respondió Kanu con el ceño fruncido, observando una columna de fuego elevarse a lo lejos. "Algo ha tenido que pasar para que vuelvan a las armas tan pronto."
"Seguramente la presión de la crisis económica les esté obligando a actuar más rápido o algo así." añadió Nathalie, abriendo su lata de cerveza con un clic y dando un trago sin apartar la mirada del caos.
El suelo volvió a temblar por un impacto cercano.
"Sea lo que sea, no podemos quedarnos de brazos cruzados." Comentó Ryan, corriendo hacia el frente de batalla, dejando una estela de arena levantada detrás de él.
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Uno de los guerreros Ballure levantó un muro de cristal rosetta para defenderse, pero el hombre-bestia rinoceronte lo destrozó de un brutal cabezazo, avanzando como un tifón de furia. Su cuerno nasal, afilado como una lanza, iba directo a abrirlo en canal… hasta que unas cadenas surgieron del suelo, trepando por sus extremidades y tirando de él con violencia.
"¡Cuidado!" gritó Ryan, aterrizando en el campo de batalla con un golpe que levantó arena a su alrededor.
Desde lo alto de una duna, Kanu se deslizó como un rayo azul. Tensó el arco, soltó varias flechas heladas y, al tocar el aire caliente del desierto, estas crecieron hasta formar enormes pilares de hielo que se incrustaron en el interior de los cañones enemigos, haciéndolos estallar en mil pedazos.
En el flanco derecho, Nathalie giró su guadaña de sombras y lanzó un tajo descendente. Su sombra se extendió como un filo gigantesco que cortó de raíz las murallas de madera del ejército animal, haciendo que se desplomaran como si fueran de cartón.
Mientras tanto, Futao avanzaba entre los combatientes con la velocidad de una tormenta de arena, golpeando nucas y estómagos con precisión quirúrgica, dejando contrincantes inconscientes a su paso.
Ante la repentina llegada de refuerzos y el cambio drástico del combate, el líder del escuadrón hombre-bestia ordenó una retirada estratégica. En cuestión de minutos, todos se dispersaron entre las dunas, dejando atrás el ruido de la batalla y permitiendo a los Ballure recuperar el aliento.
Los guerreros de cristal se dejaron caer al suelo, agotados, magullados… pero profundamente aliviados.
"¿Estás bien?" preguntó Ryan, ayudando a levantarse al joven Ballure que había salvado del rinoceronte.
"S-Sí…" balbuceó, todavía tembloroso. "Gracias."
Un hombre imponente se acercó a ellos con paso firme. Tenía la piel oscura, una larga melena dorada con dos trenzas cayéndole por las patillas y una cicatriz vertical que cruzaba su ojo izquierdo. En su frente brillaba una turmalina desgastada por la batalla.
"Muchas gracias por vuestra ayuda. Soy el general Gartana." dijo, extendiendo su mano con solemnidad.
"No ha sido nada." respondió Ryan devolviéndole el saludo. "Soy Ryan, y ellos son Nathalie, Futao y Kanu. La pequeña Faralalan nos pidió ayuda para detener esta guerra. Vinimos enviados a echaros una mano y a obtener algo de información sobre lo que está ocurriendo en este lado."
"¿La pequeña Fara, dices?" El general esbozó una cálida sonrisa que suavizó por un momento su aspecto feroz. "En ese caso, no hay duda: puedo fiarme de vosotros. Venid conmigo. Os llevaré a nuestro campamento."
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Sylvapura, castillo.
En lo más alto de la fortaleza, la atmósfera era densa. El gobernador Draco se encontraba reunido con tres de sus cuatro sagrados en la sala estratégica, rodeados de mapas, documentos y lámparas que iluminaban el lugar con un tono azulado.
Fue entonces cuando se escuchó a alguien dar un par de golpes firme a la puerta.
"Adelante." ordenó Draco.
Cuando esta se abrió, todos contuvieron la respiración debido a la sorpresa.
"¿Q-Qué haces aquí, Eugene?" exclamó Shimuna, el fénix lunar menguante, con los ojos como platos.
"¡Vuelve al templo del norte a hacer tu trabajo, pedazo de inútil!" le regañó Karta, la tortuga lunar creciente, levantándose de inmediato.
"Cálmate, viejo." gruñó Belial, el tigre lunar lleno. "Si ha venido hasta aquí, será por una razón de peso."
"¡Y así es, mis honrados superiores!" dijo Eugene arrodillándose con elegancia. "Siento haber abandonado mi puesto… pero temo que ya no sirve de nada mantener la barrera."
"¿Y eso?" bufó el hombre-bestia tortuga, cada vez más irritado.
"Porque mis compañeros y yo dimos una paliza a los vuestros y desactivamos las máscaras." anunció Ashley entrando con paso firme, cruzándose de brazos como si la sala le perteneciera.
Al sentir su presencia y su enorme energía mágica, los tres sagrados se pusieron de pie de golpe, preparándose instintivamente para un combate.
"¿Q-Quién eres?" preguntó Belial con una mezcla entre rabia y desconcierto.
"¡No eres bienvenida aquí, humana!" escupió Karta, su piel endureciéndose, volviéndose la de una tortuga gigante.
"¡Parad! ¡Parad!" gritó Eugene levantándose torpemente.
