Tras derrotar a Vivaldi en un ardiente combate en caída libre, Keipi ascendió gracias a Kaito, quien le dejó justo frente a la enorme entrada de la sala. El monje aterrizó con suavidad mientras el espíritu-marino se desvanecía.
Al avanzar hacia sus compañeras, con una sonrisa cansada pero orgullosa en el rostro, vio cómo Priscilla se incorporaba de un salto, llena de emoción. La luz azulada de los jeroglíficos danzaba sobre sus mejillas, reflejando la intensidad del momento.