Sylvapura.
Paseando por sus calles bajo el cielo nocturno, encontramos a Draco junto a Ashley, quien había decidido prestarle su oído para hablar de aquello que la estaba perturbando.
"¿Y bien? ¿Qué te hace poner esa cara?" le preguntó el gobernador mientras encendía un cigarrillo.
"Normal. Ellos te abandonaron a una temprana edad y te condenaron a una vida horrible, por lo que escuché. ¿No es así?" confirmó Draco.
"En efecto... Fue tan temprana edad que ni siquiera llegaron a decirme que era una mujer-bestia, y estuve ignorando por completo ese lado que yacía dormido en mi interior. Y, para colmo, fui traicionada y condenada al esclavismo porque ellos me dejaron atrás." explicó, paseando con los brazos cruzados y la mirada baja.
"¿Y no se han disculpado contigo?" preguntó él.
"Claro que lo han hecho, y con tan solo mirarles se ve que de verdad lo sienten... pero... tengo miedo de volver a abrirme a ellos... y... volver a ser traicionada." confesó con una sinceridad desarmante. "Si vuelvo a sus vidas y les abro mi corazón... no quiero que me lo vuelvan a romper en mil pedazos."
Draco se acercó a ella y posó su enorme mano sobre la cabeza de la joven, acariciándole el pelo con suavidad.
"Conozco a Eugene desde hace años, jovencita." dijo el gobernador. "Él empezó a formarse bajo el mando del anterior Zodiaco conejo y daba el todo por el todo para hacerse fuerte y convertirse en su sucesor. Y simplemente, el cabronazo lo consiguió."
"Ya veo." dijo Ashley, soltando una leve sonrisa.
"Cuando tuve la oportunidad de hablar por primera vez con él y le pregunté a qué se debía tanta devoción, me comentó que cometió un error que jamás se perdonaría y que intentaría solucionarlo cuando fuera más poderoso que nadie." continuó Draco. "Y ahora que te conozco y sé sobre ti, entiendo de lo que hablaba Eugene en aquel entonces."
"¿Él siempre ha pensado así?" murmuró Ashley.
"No puedo confirmarte que perdonarles y volver a sus vidas sea un camino de paz ni que no vaya a haber altibajos, pero..." Draco tiró la colilla a una papelera cercana y suspiró. "Sí puedo decirte, poniendo mi mano en el fuego, que ellos te quieren y están dispuestos a hacer lo necesario para ser perdonados."
"Gracias... creo... que ya sé qué hacer con esta situación." sonrió nuestra protagonista. "Aunque, me gustaría saber por qué decidiste ayudarme. Al fin y al cabo, no soy del todo una aliada."
El gobernador sonrió. "Bueno, al final no dejas de ser una de los nuestros, y en este mundo es mejor ayudarnos entre nosotros. Siempre hemos sido despreciados."
"¿A qué te refieres?" preguntó Ashley.
"Desde que era pequeño, gracias a mi posición privilegiada como hijo del anterior gobernador, pude ver la crudeza con la que éramos tratados los hombres-bestia en las reuniones políticas." relató con voz firme. "Mientras otros países de humanos solicitaban ayudas económicas y las recibían ipso facto, nosotros rogábamos durante años lo mismo para que, al final, solo nos concedieran una ligera reducción en los impuestos."
"Vaya..." murmuró nuestra protagonista.
"Pero no solo nos afecta en el ámbito político, Ashley." continuó él, seguro de sí mismo. "Siempre se nos ha visto como escoria por ser una especie que combina humanidad y animal. Como si fuéramos un grupo extraño, sin privilegios, al que cualquiera puede despreciar."
Enfurecido, sacó un cigarro y lo encendió con una llama que brotó de su propio dedo.
"Hasta en esta guerra nos toman por tontos."
"¿Por lo de que la gema infinita no tiene ese valor monetario?" preguntó Ashley.
"Así que tú también te crees esa historia, ¿eh?" sonrió Draco con ironía. "Todos son iguales fuera de este país. Para ellos siempre somos idiotas aferrados a ideas equivocadas o simples marionetas del sistema. Pero no, no lo somos. ¡Estoy seguro de que esa gema es valiosa de verdad y puede salvarnos de esta crisis!"
"Pero... los Ballure la necesitan para vivir." objetó la joven.
"¿O sea que puedes creerles a ellos sin un ápice de prueba sobre sus palabras, pero no a nosotros?" replicó Draco, clavando los ojos en los de Ashley. "¿No te convierte eso en la misma escoria que nunca nos toma en serio?"
"Yo..." murmuró ella, empezando a dudar.
"Siempre igual. Siempre seremos los villanos de una historia mal contada. ¡Y no es así!" bramó Draco, perdiendo la paciencia. "Intentamos hablar con Sherezade para solventar la deuda económica de forma pacífica, pero ella siempre se negó."
