lunes, 15 de diciembre de 2025

Ch. 281 - Cadáveres de un falso nigromante

Animalia, sala del bosque.

Desde uno de los túneles del castillo, Cecily salió despedida y cayó varios metros hasta aterrizar con sorprendente suavidad sobre un enorme matorral. Las hojas se agitaron y amortiguaron el impacto, envolviéndola en un aroma fresco y húmedo, impropio de una fortaleza flotante.

Tardó unos segundos en incorporarse, aún aturdida. Lo primero que la desconcertó fue comprobar que aquel arbusto estaba vivo, palpitante, cubierto de un verdor intenso y casi luminoso. Resultaba antinatural encontrar algo tan orgánico y vibrante en el interior de una construcción tan colosal y opresiva como el Animalia.

Pero lo verdaderamente impactante llegó cuando salió del interior de la planta.

Ante ella se extendía un bosque entero. Árboles gigantescos alzaban sus copas hasta perderse en lo alto de la sala, cuyas paredes se confundían con la distancia. Un cielo artificial se proyectaba en el techo, pintado con tonos azulados y atravesado por falsas nubes que se desplazaban lentamente. 

La luz descendía entre las ramas como si fuese auténtico sol filtrándose entre las hojas, y una brisa constante —creada por generadores ocultos— mecía la vegetación con un susurro inquietantemente real.

El suelo estaba cubierto de raíces, musgo y senderos naturales, y el canto lejano de aves inexistentes resonaba entre los troncos, completando la ilusión de un ecosistema vivo encerrado dentro de una gigantesca sala.

"¿Qué lugar es este…?" murmuró Cecily, completamente anonadada.

"Mi sala de entrenamiento favorita." respondió una voz masculina.

Belial, el tigre lunar, emergió lentamente desde detrás de un árbol, su silueta se fundía con las sombras del bosque. Sus ojos brillaban con un fulgor salvaje mientras una sonrisa torcida se dibujaba en su rostro.

"Y, para ser sincero, también es el sitio donde traigo a mis presas favoritas…" continuó con voz cargada de intención. "Chicas jóvenes, atractivas, de buen ver… son las más deliciosas cuando gritan de dolor."

"Tsk…" escupió Cecily, adelantando un pie y adoptando una postura ofensiva. "Pervertido."

Belial dejó escapar una risa grave mientras extendía sus brazos, mostrando unas zarpas largas y afiladas que relucían bajo la falsa luz del bosque.

"Eso es…" respondió, saboreando cada palabra. "Insúltame. ¡Eso también me excita!"

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Animalia, sala de basuras.

Cayendo desde uno de los túneles del castillo, al igual que sus compañeros, el hijo de la dragona fue a parar de lleno dentro de un contenedor abierto. Las bolsas de basura se aplastaron bajo su peso, amortiguando el golpe con un sonido húmedo y desagradable.

"Joder… huele a culo aquí." exclamó de inmediato, tapándose la nariz mientras se incorporaba con gesto de asco.

Al ponerse en pie y mirar a su alrededor, la comprensión le cayó como un jarro de agua fría.

"Vale…" murmuró Ryan, frunciendo el ceño. "Eso explica esta peste hedionda… Anda que no había sitios donde aterrizar y he tenido que acabar justo aquí."

La estancia era pequeña y claustrofóbica, apenas iluminada por una luz mortecina que parpadeaba en el techo. Las baldosas del suelo estaban agrietadas y cubiertas de moho verdoso, resbaladizas por la humedad acumulada. Las paredes, manchadas y desconchadas, desprendían un olor rancio que se mezclaba con la podredumbre de los desperdicios amontonados en varios contenedores oxidados. El aire era espeso, casi irrespirable, cargado de una peste que se pegaba a la garganta.

"Debería largarme de este sitio…" comentó con prisa, mirando alrededor en busca de una salida. "Y encontrar a los demás. Puede que estén en apuros."

Sin perder más tiempo, comenzó a moverse, decidido a abandonar cuanto antes aquel repugnante rincón del Animalia.

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Al-Amphoras, frente de palacio.

Los soldados rocosos de Shouri danzaban por el campo de batalla, destrozando con puñetazos y patadas a los cadáveres invocados por el oculto Francisco. Cada impacto pulverizaba a los muertos vivientes, que no dejaban restos tras de sí, sino que se deshacían en polvo grisáceo al contacto con la fuerza de la roca. Aquello no pasó desapercibido para la leyenda.

"Ya veo…" pensó para sí misma. "Me hablaron de un Zodiaco con magia de nigromancia, capaz de invocar cadáveres infinitos e incluso de hacerte ver personas que recuerdas del pasado. Pero nada de esto encaja con lo que estoy viendo."

En ese instante, uno de los zombis emergió a su espalda, abriendo las fauces con la intención de morderle el cuello. Shouri ni siquiera se giró. Con un seco pisotón, hizo brotar del suelo una lanza de roca que atravesó el cuerpo del enemigo y lo lanzó por los aires, desintegrándose antes de tocar el suelo.