"¡No pienso hacerlo! ¡Esta tía es peligrosa!" vociferó Shimuna, su boca se transformaba en un afilado pico.
La tensión escaló en un instante… hasta que un sonido seco desgarró el aire.
¡PAM!
La palmada de Draco retumbó como un trueno. La magia en la sala vibró de tal forma que las transformaciones se revirtieron de inmediato, obligando a los tres sagrados a volver a su forma humana. Jadeaban, como si alguien les hubiese cortado el impulso de golpe.
"Calma." ordenó Draco, reclinándose y apoyando ambas piernas sobre la mesa con una autoridad que heló la habitación.
"S-Sí…" murmuraron los sagrados volviendo a sentarse, tensos.
"Wow…" susurró Ashley, alucinada.
Draco entrecerró los ojos y se volvió hacia el Zodiaco.
"Eugene. ¿Qué ocurre?"
El hombre conejo tragó saliva con fuerza.
"Verá, señor… Esta muchacha… es mi hija. La hija que te conté que tuve que abandonar hace años por la miseria. Ella… es Ashley."
"¿Su hija?" Karta se inclinó hacia adelante, sorprendido.
"Bueno… sí que se parecen un poco." admitió Shimuna frunciendo el ceño.
"¿Y a dónde quieres llegar con eso?" escupió Belial, perdiendo la paciencia.
"Ella… ella es el Conejo Lunar Nuevo. El último sagrado que necesitamos para activar el Animalia." reveló Eugene, tembloroso.
La sala entera se congeló.
El aire cambió. Los sagrados abrieron los ojos de par en par. Incluso Draco, normalmente imperturbable, se levantó de golpe, como si acabaran de revelarle un milagro.
Un rayo de esperanza había atravesado la sombra de la crisis económica.
"Eugene… Ashley… Por favor, contadme todo desde el principio. También lo de la barrera. Os lo ruego en nombre de Sylvapura." dijo Draco, por primera vez dejando entrever vulnerabilidad.
"E-Está bien…" respondió nuestra protagonista, respirando hondo, sabiendo que cada palabra podría cambiar el rumbo de la guerra.
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Tiempo después.
"Entiendo." dijo Draco mientras volvía a tomar asiento tras escuchar la larga explicación de Ashley y Eugene. "Una de las Ballure escapó y contactó con vuestro grupo para pediros ayuda. Llegasteis aquí, os separasteis para desactivar la barrera y, en el proceso, derrotasteis a cinco de mis guerreros. Y, para rematar la casualidad... te encontraste con tu padre en el templo del viento, y tú resultaste ser la descendiente elegida por el anterior Conejo Lunar Nuevo."
"Es mucha información de golpe, pero no suena a mentira." comentó Shimuna.
"Igualmente... es demasiada casualidad." gruñó Karta, escéptico hasta la médula. "¿Cómo vamos a creernos que ella es el conejo lunar, ha traicionado a sus amigos y ahora quiere ayudarnos porque su padre, el mismo que la abandonó, se lo ha pedido?"
"Dicho así..." murmuró Belial, empezando también a dudar.
"La verdad... no estoy aquí por mi padre." confesó Ashley, bajando ligeramente la mirada. "Ni siquiera he sido capaz de mirarle a la cara como debería, porque por su culpa... tuve una infancia y adolescencia horribles, de las que aún conservo secuelas. Y, obviamente, tampoco me apetece mucho ver a mi madre."
"Entonces, ¿por qué estás aquí?" preguntó Draco con calma.
"Porque, al final... soy una mujer-bestia. Y siento que, para ser más fuerte, necesito saber quién soy." respondió ella con sinceridad. "Y si para eso tengo que traicionar a mis compañeros durante un tiempo y enfrentarme a ellos, lo haré." mintió sin pestañear.
"Entiendo." dijo el gobernador, entrelazando los dedos sobre la mesa. "Sin embargo, sigo sin creer al cien por cien que seas el Conejo Lunar. Necesitaremos una prueba sólida de ello."
"Claro, ahora mismo activo mi forma lunar." dijo Ashley, llevándose la mano al pecho.
"No." la detuvo Draco con firmeza. "Aquí no."
"E-Está bien..." respondió ella, algo confundida.
El gobernador desvió la mirada hacia la tortuga. "Karta, entre los del zodiaco... ¿quién está más cerca de vuestro nivel como sagrados?"
"Actualmente es el dragón, pero pidió unos días libres y está fuera de Sylvapura." explicó Karta. "Sin embargo, el segundo más fuerte es, sin duda... el cerdo, Joaco."
"Perfecto. Dile que en una hora le quiero en la arena de combate." ordenó Draco.
"¿Qué va a hacer, señor?" preguntó Eugene, ya temblando otra vez.
"Vamos a demostrar delante de todo Sylvapura si ella es o no el verdadero conejo lunar." declaró con una sonrisa que mezclaba emoción y riesgo. "Y lo hará luchando contra uno de mis mejores zodiacos. ¡Jajajaja!"
"Pe-Pero..." murmuró Eugene, cada vez más nervioso.
"Da igual, padre." dijo Ashley sin mirarlo siquiera, dando un paso al frente. "Hagámoslo. Os demostraré que soy el verdadero conejo lunar nuevo... y derrotaré a ese cerdo."
Continuará…
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