"Entiendo tu enfado, pero... no creo que ellos mientan." respondió ella.
"¿Ah, no? Entonces dime..." dijo Draco, acercándose un paso. "¿Por qué Sherezade olía a humano en vez de a Ballure cuando me reuní con ella?"
"¿C-Cómo?" se sorprendió nuestra protagonista, abriendo los ojos de par en par. "¿E-Eso es cierto?"
"Así es. Lo juro por mis padres, que en paz descansen." exclamó Draco. "¡Luore es un país lleno de mentiras, y estoy convencido de que lo de esa gema también lo es!"
Ashley se quedó en silencio, observándole con calma mientras sus pensamientos comenzaban a agitarse como un torbellino.
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Más tarde. Casa de Eugene.
Cuando nuestra protagonista regresó al hogar, encontró a sus padres sentados en el sofá viendo el telediario en la televisión. Al oír la puerta, ambos se giraron de inmediato y se levantaron casi al mismo tiempo.
"¿Estás mejor?" preguntó Leslie, con una expresión llena de culpa.
"Sí." respondió Ashley, mirándoles a la cara por primera vez.
"De nuevo, perdona por todo lo que te hicimos pasar." dijo Eugene mientras él y su esposa se acercaban con cautela.
"Hija…" murmuró Leslie, romiéndose en lágrimas.
"Ashley…" balbuceó Eugene, mordiéndose el labio para contener la emoción.
"Empecemos de nuevo." dijo ella finalmente, dando un paso hacia ellos. "Papá… mamá."
Y los abrazó a ambos con una sonrisa suave, más tranquila que la que había mostrado desde que llegó.
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Al día siguiente, Templo del Tiempo.
El grupo de Keipi descendió sobre la ubicación señalada por las coordenadas. La arena del desierto, abrasada por el sol, se agitó bajo sus pies cuando Kaito desapareció. Un silencio reverente envolvió a todos al contemplar que la información era cierta, había un quinto templo.
“Así que esta es nuestra última parada hacia la verdad.” murmuró Lily, revoloteando alrededor de la puerta como una luciérnaga nerviosa.
“¡A por ello!” sonrió Nicole, incapaz de contener la adrenalina.
Con un crujido profundo, la puerta se abrió hacia dentro. Un aire antiguo escapó como un suspiro atrapado durante milenios. El grupo avanzó sin dudar.
Entraron en una sala oscura, amplia, iluminada únicamente por antorchas clavadas en las paredes. La luz danzante revelaba partículas de polvo que parecían brillar como estrellas viejas. Allí cruzaron un puente colgante de madera que se extendía hacia la penumbra, llevándoles a otra cámara donde se percibían sombras de estatuas y muros escritos.
Pero algo era diferente a los templos anteriores.
Las paredes estaban completamente cubiertas de jeroglíficos, miles de ellos, más pequeños y densos que en cualquier otro lugar. Parecían una avalancha de información comprimida en cada centímetro. Algunos estaban desgastados, mordidos por el tiempo, como si algo hubiera querido borrar partes clave del mensaje.
“Es increíble…” murmuró Priscilla sacando su cuaderno con manos temblorosas. Ya estaba escribiendo antes incluso de terminar la frase.
“Deja que te ayude. Esto es demasiado trabajo para ti sola.” dijo Nicole acercándose.
“¡Yo también puedo hacer algo!” añadió Lily, alzándose como una chispa de entusiasmo.
Pero Keipi dejó de escucharlas. Sus ojos se endurecieron de repente y se giró hacia el puente… con una mirada afilada como una cuchilla.
“Chicas.” su voz retumbó grave. “No salgáis de aquí.”
Nicole parpadeó. “¿Kei…?”
Priscilla tragó saliva. “Hay un enemigo. Yo también lo sentí al entrar.” Después miró al espadachín con absoluta confianza. “Pero no es nada que él no pueda enfrentar.”
“Da la cara.” comentó, con su voz resonando en la oscuridad del abismo.
Entonces se oyó un golpe de viento.
Bajo ella se reveló un hombre-bestia con rasgos dracónicos: piel endurecida, ojos reptilianos, garras afiladas y un aura de autoridad helada.
“No esperaba ser descubierto tan pronto…” dijo con una sonrisa ladeada. “Parece que el enemigo es más ágil de lo que imaginé.”
Keipi chasqueó la lengua. “Lo siento, pero tenemos prisa.”
El dragón inclinó la cabeza, y el puente volvió a crujir bajo su peso. “Lo entiendo.” extendió sus uñas, largas como dagas. “Yo tampoco puedo permitir que os hagáis con esa información.”
Alzó la barbilla con orgullo.
Continuará…
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