"Para empezar," continuó en voz alta, encendiendo un cigarro con absoluta calma, "los cadáveres que invoca un nigromante son reales. Necesitan cuerpos presentes en la zona, reanimados al ser sometidos a la energía mágica de su invocador."

A su alrededor, pilares de roca emergieron violentamente, aplastando a los muertos que se abalanzaban desde los flancos.

"Pero los suyos aparecen de la nada… y se disuelven en polvo. No dejan rastro material alguno."

Exhaló el humo con desdén.

"Así que, al final, no me enfrento a un nigromante de verdad, sino a un farsante que intenta hacer su magia más oscura de lo que realmente es." Su sonrisa se afiló. "Esto no es nigromancia. Es simple magia de materialización, moldeada a partir de los recuerdos del invocador… y de los que se encuentran dentro de su área."

De pronto, uno de los soldados rocosos cayó a su lado. Se incorporó con un crujido pétreo y alzó el brazo, señalando con precisión absoluta hacia un punto concreto del campo de batalla: el edificio donde Francisco, el caballo, permanecía oculto.

Shouri siguió la dirección con la mirada y sonrió.

"Te tengo." murmuró. "Es hora de acabar con la horda de cadáveres de un falso nigromante."

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Al-Amphoras, campo de batalla del este.

Desde lo alto de los edificios, y con una precisión quirúrgica, Kanu disparaba flechas de hielo contra los hombres-bestia que se aproximaban al palacio.

Con poco más de veinte soldados ballure bajo su mando, el discípulo de Shouri lograba mantener a raya a oleadas enteras de enemigos. Se desplazaba con agilidad felina por los tejados, saltando de una azotea a otra mientras disparaba proyectiles gélidos que, al impactar contra el suelo, estallaban y alzaban muros de hielo macizo, sellando los accesos de las calles que conducían al palacio.

Aquellos que conseguían escabullirse, ya fuera saltando entre edificios o infiltrándose por callejones alternativos, eran interceptados por los soldados ballure. El objetivo era claro: no dejar pasar a nadie hacia el interior del palacio. Y Kanu estaba cumpliendo su papel a la perfección.

Una horda de hombres-bestia intentó entonces una incursión más arriesgada, avanzando por los tejados de las casas contiguas. No contaban con que el discípulo de Shouri los hubiera detectado ya.

Kanu se agachó, calculó la trayectoria con calma y disparó como si fuera un francotirador profesional.

La flecha cruzó el campo de batalla como un relámpago helado y, en pleno vuelo, se fragmentó en cientos de proyectiles gélidos que estallaron en el aire. La lluvia de hielo abatió a los enemigos, derribándolos violentamente sobre los tejados y las calles inferiores.

"Vuestra insistencia es digna de elogio…" pensó el joven mientras saltaba a otro edificio. "Pero no vamos a permitir que crucéis estas fronteras ni que os acerquéis a la Gema Infinita… y mucho menos que involucréis en esta guerra a los inocentes que protegemos."

Aterrizó rodando sobre el hombro y, sin perder un segundo, disparó de nuevo.

La flecha impactó contra el suelo y generó varios pilares de hielo que emergieron con violencia, golpeando a un grupo de hombres-bestia que tenían rodeados a dos guerreros ballure.

"¡Gracias, Kanu!" gritaron ellos, aliviados al verse liberados.

"¡No es nada!" respondió él desde lo alto. "¡Pero tened cuidado! ¡No podré cubriros todo el tiempo!"

Con un salto preciso, descendió a un tejado contiguo. Se detuvo un instante y observó a su alrededor: ninguna brecha en las murallas gélidas que había levantado. De momento, el perímetro seguía intacto.

Aprovechó para bajar a la calle, agarró una botella de agua y se la bebió de un trago.

"Si mantengo este ritmo hasta que Marco y los demás destruyan el Animalia…" pensó, limpiándose la boca con el dorso de la mano, "podremos evitar que los enemigos entren al palacio."

Entonces lo sintió. Una presencia peligrosa aproximándose.

Kanu se giró de inmediato… pero ya era tarde.

Un puñetazo surgió de la nada y lo golpeó con una fuerza brutal, lanzándolo varios metros por la calle hasta estrellarse contra un puesto de frutas, que estalló en pedazos.

"¿Q-Qué… fue eso?" murmuró, tosiendo sangre mientras intentaba incorporarse.

Frente a él, una silueta comenzó a materializarse, emergiendo de la invisibilidad.

Era uno de los Zodiacos que aún no habían sido derrotados. Mirilik, el buey.

"No esperaba tener que combatir cara a cara en esta guerra." declaró ella con una sonrisa segura. "Pero viendo que no dejas pasar a mis hombres al palacio y estás frustrando nuestro avance… me has obligado a mover ficha."

Sus ojos brillaron bajo la luz lunar.

"Y ahora que la luna nos avala y nos otorga poder… no pienso contenerme." Dicho esto, su figura volvió a desvanecerse.

"Genial…" masculló Kanu, limpiándose la sangre del labio mientras se ponía de pie. "Ahora tengo que lidiar con una vaca invisible." Una sonrisa desafiante se dibujó en su rostro.

Continuará…

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